lunes, 19 de enero de 2015

Liliana Delucchi: Amistad


 
Cementerio de la Recoleta, Buenos Aires (Argentina)


El camino que lleva al cementerio, bordeado de cardos en esta época del año, sube y baja las ondulaciones del pueblo. Una mujer lo dibuja con pasos lentos, deteniéndose cada tanto. Cuando  llega al muro que circunda una urbanización, se sienta, se mira los pies que, delineados de azul, empiezan a hincharse.

-Aquí antes había un parque, ¿recuerdas?, nos sentábamos bajo esos árboles a tomar helado.

Se pone de pie y reinicia su andar. Las manos aprietan un ramo de lilas, tu flor favorita, y de la espalda le cuelga una mochila rosa con un dibujo de La Sirenita.

Como cada día, se detiene ante la escuela abandonada. Desde que construyeron la otra, en el centro, ésta no es más que escombros con algún que otro dibujo de entonces.


Seis años tenía la mañana que atravesó la reja que  ya no existe, con tanto miedo como sueños.

-         Me llamo Carmen González y es mi primer día de clase –le dijo a una niña que estaba sentada sobre un cajón vacío de frutas, con la mirada en el suelo.

-         Yo, Federica Muro –le contestó al tiempo que la cogía de la mano y entraban juntas al colegio.

Nunca se separaron. Cuando terminaron los estudios, demasiado pronto, pusieron un taller de costura. Les iba bien, llegó la hora de buscar marido y se decidieron por dos hermanos. Así tendremos la misma suegra, aguantarla entre las dos será más fácil. Dos hijos cada una que partieron a buscar mundo.

Carmen fue la primera en enviudar, Juan se fue una tarde de invierno, Manolo era más fuerte y peleó unos años más. Cuando quedaron solas, vendieron la casa de Carmen, que era la más pequeña, y vivieron juntas en la de Federica.

-Aquí estoy, hoy me ha costado un poco más, debe ser el tiempo, parece que hay humedad –dice Carmen mientras quita las lilas del día anterior del florero que está sobre la tumba –cambio el agua y vuelvo.

Suenan sus pasos sobre la gravilla mientras mira hacia derecha e izquierda en busca del cuidador.

-Claro, Pedro ya se debe  haber ido a comer, hoy me he retrasado.
Cuando vuelve, y después de cambiar las flores, saca de la mochila el mantel que lo extiende al lado de donde yace su amiga.

-Hoy me hice una tortilla de patatas, también he traído un tomate que me ha dado Remigia de su huerta, mira cómo huele, y acerca el tomate a la foto que hay en la tumba.

-Ayer la cosa se puso fea para Francisco Javier, resulta que cuando le iba a proponer matrimonio a Andrea Carlota, apareció el padre de ella en la puerta y le dijo con ese tono fuerte que tiene “¿qué pretende usted con mi hija? Y zás, se congeló la imagen y apareció la música. Vamos a ver qué pasa hoy.

Cuando termina de comer, se limpia la boca y recoge el mantel con el que envuelve el plato y el vaso. Saca de la mochila una manta, la estira al lado de la tumba y se acuesta.

-A dormir un ratito, Federica, que como hoy vine tarde, toca menos siesta, porque a las cuatro empieza otra vez Amor Salvaje, a ver si esos dos se casan de una vez. Mañana te cuento.




© Liliana Delucchi




    Danos tu opinión pulsando una estrella.
    Gracias 

2 comentarios:

  1. ¡Qué historia tan bonita! Me hace sentir tristeza y alegría al mismo tiempo, pero sobre todo admiración por estas dos grandes amigas, que nada puede separar. Ni siquiera estar en dos mundos diferentes. Precioso.

    ResponderEliminar