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domingo, 1 de diciembre de 2013

Amantes de mis cuentos: Saboreando palabras

Altamira
Bisonte del panel principal 

Me llaman Jiribilla por lo inquieta que soy. Mi mamá murió de parto pero eso no fue un problema para mí porque en la cueva todas las mujeres atienden a los niños y cuando tenía hambre, la que estaba más a mano me daba de mamar.

Nuestro hogar está por aquí, por allá, según la estación del año. La obligación de los papás es matar animales y traer comida. A los niños siempre se nos trata con mucho cariño y los juegos son la forma práctica de enseñarnos a vivir. Ayudamos a las mamás a recoger todo lo que la tierra nos brinda. Somos libres siempre y cuando no nos alejemos de las mujeres. El regreso de los cazadores es una fiesta y aunque da mucho trabajo desollar las piezas, cantan y bailan mientras lo hacen.

A medida que van transcurriendo los años cada uno de los pequeños vamos ocupando el lugar que nos corresponde.

Mi hermana mayor cruzó el umbral de la pubertad y se unió a un joven que es un gran cazador pero de pocas palabras. Ella en cambio no para de hablar, él la escucha. Le demuestra que la respeta y aprecia compartiendo con ella el mejor trozo de carne. Y ella lo comparte conmigo porque siempre voy de su mano.

En sus ratos libres me cuenta cuentos. Son historias de nuestra abuela a la que le gusta hablar mucho, como a mi hermana y a mí, pero ella, además se inventa muchos relatos. Y mi abuela la mira y sonríe. Cuando ocurre algo de interés en nuestro clan ella lo describe de tal manera que es como si nadie hubiese vivido ese momento y… todos estábamos allí. A veces no sabe cómo acabar una historia y me deja que lo haga yo.

Un día, su hombre, tras una cacería, le trajo la piel de un bisonte y le dijo que no lo utilizara para vestido, ni de bolsa para el transporte de nuestras cosas, ni para almacenar alimentos, que la usara para marcar en ella mediante signos lo más importante de su vida juntos.

Ahora se pasa los ratos libres dibujando en la piel. Los ancianos cuando se enteraron pidieron a los jóvenes que cuando fuera posible le trajeran pieles para que escriba la historia y las hazañas de nuestro pueblo, no sea que con los años se olviden. Pero en cierta ocasión uno de ellos le trajo una piel y le dijo que hiciera un cuento sobre su hija, a la que llaman Abalorio por la gran cantidad de adornos que lleva de la cabeza a los pies. 

Ya tiene tantas pieles que las va amontonando en el fondo de la cueva y ha hecho una lista con todos los cuentos que tiene que dibujar. Yo soy su ayudante y le doy muy buenas ideas, como la del origen del fuego y de la tierra, la historia del primer hombre que se puso en pie, la pérdida de la época de celo, para estar siempre dispuestos, yo no sé para qué tenemos que estar dispuestos, pero es lo que oigo decir. Y así muchas, muchas, más historias de las que nadie cabe imaginar.

Aún no se lo he dicho a mi hermana pero cuando yo sea mayor…


¡Quiero ser cuentista!




© Marieta Alonso Más

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