Mi nieta en mi cumpleaños número noventa y tantos me trajo de regalo un gato.
Nos miramos detenidamente el
minino y yo. Tiene el cuerpo cubierto de pelo, cuatro patas, un rabo y si es
mamífero será porque mama. Con sus uñas muy afiladas caza y sujeta ratas y
ratones. Utiliza la lengua para limpiarse y sus grandes bigotes para guiarse
por la noche. Caza cuando tiene hambre. Todo eso me lo dijeron sus ojos de un azul
verdoso que no sé explicar.
Al día siguiente me di cuenta
que es curioso por naturaleza, que le encanta explorar y tiene una insolente
capacidad: pasa durmiendo alrededor de un tercio de su vida, cuando yo padezco
de insomnio. Además, busca su mayor comodidad, mi regazo. Se tiende sobre el
lomo, sobre la barriga, se acurruca, se hace un ovillo. No tiene vergüenza.
Cuando se despierta, practica
ejercicios gimnásticos para desperezarse, luego se acicala, y se dedica con
ilimitada energía al juego: no necesita juguetes, le sirve un mosquito, su
propia sombra, una hoja, una mano cariñosa que abandona para perseguir otros
gatos.
Dicen que un gato es feliz
cuando mantiene la cabeza hacia arriba y la cola erguida con la punta un poco
doblada, que se siente seguro cuando se estira panza arriba y con las patitas
al aire. Mi gato debe estar rebosante de felicidad. Está así casi todo el día.
Es un exhibicionista, practica volteretas, dejándonos una sensación de envidia,
atroz a mis amigos y a mí.
Según parece Víctor Hugo
escribió que Dios creó al gato para ofrecer al hombre el placer de acariciar un
tigre. Va y tiene razón porque mi gato me ha seducido nada más verle, hasta me
rejuvenece, ha dicho mi hija. Y un amigo un poco místico que tengo en el parque
me ha endilgado un discurso: adorar a un gato es como una especie de talismán
espiritual. Yo no llego a tanto, sé que Minino me tiene amor felino, pero no
como dueño y señor, en todo caso, soy un compañero con el que comparte su vida.
Por vez primera en mi larga vida he discutido con un amigo de la infancia, trece días mayor que yo, llegó a casa con otro gato y la consigna de que dos gatos mejor que uno.
Díganme, con
sinceridad, si no es motivo para enojarse.
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