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sábado, 1 de junio de 2024

Amantes de mis cuentos: Chifladuras de mi abuela


 


¿Quién ha visto el viento?

Ni tú ni yo lo hemos visto;

pero el viento sopla y

hace que tiemblen las hojas.

Carson McCullers.

 

 

Hoy las puertas cerradas de mi imaginación se abrieron de golpe. Me llegó un recuerdo. Tenía cinco años cuando vi por vez primera una foto de mi abuela con Beltrán, su pavo real, al lado.  Parecía una bruja, una bruja buena, claro; porque en ese mismo instante el viento había deshecho el moño de su larga cabellera entrecana. Fue la persona más querida, la más alegre, la más buena del mundo. Para mí.

Estaba enamorada del viento, de la sensación que deja la brisa al acariciarnos, por eso le gustaba tanto el otoño. Cada día, camino del colegio, recogíamos las hojas caídas, mientras nuestra mascota desplegaba su abanico policromado para hacerse notar. Tan presumido como siempre. Era el momento que la abuela elegía para dar saltitos a su alrededor, cantar y dar gracias a Dios por lo bien que había hecho el mundo, por lo hermoso de la vida, y hasta por los disgustos que nos hacían más fuertes. Yo iba detrás de ella esparciendo al viento las hojas recogidas.

El encanto de esos momentos acababa cuando se oía a alguien decir: ¡Buenos días, doña Edelmira! Y mi abuela volvía a ser esa mujer de cierta edad, fina, atenta y educada.

Durante veinte años estuve a su lado, juntitos los dos, sintiendo su amor y su mano en la mía. Beltrán nos abandonó, se fue a otra dimensión un día de Acción de Gracias. Eso fue lo que contó la abuela.

Me costó empezar a buscar mi nuevo lugar en el mundo sin ella. Pero un día, al abrir la puerta de nuestra casa la brisa penetró de golpe. Fuera, un pavo real abarcaba la acera, el dintel, las jambas con su cola desdoblada y me miraba con esos ojos que van del verde al azul marino, tan parecidos a los de mi querida abuela. Me quedé paralizado hasta que chilló, graznó, y trompeteó, parecía estar pidiendo compañía. Sin darme cuenta, de forma impulsiva, abrí los brazos y la alegría volvió a gobernar en aquella casa.

 

© Marieta Alonso Más   

 

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