Blog literario de Francisco Martínez Bouzas |
LAS ESCALAS DE LEVANTE
Amin Maalouf
Traducción de
Federico Romero Portilla
Alianza
Editorial, Madrid, 2015, 266 páginas
A pesar de haber nacido en Líbano, Amin Maalouf (Beirut, 1949), está
considerado como un autor cuya obra literaria -novelas y ensayos especialmente-
están escritos en lengua francesa, mamada posiblemente en su infancia y
perfeccionada a partir de 1976, fecha en la que Maalouf pasó a residir en
Francia. Amin Maalouf debutó en la narrativa el año 1986 con León el Africano, posiblemente su obra
más conocida. Pero de su macrotexto forman parte piezas en las que generalmente
ensambla historia y ficción, como Samarcanda
(1988), Los jardines de luz (1991), La roca de Tanios (1993, Premio
Goncourt), o El viaje de Baldassare
(2000). Una de sus obras ensayísticas, Las
cruzadas vistas por los árabes (1983) ha contribuido a proyectar su figura
sobre todo en Occidente. Premio Príncipe de Asturias de las Letras en el año
2010, y miembro de la Academia Francesa desde junio de 2011, ocupando la silla
que antes había pertenecido a Claude Lévi-Strauss.
Su casa editorial en España, Alianza Editorial, acaba de lanzar al
mercado la cuarta edición -esta vez en libro de bolsillo- de Las Escalas de Levante, obra que Amin
Maalouf publicó en francés el año 1996. La novela extiende su trama a través de
casi todo el siglo XX, desde sus inicios hasta mediados de los años setenta. En
la misma, el escritor nos transmite la historia de la familia Ketabdar y sus
sucesivas residencias en Turquía, (en la ciudad de Adana), Beirut, Haifa y los
periplos franceses de Ossyane Ketabdar, su esposa Gloria y Nadia, la hija de
ambos. Sobre sus figuras descansa la parte más importante de la trama
argumental. Ossyane Ketabdar es descendiente de Iffett, hija de un sultán turco
derrocado y substituido por su sobrino, que al caer en la demencia, contrae
matrimonio con su anciano médico, abuelo del protagonista. Un hecho tan
escandaloso en aquel contexto cultural y temporal impulsa al matrimonio a
establecerse en Anatolia, en Adana. La princesa demente, en contra de la moral
vigente, queda embarazada y da a luz un niño, el padre de Ossyane que recibe
una educación muy avanzada para la época. Debido a un incidente en el que uno
de sus amigos, un armenio, corre peligro, parten hacia el Líbano y se
establecen en Beirut, ciudad en la que el nieto del sultán y la hija del amigo
contraen matrimonio del que nacerá Ossyane. En su juventud viaja a Francia en
el periódo de entreguerras, estudia medicina y, durante la Segunda Guerra
Mundial, se integra en la Resistencia, se casa con Clara, una mujer judía, que
encarna los ideales revolucionarios e inconformistas que para Ossyane había
soñado su padre. Una fatal predestinación le impedirá ser el dueño de su
destino y acabará sumiéndolo en la locura.
En la novela se entrecruzan varios hilos narrativos, con el telón de
fondo del siglo XX en el Oriente medio y en Francia. En primer lugar, Maalouf
hace ver lo compleja y ardua que puede llegar a ser una historia amorosa en el
interior de un matrimonio entre un musulmán y una mujer judía, a pesar de que
tal unión matrimonial no estaba anatematizada, especialmente si se trataba de
personas de clase adinerada. Concita así mismo la atención lectora la narración
de las relaciones intrafamiliares en el “clan” de los Ketabdar, muy alejados de
los estereotipos convencionales: padre aristócrata revolucionario, la abuela,
una princesa desequilibrada, el hermano un verdadero y ambicioso déspota que
mantiene internado a Ossyane para apropiarse de su herencia.
Las Escalas del Levante, un
rótulo literario con el que Maalouf se refiere a las ciudades comerciales que a
lo largo de la historia fueron puntos de contacto entre Oriente y Occidente,
nos permite divisar desde la ficción un atractivo panorama de la historia de
Oriente Medio y de la Francia ocupada, así como del conflicto árabe-israelí.
Maalouf transmite esta convulsa historia de forma muy coherente, con un estilo
cercano al periodismo; y huyendo en todo momento de la tentación sentimentalista.
Sin ser quizás la mejor novela de Amin Maalouf, merece la pena sumergirnos en esta amalgama de
historia y ficción, sabiamente modelada por la pluma del escritor libanés
asentado en Francia y en su lengua.
Francisco Martínez Bouzas
Fragmentos
“Puesto que, transcurridas las primeras
semanas de luto, seguía vagando por los corredores con la misma mirada, con el
mismo jadeo, hubo que rendirse a la evidencia: no se trataba de la aflicción
normal de quien llora a un ser querido; Iffett, la hija preferida, la niña
mimada, tan jovial y tan coqueta, había perdido la razón. Quizá para siempre.
Su madre no tuvo otra alternativa que
hacer llamar al viejo doctor Ketabdar. Descendiente de una familia de eruditos,
originaria de Persia, era quien atendía a los que mostraban señales de
alienación en las grandes mansiones de Estambul; recurrir a él era así mismo
una declaración de angustia.
El médico conocía a la paciente. Se
habían encontrado seis meses antes, en condiciones totalmente distintas. Al
llegar para tratar a un sirviente aquejado de histeria, el médico había
oído a la princesa, al piano. Tocaba un
aire vienés y él se había quedado allí a escuchar, de pie, cerca de la puerta.
Cuando ella acabó, el le dirigió unas palabras de ánimo en francés. Ella,
sonriente, le respondió. Intercambiaron algunas frases y el anciano se marchó,
satisfecho. Nunca había olvidado aquel encuentro, aquella música, aquellas
manos finas, aquel rostro, aquella voz.”
…..
“Me senté, dignamente, en una silla de
la entrada. Rígido, con la maleta entre los pies, como en la sala de espera de
una estación. Repentinamente se abrió la puerta. Cuatro hombres de blanco se
abalanzaron sobre mí, me agarraron, me ataron, me aflojaron el cinturón. Un
pinchazo en las nalgas, y perdí el conocimiento. La última imagen que
conservo es la de un viejo jardinero y
su esposa que lloraban. Me acuerdo también de haber llamado en ayuda a mi
hermana. Hacía mucho que ya no estaba allí, pero yo no me daba cuenta. Había
vuelto a Egipto una semana después de la muerte de nuestro padre. No podía
quedarse mucho tiempo lejos de su marido y sus hijos. Si hubiera estado
presente, puede que mi hermano no se hubiese atrevido a hacerme lo que hizo.
Aunque en aquellos tiempos ya obraba sólo
a su antojo. Nuestra casa familiar era ahora, a los ojos de todos, la suya. La
noticia de mi locura se había extendido, supongo, por la ciudad y por todo el
país. Con más rapidez que, no hacía mucho, los relatos de mis hazañas en la
Resistencia. Salem no debió de tener dificultad en hacer verificar mi
incapacidad y conseguir que le nombrasen tutor, lo que le procuró vara alta
sobre mi parte de la herencia.
¡Él, el golfo de la familia, mi tutor!
¡Él, que si no hubiera sido por las
sucesivas amnistías habría estado aún en prisión por contrabando y asociación
de malhechores, mi tutor!
¡He ahí adónde habíamos llegado, uno y
otro!
¡He ahí cómo le iba a ir en adelante a
la noble casa Ketabdar!”
(Amin Maalouf, Las Escalas de Levante, páginas 28,
197-198)
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