Se subió al quicio de la
ventana, sonrió a los árboles y se dejó caer en el césped.
¡Miau! chilló el
gato de su hermana intentando salir de su trasero. Un leve giro dio la libertad
al minino que aprovechó para alejarse.
Se puso en pie sacudiéndose
las hojas que cayeron al suelo formando una alfombra de colores. Nadie se había
enterado de su proeza, nadie le había aplaudido, ni regañado. Era un cero a la izquierda. Lástima
de no haber matado al gato en su caída porque así los demás sabrían de lo que
él era capaz.
© Marieta Alonso Más
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