Caridad y yo estudiamos en la
misma escuela. Ella repetía el tercer curso y nos sentaron juntas en el mismo
pupitre. Desde ese instante fuimos inseparables. Tiene un color precioso, es
negra como un tizón, solo tiene blancos los dientes porque las palmas de las manos y los pies los tiene rosados. Yo, en cambio, tengo la piel blanca, así
como lechosa, el pelo rubio y los ojos claros.
Ella me ha enseñado a robar caña
desde un transbordador y yo le hago las cuentas en aritmética, los dictados en lengua y los bordados en
manualidades.
Nadie mejor que ella con el
tirachinas. Utilizaba la pizarra como diana y las tizas como proyectil. No
fallaba. Salvo un día que en vez de dar en la diana la tiza fue a parar a la
cabeza de la profesora. Se tambaleó. Nos castigaron de rodillas, cara
a la pared.
Protesté. Yo no había hecho nada.
Protesté. Yo no había hecho nada.
-Por ser su amiga.
Aquél castigo me pareció tan
injusto que comencé a sollozar. Caridad me pasó el brazo por los hombres y me
consolaba:
-No hagas caso. Es mala. La tiene tomada con nosotras
porque somos negras.
- Yo soy blanca.
-No. Eso es lo
que aparentas.
(C) Marieta Alonso Más
Me ha sorprendido y llenado de ternura.
ResponderEliminarMe alegra que te haya gustado. Un abrazo
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