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domingo, 7 de octubre de 2012

Amantes de mis cuentos: El precio de cada cual

Beber es un gran placer

Los borrachos de Velázquez
Museo del Prado

Todos tenemos un precio dijo uno de mis amigos.
Desde hace muchos años, cuatro amigos, tras el trabajo, nos reunimos en la taberna del barrio a jugar a las cartas, a ver los partidos de fútbol, a charlar, a beber cervezas. Tendría que ocurrir una catástrofe muy grande para que faltásemos a la cita. Ni siquiera el día que se incendió el local dejamos de acudir. Ayudamos a los bomberos a sacar una mesa, cuatro sillas y unos cuantos botellines. Nos dijeron que no estorbásemos así que nos fuimos al final de la calle a echar la partida mientras ellos realizaban su trabajo.
Nuestras mujeres también son amigas y las cuatro están cortadas por la misma tijera. Les sienta mal que nosotros nos lo pasemos tan bien estando juntos. Cuando llegamos a casa un tanto alegres ni una falla a la hora de enviarnos a dormir al sofá.
No se dan cuenta que nosotros somos hombres de honor, fieles a ellas, a la taberna, a la amistad, a la bebida. La lealtad y la perseverancia son virtudes ¿no? pues claro. Entre nosotros nos enfadamos mucho menos que con ellas y, a estas alturas, no saben que la amistad entre hombres une tanto o más que el matrimonio.
Yo no estoy en venta objetó uno de nosotros.
¡Qué tú sí, hombre!
Yo… no estoy seguro afirmé.
He dicho… todos ratificó el primero.
¡Qué no, que yo no!
Yo… creo que… depende del momento arguyó el que tenía a mi lado o enfrente. No lo sé.
¡Hombre, pues claro!
¡No, no... está tan claro!
Así estuvimos filosofando unos tres cuartos de hora. El tono de las voces subía y bajaba. Al final nos quedamos pensativos cuando el más sobrio dijo:
Nosotros… nunca nos hemos vendido. Es verdad. Pero… digo yo. ¿Cabría la posibilidad de alquilarnos?
 


© Marieta Alonso Más

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