El camino que lleva al cementerio, bordeado de cardos
en esta época del año, sube y baja las ondulaciones del pueblo. Una mujer lo
dibuja con pasos lentos, deteniéndose cada tanto. Cuando llega al muro que circunda una urbanización,
se sienta, se mira los pies que, delineados de azul, empiezan a hincharse.
-Aquí antes había un parque, ¿recuerdas?, nos
sentábamos bajo esos árboles a tomar helado.
Se pone de pie y reinicia su andar. Las manos aprietan
un ramo de lilas, tu flor favorita, y de la espalda le cuelga una mochila rosa
con un dibujo de La Sirenita.
Como cada día, se detiene ante la escuela abandonada.
Desde que construyeron la otra, en el centro, ésta no es más que escombros con
algún que otro dibujo de entonces.
Seis años tenía la mañana que atravesó la reja
que ya no existe, con tanto miedo como sueños.
-
Me llamo Carmen
González y es mi primer día de clase –le dijo a una niña que estaba sentada
sobre un cajón vacío de frutas, con la mirada en el suelo.
-
Yo, Federica Muro
–le contestó al tiempo que la cogía de la mano y entraban juntas al colegio.
Nunca se separaron. Cuando terminaron los estudios,
demasiado pronto, pusieron un taller de costura. Les iba bien, llegó la hora de
buscar marido y se decidieron por dos hermanos. Así tendremos la misma suegra,
aguantarla entre las dos será más fácil. Dos hijos cada una que partieron a
buscar mundo.
Carmen fue la primera en enviudar, Juan se fue una
tarde de invierno, Manolo era más fuerte y peleó unos años más. Cuando quedaron
solas, vendieron la casa de Carmen, que era la más pequeña, y vivieron juntas
en la de Federica.
-Aquí estoy, hoy me ha costado un poco más, debe ser
el tiempo, parece que hay humedad –dice Carmen mientras quita las lilas del día
anterior del florero que está sobre la tumba –cambio el agua y vuelvo.
Suenan sus pasos sobre la gravilla mientras mira hacia
derecha e izquierda en busca del cuidador.
-Claro, Pedro ya se debe haber ido a comer, hoy me he retrasado.
Cuando
vuelve, y después de cambiar las flores, saca de la mochila el mantel que lo
extiende al lado de donde yace su amiga.
-Hoy me hice una tortilla de patatas, también he
traído un tomate que me ha dado Remigia de su huerta, mira cómo huele, y acerca
el tomate a la foto que hay en la tumba.
-Ayer la cosa se puso fea para Francisco Javier,
resulta que cuando le iba a proponer matrimonio a Andrea Carlota, apareció el
padre de ella en la puerta y le dijo con ese tono fuerte que tiene “¿qué
pretende usted con mi hija? Y zás, se congeló la imagen y apareció la música. Vamos a ver
qué pasa hoy.
Cuando termina de comer, se limpia la boca y recoge el
mantel con el que envuelve el plato y el vaso. Saca de la mochila una manta, la
estira al lado de la tumba y se acuesta.
-A dormir un ratito, Federica, que como hoy vine
tarde, toca menos siesta, porque a las cuatro empieza otra vez Amor Salvaje, a
ver si esos dos se casan de una vez. Mañana te cuento.
© Liliana Delucchi
Amistad por Liliana Delucchi se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
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Gracias
¡Qué historia tan bonita! Me hace sentir tristeza y alegría al mismo tiempo, pero sobre todo admiración por estas dos grandes amigas, que nada puede separar. Ni siquiera estar en dos mundos diferentes. Precioso.
ResponderEliminarLa verdadera amistad es algo hermoso.
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