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sábado, 14 de junio de 2025

Paula de Vera: Perder a tu maestro (Shikamaru y Temari) - Parte 2

 



 

La noche había caído sobre la Aldea hacía rato, pero a Shikamaru no le urgía volver a casa. Llevaba horas sentado cerca del monumento a los caídos, girando el encendedor de Asuma entre los dedos mientras observaba el horizonte, sumido en sus pensamientos. Para cualquiera que no lo conociera, podría parecer el mismo vago de siempre, pero su mente era un hervidero que desmentía cualquier apariencia de calma.

Hacía dos días que había ejecutado a Hidan, pero su espíritu no terminaba de alcanzar la satisfacción que esperaba. En su lugar, seguía asentado en su pecho el mismo vacío incómodo desde que Asuma había expirado entre sus brazos. Como si la venganza no hubiese sido más que un espejismo. Una promesa de alivio y cierre que, al final, solo había dejado tras de sí un eco amargo de tristeza y soledad.

Despacio, como si el mero pensamiento hubiese invocado al fantasma de su difunto maestro, Shikamaru sacó el paquete de cigarrillos del bolsillo. Se lo había quedado después de la muerte de Asuma, casi como un recuerdo al que aferrarse. Pero ahora sentía que debía ir un paso más allá. Vacilante, extrajo uno y lo observó girar entre sus dedos.

Siempre había odiado el tabaco: el olor, la aspereza en la garganta y la forma en que el humo le llenaba los ojos de lágrimas. Sin embargo, en ese instante, aquella cajetilla tenía un atractivo especial. Como un susurro lejano, una presencia reconfortante que le hacía sentirse menos solo.

Sin pensarlo demasiado, se llevó el cigarrillo a los labios y encendió el mechero con un chasquido, imitando el gesto que había visto tantas veces en su maestro. Esta vez, la llama surgió a la primera entre la rejilla de metal y Shikamaru supo que no había vuelta atrás.

La primera calada le abrasó la garganta y lo hizo toser, haciendo que sus ojos se llenaran de una mezcla de irritación y tristeza residual. Definitivamente, el humo del tabaco siempre le hacía llorar. Pero ni la tos, ni las lágrimas ni el fuerte aroma le parecieron tan amargos como la bilis que subía por su estómago cada vez que los recuerdos volvían sin piedad.

«Esto es mejor que nada», se dijo, sintiendo una extraña paz al sostener el cigarrillo entre los dedos.

Exhaló el humo lentamente, dejando que su cuerpo se relajara un poco. Como si, de algún modo irracional, la presencia de Asuma estuviera allí a su lado, con una mano firme sobre su hombro.

—Ese vicio es nuevo.

Shikamaru se enderezó de inmediato al escuchar aquella voz femenina e inesperada, alerta. Giró la cabeza y vio a Temari a unos metros de distancia, con los brazos cruzados.

La última vez que se habían visto fue semanas atrás, durante los exámenes chūnin, aunque a él le parecía una eternidad. Verla ahora solo consiguió que su maltrecho corazón latiera más rápido sin razón aparente y no supo si aquello era más doloroso o si, de alguna forma, le proporcionaba un tenue alivio. Eso y la súbita conciencia de que, si ella estaba allí, él debería haberlo sabido y estar preparado para recibirla, cosa que no había hecho. Si la Quinta Hokage se enteraba, su cabeza rodaría por el suelo. Pero, por alguna razón, en ese instante aquello le importaba bien poco.

Sin poder evitarlo, la miró fijamente. Durante la preparación de los exámenes, su relación se había vuelto poco a poco más cercana. Entre piques, provocaciones y discusiones sobre la conducción de las pruebas, tanto a solas como junto a la junta evaluadora, Shikamaru había empezado a notar lo cómodo que se sentía con su presencia. Años atrás, habría puesto los ojos en blanco por tener que lidiar con una mujer desconocida durante tanto tiempo. Ahora, sin embargo, no podía dejar de valorar su profesionalidad, su determinación y, al mismo tiempo, su paciencia para escuchar y evaluar cada argumento. Era una mujer con carácter, sin duda. Pero, por primera vez en su vida, eso no le parecía un fastidio monumental.

Aun así, en ese momento y después de todo lo ocurrido, lo último que quería era enzarzarse en otro tira y afloja con ella. Incluso cuando sus discusiones habían dejado de ser realmente agresivas hacía más tiempo del que admitiría jamás, en ese instante no tenía fuerzas. Solo quería estar solo con sus pensamientos y su dolor.

Y, sin embargo, tampoco fue capaz de ignorarla ni de pedirle que se fuera. Por más que su alma estuviera sumida en la oscuridad desde aquel día, una parte de él se alegraba de verla.

—¿Qué haces aquí? —preguntó al final, eligiendo responder a su pulla desviando la conversación, en lugar de justificarse.

Su tono fue más seco de lo que pretendía y Temari lo notó. Apenas un ligero gesto en su expresión delató su molestia antes de que respondiera con ironía:

—Guau. Menudo recibimiento.

Él resopló sin moverse. El humo salió de golpe por su nariz, casi sin darse cuenta, pero tampoco apartó la vista de esos ojos verdes. Dos pozos profundos que, ahora y siempre, parecían analizarlo con una intensidad que le resultaba incómoda y a la vez relajante. Más aún en ese instante, cuando lo único que quería era cerrar su alma y su corazón para no sentir nada.

—Ya... No esperaba visitas aquí arriba, la verdad —murmuró con voz monocorde.

Temari enarcó una ceja.

—Ya veo.

Shikamaru se obligó a no chasquear la lengua, irritado y sin saber por qué. En otras circunstancias, no le habría importado tanto o incluso habría admitido que ella tenía razón, pero ahora no tenía paciencia para escuchar sermones. No quería que su presencia le recordara que la rutina continuaba. Que había que proteger el mundo ninja. La Hoja. Que la diplomacia era la única forma de hacer frente a la amenaza de guerra que pesaba sobre todos ellos. Que, le gustara o no, pronto habría una cumbre de Kages que requeriría un retorno al trabajo político para ambos.

—En realidad, respondiendo a tu pregunta, llegué esta tarde —dijo ella con naturalidad—. Había revuelo en la aldea y Naruto, Ino y Sakura me pusieron al día.

Shikamaru entrecerró los ojos. Su lado más herido y reactivo le susurraba, de forma terriblemente tentadora, que le dejara claro lo poco que le importaba todo aquello. Pero la parte de él que sabía que Temari no tenía la culpa lo obligó a morderse la lengua.

Aun así, no pudo evitar resoplar con hastío y que cierta amargura se filtrara por sus labios junto con el humo de la última calada.

—Genial. ¿Y has venido a darme un sermón sobre lo sensible que puedo llegar a ser?

Sabía que era un dardo directo. Un rencor que arrastraba desde hacía casi tres años, desde que ella se lo había echado en cara. No es que el tema hubiera vuelto a surgir desde entonces, más que en momentos esporádicos, y, de hecho, si Temari seguía llamándolo «llorón», hacía tiempo que Shikamaru lo toleraba con resignación... o hasta con cierta diversión, dependiendo del día.

Pero no esa noche.

No podía.

En cualquier caso, Temari pareció encajar el golpe. Su ceño se frunció y su expresión se tornó más agresiva mientras se cruzaba de brazos y escupía:

—No, venía a darte el pésame por tu maestro, idiota. Pero si me vas a tratar así, la próxima vez no me molesto.

Tras aquel exabrupto, la joven se giró bruscamente para irse, pero Shikamaru ya se había arrepentido de sus palabras antes siquiera de que ella le diera la espalda por completo.

—Temari.

No alzó la voz, pero ella lo oyó. Frenó en seco, aunque apenas giró la cabeza en su dirección. Shikamaru suspiró, se frotó la sien con la mano libre y dudó durante un par de segundos sobre qué hacer. Al final, se rindió a lo que su corazón herido le pedía y apagó el cigarrillo contra la piedra más cercana.

—Lo siento. No debería haberte hablado así —se disculpó—. ¿De acuerdo?

Temari se volvió por completo, aún con el ceño fruncido y los brazos cruzados.

—Depende. ¿Vas a seguir ladrándome o podemos hablar como personas normales?

Él exhaló despacio el último resquicio de humo de sus pulmones.

—No, no voy a volver a decir nada —reculó, dando vueltas todavía al encendedor en una mano, antes de esbozar una media sonrisa más amable—. Aunque... gracias por las condolencias. Se agradecen.

Ella lo observó detenidamente durante varios segundos que parecieron eones. Shikamaru esperó su respuesta con el alma en vilo. Si Temari lo mandaba a paseo en ese instante, sabía que se lo había ganado.

Finalmente, por suerte, la joven respiró hondo, sacudió la cabeza y se acercó un par de pasos antes de sentarse a una distancia prudencial.

—He oído que castigaste bien a ese bastardo —comentó entonces.

No dijo su nombre, pero no hacía falta. Ambos sabían de quién hablaba.

—Que lo planeaste, incluso. Y salió bien.

—Solo hice lo que se merecía, ni más ni menos. No podía quedarme de brazos cruzados.

Temari pareció suspirar al asentir, con aire pensativo, pero su tono era sereno como de costumbre cuando repuso sin mirarlo:

—Hiciste bien. Quizá es cierto que la venganza no es lo mejor en estos casos, pero era lo que había que hacer.

No había reproche ni acritud real en sus palabras, pero Shikamaru notó cómo se le revolvían las entrañas al escucharla. En el fondo le escocía oír lo mismo de boca de Temari y de Tsunade.

«La venganza no es propia de ti», había dicho la Quinta.

Y era cierto. Antes.

Ahora, quería luchar por lo que le importaba, sin importar el precio.

—No puedes entenderlo —le replicó, hosco.

Para su sorpresa y mayor irritación, Temari soltó una risa seca y despectiva.

—Y un cuerno. Te recuerdo que esos bastardos también secuestraron a mi hermano —replicó en el mismo tono, antes de añadir con gesto tenso—: Los habría asesinado yo misma si hubiera podido. Así que solo te has adelantado, llorón. No te lo tengas tan creído.

Shikamaru bajó la mirada, con una punzada involuntaria de culpa que le recorrió el cuerpo.

—Mierda. Tienes razón —admitió, sacudiendo la cabeza, sin ánimo de discutir.

Por alguna razón, las palabras bruscas de Temari eran ese bofetón de realidad que necesitaba, aunque no sabía cómo. Abatido, resopló y miró al horizonte.

—Casi había olvidado lo ocurrido. Perdona —se excusó, más suave.

Ella lo miró, pero no respondió. Sin esfuerzo, Shikamaru entendió que no hacía falta. Era extraño como aquella hosca joven rubia y él podían entenderse tan fácilmente sin necesidad de palabras. Temari enseguida desvió la mirada, también hacia la aldea. Durante varios minutos, ambos se limitaron a observar la villa durmiente en la distancia, perdidos en sus respectivos pensamientos. No obstante, el silencio era cómodo y casi cómplice. Los dos, aun viniendo de aldeas distintas, estaban metidos junto a todos sus seres queridos en lo que parecía ser el principio de un conflicto ninja mucho mayor.

De repente, Shikamaru se dio cuenta de que las diferencias culturales entre Temari y él pesaban menos que nunca. Quizá por eso, tras apenas un minuto de cómodo silencio, susurró:

—No es lo mismo sin él.

Temari se giró apenas en su dirección, lo que demostraba que lo había escuchado a pesar del tono bajo, y asintió con calma.

—Nunca lo será, pero seguirás adelante —afirmó, sin mostrar condescendencia.

Sus ojos verdes reflejaban una seriedad y, al mismo tiempo, una serenidad que Shikamaru no podía dejar de mirar sin razón aparente.

—No porque quieras tú, sino porque él querría que lo hicieras.

Él parpadeó y se obligó a apartar la vista, confundido más por la situación que por sus palabras.

—Supongo que tienes razón —concedió, reflexivo, aunque el dolor de pensar en Asuma volvió con fuerza—, pero nunca me había sentido así.

—Te entiendo. Pero créeme, lo superarás. Y probablemente también lo superarás —declaró Temari, sin tapujos.

Shikamaru se removió con incomodidad en el sitio.

—Eso es difícil —la rebatió, sincero y humilde al mismo tiempo.

«Superar a Asuma. Qué más quisiera», pensó, abatido y halagado al mismo tiempo, sin razón aparente.

Temari, por su parte, inclinó la cabeza: escrutándolo con una mirada que le provocó una punzada de vergüenza en el pecho.

—Sé que siempre te lo digo, pero tienes talento de sobra para ser uno de los mejores ninjas de la Hoja —dijo entonces, sin asomo de emoción en su voz, más allá de la serenidad de quien simplemente constata un hecho—. Seguro que tu maestro también lo sabía.

Shikamaru agachó apenas la barbilla y meneó la cabeza, sintiendo las mejillas arder de forma menos incómoda de lo esperado.

—Bah. Me estás haciendo la pelota —reiteró, mirando sus dedos entrelazados entre sus rodillas.

En la periferia de su campo de visión, ella negó de golpe y casi con una risita seca.

—Ni de coña. No voy a darte coba como si fueras un niño necesitado de atención —declaró, categórica.

Tras escucharla, Shikamaru soltó una risita entre dientes, casi un bufido. Después, desvió la vista hacia la Hoja.

—Supongo que es lo único que me queda, ¿no? —resopló, con una rendición exenta de tristeza.

A su lado, Temari asintió, esbozando apenas una sonrisa. Solo ese simple gesto pareció caldear extrañamente el ambiente en lo alto de la colina. Sin embargo, duró lo que un suspiro antes de que ella se levantara, se sacudiera la falda del kimono y lo encarara con calma.

Shikamaru notó en su mirada algo extraño, un matiz que no supo interpretar: ¿comprensión? ¿Amistad? ¿Camaradería?

Para bien o para mal, aquel destello duró apenas un instante antes de que ella hablara con su tono habitual y autoritario, aunque más suave de lo normal:

—No le des muchas vueltas, ¿de acuerdo? Es lo mejor.

Él la observó, extrañado, pero, de algún modo, reconfortado, sin entender del todo por qué. Sin pensarlo demasiado, asintió despacio.

—Gracias, Temari.

Ella asintió levemente con la cabeza antes de recolocar el abanico a la espalda y girarse con naturalidad.

—Mañana espero verte a la hora del desayuno, o te reportaré ante la Hokage. ¿Entendido?

Shikamaru parpadeó, sorprendido por la amenaza, teniendo en cuenta el momento que acababan de compartir. Sin embargo, al mismo tiempo, una risa suave escapó de sus labios, inesperada y liberadora. Había algo absurdamente reconfortante en pensar en una rutina tan simple.

—Allí estaré.

Temari asintió satisfecha.

—Bien.

Él la imitó con un leve gesto de cabeza, pero no dijo nada más. Se limitó a observarla mientras se alejaba, su mente, como siempre, enredada en una maraña de pensamientos. Aunque, por primera vez en días, uno de ellos no le pesaba tanto y esa ligereza era extraña. Algo incomprensible. Sin embargo, aún pasarían años antes de que el gran estratega Shikamaru Nara descubriera el porqué.

Por ahora, una guerra llamaba a las puertas de la Hoja. Y era hora de salir a luchar.

 

Historia inspirada en Shikamaru Nara y Temari, personajes del manga/anime “Naruto/Naruto Shippuden”

Imagen: “Stargazing”, de Paula de Vera

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