El sol perfumado de geranios y sal de
mar, se cuela entre las hojas del emparrado. Su luz dorada busca los
arañazos del viento en las velas. Bajo la atenta mirada de Tomaso, la
Borde, morena, pequeña, de brillantes ojos negros, zurce en silencio mientras sus
compañeras, todas ellas buscadoras de marido, se divierten entre chanzas y
bromas sobre el muchacho.
Ya ha amanecido. Bertomeu
y sus amigos, después de la larga noche de pesca, arrastran la barca por
la playa. Mira hacia las casas que, como juncos, crecen al borde de la playa.
Sabe que debajo del emparrado de la última, Nacia le prepara pan, tomate y arenques
para desayunar. Piensa en Tomaso. Qué hermoso se está criando. Lástima que la
mujer se haya secado la noche del parto.
— ¡Eh!, Bertomeu, ¿en qué
sueñas?
— Ma que ties collons,
home, tira de la barca.
— Este sólo piensa en
volver a catar el melón
Bertomeu vuelve a tirar.
Una bola de trapos tirada en el medio de la arena, incordia el paso de la
barca. Le dan una patada. Escuchan el maullido de un gato.
— Estos malditos
chavales. No tienen vergüenza –dice Bertomeu mientras se seca el sudor.
— ¿Qué vamos a hacer
nosotros ahora? ¿Desenvolver el atado?
— No. Hay prisa.
De otra patada lo arrojan
más lejos.
— Luego te quejas de cómo
son tus hijos. Mira que eres bestia.
El gato cada vez maúlla
más fuerte. Bertomeu suelta la barca.
— ¿Qué vas a hacer?
— ¿Pues, qué quieres que
haga? Tirarlo al mar.
Al acercarse al atado de
trapos se queda quieto.
— ¡Eh!, Bertomeu. ¿Qué te
pasa? ¿Te da miedo agarrarlo?
Bertomeu se acerca y lo
coge con mimo. Lo que ve no es un gato. Es la carita de un bebé. Con él en
brazos corre hacia su casa.
— Nacia, Nacia. Mira lo
que traigo.
Ella aparece en la puerta
secándose las manos, seguida por Tomaso agarrado a su falda. Bertomeu coloca el
montón de trapos encima de la mesa del emparrado. Al separar Nacia los harapos
se encuentra el cuerpecito desnudo de una niña que casi no tiene fuerzas ni
para lloriquear.
— Mira. Tomaset.
El niño le introduce un
dedito en la boca y la niña se queda tranquila.
— ¿De dónde la has
sacado? –Pregunta una de las vecinas que van llegando con curiosidad.
— Tirada en la playa.
Las muchachas cortan con
los dientes el hilo. Llucía, coqueta, mira a Tomaso mientras se coloca bien el
mantón amarillo bordado con flores rojas. Con dos dedos retiene los rizos que
se le sueltan sobre la frente sin dejar que su mirada verde amarillento, se
aparte del muchacho. Llucía ríe con descaro ante el gesto de su compañera.
— ¿Hemos terminado siño
Bertolomeu? –Pregunta Llucía.
El hombre mira a la sonriente
muchacha y a su hijo. Recuerda su cortejo de amor por Nacia.
— Va bien por hoy.
— Siñó Bartolomeu. Nos
vamos a la huerta a por naranjas. ¿Vamos Tomaset?
Tomaso estira los brazos,
besa a su madre y corre detrás de la joven. Las otras dos los siguen. La carita
triste de la Borde sonríe al verlos marchar. Suspira profundo. En silencio
termina de repasar la vela.
— ¿Padre, hay algo más?
— No chiqueta.
— Pues, me voy dentro,
madre. Tengo que hacer la comida para padre.
Se
levanta y camina mirando hacia el suelo. La espalda rota por una patada en la
playa, no le permite mirar de frente el amado rostro de Tomaso.
© Malena Teigeiro
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