No paro de reflexionar. Parece ser un don
natural, algo inherente a mi persona y que no puedo despegar de mí por mucho
que lo intente. Por muchos mecanismos o rutinas que pruebe. Aunque no siempre
son pensamientos oscuros (al menos con eso debo quedarme). En ocasiones son pequeños
pensamientos que me hacen sonreír.
Por ejemplo, hace unos días acabé una saga de
libros que llevaba bastante tiempo conmigo y a la que tengo mucho cariño porque
ha sido la que me ha hecho abrazar la ciencia ficción, un género que no
terminaba de encajarme del todo pero que ahora mismo no puedo soltar.
En concreto, haciendo cuentas, la reseña que
hice al respecto de la primera parte de esta colección es final de abril de
2017. Hace siete años. Si nos paramos a pensarlo, siete años son (en
bastantes casos) lo que duran algunas relaciones o toda la vida de un niño o
una niña.
Durante todo este tiempo, he sufrido con
los personajes, me he emocionado con ellos y han acabado por convertirse casi
en amigos. A veces, con las sagas de libros largas y con las que cuentan
con protagonistas carismáticos y bien construidos se da esta curiosa
circunstancia: les coges cariño e incluso te cuesta despedirte de ellos una vez
cierras el libro.
Es algo muy especial y que nos ocurre a las
personas que consumimos ficción (pasa también, por ejemplo, con las series de
televisión y con los cómics entre otras cosas). También produce nostalgia,
un poco de tristeza pero sobre todo, al menos para mí, alegría. Porque he
llegado hasta aquí y porque he disfrutado del camino.
Se acaba una era, finaliza una saga, pero me
quedo con todo lo que me ha dado, con todo lo que he aprendido y con todo lo
que he disfrutado.
Una vez más, elijo ser lectora.
© MJ Pérez
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