Con la escoba entre las manos barría el portal de su casa, su mirada soñadora la hacía detenerse de vez en cuando, porque esa tarde a las cinco en punto comenzaba el pregón de las Fiestas Patronales de su pueblo, dando paso a tres días con sus noches de bailes, verbenas, feria, chicos de los pueblos de alrededor y también de la capital.
Ella
y sus hermanas llevaban meses preparando el acontecimiento, cose que te cose,
se habían hecho un vestido para ir de estreno cada día. Tras la limpieza
general que su madre les había obligado hacer, solo faltaba por terminar: el
portal.
En
eso vio llegar al cartero en su motocicleta y para su asombro se recostó en la entrada de la verja. Le sonrió y tal parecía que nunca se iba a decidir a hablar, cuando
sacando fuerzas de flaqueza le pidió un baile para esa noche, a la vez, que le
entregaba un telegrama. Ella le dijo que se buscara a otra para bailar, ella no
estaba disponible. Él se despidió, todo tímido, con un “Adiós”.
Que
ella recordara nunca habían recibido un telegrama, qué raro, pensó y con sumo
cuidado lo abrió:
“Tío
Facundo ha muerto”.
¡Qué
inoportuno! ¡Es que no podía haber esperado!
Llamó
a las hermanas y en cónclave porque cerraron la puerta de su habitación
decidieron que el telegrama no iba a llegar hasta el lunes tras la clausura de
las fiestas. Lo escondieron en lugar seguro y continuaron como si no hubiese
pasado nada.
Lo
que pudieron bailar, coquetear, divertirse. Por supuesto que ninguna bailó con
el cartero, ¡Qué se pensaba él! ¡Teniendo como tenían tantos foráneos a su
alrededor! ¡Con lo pazguato que era! Entre ellas le llamaron “El huevón”.
Llegado
el lunes, con cara circunspecta, sacaron a la luz la luctuosa noticia. Su madre,
al ser su hermano, decretó luto riguroso durante seis meses y los otros seis
hasta completar el año, irían de medio luto.
No
quedó ahí la cosa porque el padre en su inocencia leyó y volvió a leer el
telegrama varias veces dándose cuenta de la fecha de llegada. Su mujer no
perdió tiempo en presentarse en la Oficina de Correos y formó tal escándalo por
el mal servicio postal que, investigando se comprobó que el cartero había
llevado el telegrama en su alforja.
Requirieron
su presencia y éste siempre tan tímido y callado, para salvar a su amada, se
hizo cargo de toda la culpa, diciendo que no lo había entregado antes, por amor.
A
la de la escoba, no le quedó más remedio que comprometerse en matrimonio, con el
sosaina, enclenque y sombrío repartidor, que tan buen corazón demostraba tener.
¡Maravilloso cuento, Marieta! ¿Quién no ha dicho alguna mentirijilla u ocultado algo por no perderse una celebración o fiesta? Me ha sorprendido mucho el cartero. Hay personajes que a lo largo de una historia van de más a menos; tu cartero va de menos a más.
ResponderEliminarA veces llegan noticias muy inoportunas que más vale no pregonar al momento. Esperemos que la chica llegara a amarle como él a ella. Muchas gracias por tu comentario.
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