Butacas del Siglo XIX Foto: Wikipedia |
Mi
marido es algo vago. El pobre. Mi madre le llamaría holgazán. Su único defecto
es que es muy escrupuloso. Si encuentra un pelo en la sopa que a lo mejor es
suyo, me forma tal algarabía que le tengo que cambiar el plato.
Nunca
ha querido trabajar ni siquiera de ministro pero hablando lo arregla todo. Es un manitas.
Se
sienta en su butaca favorita y lo dirige todo desde allí. Cuando monté los
armarios de la cocina me fue guiando y salió todo a la primera. Siempre es
igual. Tenemos una casa preciosa porque es un decorador nato. Buscó en las
revistas para el hogar modelos de cortinas y cuando las eligió me dijo hasta cómo
hacerlas. Quiso pintar las habitaciones y hasta eligió los colores. Hice las
mezclas tal como me decía y las paredes quedaron perfectas. Como cocinero no
hay nadie que le iguale. Inventa sus propias recetas o trae a colación la
cocina de su abuela. Se enfada conmigo porque en vez de calcular la cantidad
exacta, echo una pizquita de esto o de aquello.
Estoy
muy orgullosa de él. Solo me molesta cuando vienen los amigos y le oigo hablar
de todo lo que ha hecho. No sé por qué… mi estómago se resiente. Es pura envidia. Yo nunca he recibido una alabanza.
Por lo demás no tengo motivos para
quejarme de él.
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Gracias.
© Marieta Alonso Más
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