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jueves, 23 de junio de 2016

Brújulas y Espirales: Amin Maalouf. Las Escalas de Levante

Blog literario de Francisco Martínez Bouzas

LAS ESCALAS DE LEVANTE



Las Escalas de Levante

Amin Maalouf

Traducción de Federico Romero Portilla

Alianza Editorial, Madrid, 2015, 266 páginas


   A pesar de haber nacido en Líbano, Amin Maalouf (Beirut, 1949), está considerado como un autor cuya obra literaria -novelas y ensayos especialmente- están escritos en lengua francesa, mamada posiblemente en su infancia y perfeccionada a partir de 1976, fecha en la que Maalouf pasó a residir en Francia. Amin Maalouf debutó en la narrativa el año 1986 con León el Africano, posiblemente su obra más conocida. Pero de su macrotexto forman parte piezas en las que generalmente ensambla historia y ficción, como Samarcanda (1988), Los jardines de luz (1991), La roca de Tanios (1993, Premio Goncourt), o El viaje de Baldassare (2000). Una de sus obras ensayísticas, Las cruzadas vistas por los árabes (1983) ha contribuido a proyectar su figura sobre todo en Occidente. Premio Príncipe de Asturias de las Letras en el año 2010, y miembro de la Academia Francesa desde junio de 2011, ocupando la silla que antes había pertenecido a Claude Lévi-Strauss.

   Su casa editorial en España, Alianza Editorial, acaba de lanzar al mercado la cuarta edición -esta vez en libro de bolsillo- de Las Escalas de Levante, obra que Amin Maalouf publicó en francés el año 1996. La novela extiende su trama a través de casi todo el siglo XX, desde sus inicios hasta mediados de los años setenta. En la misma, el escritor nos transmite la historia de la familia Ketabdar y sus sucesivas residencias en Turquía, (en la ciudad de Adana), Beirut, Haifa y los periplos franceses de Ossyane Ketabdar, su esposa Gloria y Nadia, la hija de ambos. Sobre sus figuras descansa la parte más importante de la trama argumental. Ossyane Ketabdar es descendiente de Iffett, hija de un sultán turco derrocado y substituido por su sobrino, que al caer en la demencia, contrae matrimonio con su anciano médico, abuelo del protagonista. Un hecho tan escandaloso en aquel contexto cultural y temporal impulsa al matrimonio a establecerse en Anatolia, en Adana. La princesa demente, en contra de la moral vigente, queda embarazada y da a luz un niño, el padre de Ossyane que recibe una educación muy avanzada para la época. Debido a un incidente en el que uno de sus amigos, un armenio, corre peligro, parten hacia el Líbano y se establecen en Beirut, ciudad en la que el nieto del sultán y la hija del amigo contraen matrimonio del que nacerá Ossyane. En su juventud viaja a Francia en el periódo de entreguerras, estudia medicina y, durante la Segunda Guerra Mundial, se integra en la Resistencia, se casa con Clara, una mujer judía, que encarna los ideales revolucionarios e inconformistas que para Ossyane había soñado su padre. Una fatal predestinación le impedirá ser el dueño de su destino y acabará sumiéndolo en la locura.

   En la novela se entrecruzan varios hilos narrativos, con el telón de fondo del siglo XX en el Oriente medio y en Francia. En primer lugar, Maalouf hace ver lo compleja y ardua que puede llegar a ser una historia amorosa en el interior de un matrimonio entre un musulmán y una mujer judía, a pesar de que tal unión matrimonial no estaba anatematizada, especialmente si se trataba de personas de clase adinerada. Concita así mismo la atención lectora la narración de las relaciones intrafamiliares en el “clan” de los Ketabdar, muy alejados de los estereotipos convencionales: padre aristócrata revolucionario, la abuela, una princesa desequilibrada, el hermano un verdadero y ambicioso déspota que mantiene internado a Ossyane para apropiarse de su herencia.

   Las Escalas del Levante, un rótulo literario con el que Maalouf se refiere a las ciudades comerciales que a lo largo de la historia fueron puntos de contacto entre Oriente y Occidente, nos permite divisar desde la ficción un atractivo panorama de la historia de Oriente Medio y de la Francia ocupada, así como del conflicto árabe-israelí. Maalouf transmite esta convulsa historia de forma muy coherente, con un estilo cercano al periodismo; y huyendo en todo momento de la tentación sentimentalista. Sin ser quizás la mejor novela de Amin Maalouf,  merece la pena sumergirnos en esta amalgama de historia y ficción, sabiamente modelada por la pluma del escritor libanés asentado en Francia y en su lengua.


Francisco Martínez Bouzas



                                                      
Amin Maalouf

Fragmentos


“Puesto que, transcurridas las primeras semanas de luto, seguía vagando por los corredores con la misma mirada, con el mismo jadeo, hubo que rendirse a la evidencia: no se trataba de la aflicción normal de quien llora a un ser querido; Iffett, la hija preferida, la niña mimada, tan jovial y tan coqueta, había perdido la razón. Quizá para siempre.

Su madre no tuvo otra alternativa que hacer llamar al viejo doctor Ketabdar. Descendiente de una familia de eruditos, originaria de Persia, era quien atendía a los que mostraban señales de alienación en las grandes mansiones de Estambul; recurrir a él era así mismo una declaración de angustia.

El médico conocía a la paciente. Se habían encontrado seis meses antes, en condiciones totalmente distintas. Al llegar para tratar a un sirviente aquejado de histeria, el médico había oído  a la princesa, al piano. Tocaba un aire vienés y él se había quedado allí a escuchar, de pie, cerca de la puerta. Cuando ella acabó, el le dirigió unas palabras de ánimo en francés. Ella, sonriente, le respondió. Intercambiaron algunas frases y el anciano se marchó, satisfecho. Nunca había olvidado aquel encuentro, aquella música, aquellas manos finas, aquel rostro, aquella voz.”


…..


“Me senté, dignamente, en una silla de la entrada. Rígido, con la maleta entre los pies, como en la sala de espera de una estación. Repentinamente se abrió la puerta. Cuatro hombres de blanco se abalanzaron sobre mí, me agarraron, me ataron, me aflojaron el cinturón. Un pinchazo en las nalgas, y perdí el conocimiento. La última imagen que conservo  es la de un viejo jardinero y su esposa que lloraban. Me acuerdo también de haber llamado en ayuda a mi hermana. Hacía mucho que ya no estaba allí, pero yo no me daba cuenta. Había vuelto a Egipto una semana después de la muerte de nuestro padre. No podía quedarse mucho tiempo lejos de su marido y sus hijos. Si hubiera estado presente, puede que mi hermano no se hubiese atrevido a hacerme lo que hizo.

Aunque en aquellos tiempos ya obraba sólo a su antojo. Nuestra casa familiar era ahora, a los ojos de todos, la suya. La noticia de mi locura se había extendido, supongo, por la ciudad y por todo el país. Con más rapidez que, no hacía mucho, los relatos de mis hazañas en la Resistencia. Salem no debió de tener dificultad en hacer verificar mi incapacidad y conseguir que le nombrasen tutor, lo que le procuró vara alta sobre mi parte de la herencia.

¡Él, el golfo de la familia, mi tutor!

¡Él, que si no hubiera sido por las sucesivas amnistías habría estado aún en prisión por contrabando y asociación de malhechores, mi tutor!

¡He ahí adónde habíamos llegado, uno y otro!

¡He ahí cómo le iba a ir en adelante a la noble casa Ketabdar!”


(Amin Maalouf, Las Escalas de Levante, páginas 28, 197-198)

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