VISIÓN GÓTICA
- ¿Qué me está sucediendo? se preguntó, entre el escepticismo y el pánico.
En seguida, una voz de acento grave, fuera de su voluntad, repuso:
- Soy el reflejo de tu “yo”, y ahora me desligo de tu hacer.
En el exterior, declinado ya el sol, aparecieron nubarrones que velaron el crepúsculo y la noche trajo la total oscuridad. El hombre, en medio del espanto ante lo desconocido, habló de nuevo:
- Eres mi sombra y me perteneces. No existes sin mi cuerpo que te dibuja.
Entonces, la mancha comenzó a realizar unos movimientos extraños, se alargaba y encogía adoptando formas inéditas hasta que la luz, proyectada sobre el muro, destacó la figura de un cuervo que, precedido por una risa demoníaca, graznaba: nunca más.
Las tinieblas envolvían la casa y, dentro, la débil luz de una lámpara de mesa creaba un ambiente fantasmal y opresivo. En ese momento, le pareció ver delinearse en aquella forma, vuelta a su primitivo aspecto, una suerte de mueca malévola. Y de nuevo, pudo escuchar la voz que le hablaba desde lo profundo.
- Te equivocas, soy libre, no te necesito. Y volvía, machacona, a las palabras del cuervo: nunca más.
Aún resonaba el maligno eco, envuelto en amenazas, cuando la sombría silueta, sujetando una figura de mármol, fue hacia el hombre. Este, aterrorizado, y en un intento por escapar de aquella estampa maléfica, corrió hasta la puerta. Afuera, el vendaval azotaba las copas de los árboles y la tormenta se hizo presente con el fulgor de los relámpagos, la lluvia caía con fuerza y la luz de las farolas alumbraba las aguas en su andadura por las calles.
Sólo pudo pisar el umbral porque la siniestra negrura dejó caer sobre su cabeza el mármol. El hombre aferrado a la pared, esculpía canales con sus uñas mientras resbalaba, hasta quedar yacente en el suelo.
La lóbrega nebulosa se acercó al cuerpo, cubriéndolo como un oscuro sudario, mientras contemplaba aquellos ojos azules cuyas pupilas aún se movieron hasta que se produjo el último estertor. Y fue entonces, cuando un golpe de viento, al abrir la puerta, arrastró a la sombra que, tras lanzar un alarido, se vio obligada a ensamblarse en la masa corpórea hasta quedar inmersa en el cadáver del hombre. En la estancia hubo un sonoro silencio y en la vecina iglesia, el tañer de las campanas junto con el retumbo de los truenos, entonaron un réquiem, acompañados por el bronco clamor del viento.
Bravo Alejandro!!! De todos tus cuentos creo que este es una obra maestra.
ResponderEliminarCarmen Dorado