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jueves, 1 de septiembre de 2016

Amantes de mis cuentos: La estrella que me guía

Naipes del Tarot. La Estrella 

Acabo de cumplir ochenta años sin darme cuenta. Sentado en un banco de madera espero en la puerta del colegio a mi nieto. Sale siempre corriendo y como temo que con ese ímpetu me haga caer, procuro no levantarme hasta que me abraza y me besa. ¡Vaya! Para llevarme la contraria, hoy viene despacio mirando un lagarto que trae en la mano. Con esa cara de pillo es igualito a mí cuando tenía su edad. No duda en lanzarme el saurio a los pies y tengo que agacharme para recogerlo. Él tenía que salir corriendo detrás de las palomas.  

Nos vamos a casa y le doy de merendar. Comienza hacer los deberes y yo me siento en mi sillón preferido a la espera de sus padres. Sin darme cuenta la cabeza se me va a sesenta años antes. Siendo un emigrante sin techo amanecí un día con tal hambre que me abracé a un bolso y salí corriendo. ¡Ay, de mí! Lo único que encontré fue una cartera con unos céntimos que no llegaban a la peseta, una foto con dos niños y unas cartas del Tarot con su libro de instrucciones. Por inercia, barajé los naipes. Saqué una. Resultó ser la de una muchacha desnuda, arrodillada frente a un riachuelo vertiendo agua de dos jarras. En el cielo hay ocho estrellas con ocho rayos cada una, la más grande podría ser la de los Magos, me dije. Busco el significado ¡Caray! El sol brilla en mi camino y yo sin enterarme. Si hasta la esperanza la tengo detrás de mí. Tantas estrellas de ocho puntas debe ser bueno. Pinto un ocho en horizontal en la esquina inferior derecha para que se convierta en el símbolo del infinito. ¿Será mi día de suerte?

Como todo es cuestión de actitud decido devolver el bolso a la propietaria. ¡Total para lo que hay! Solo me guardo esa carta en el bolsillo, junto al corazón. Regreso al parque, la anciana está relatando su pérdida a otros amantes del sol, va muy bien vestida y me recibe con llantos y abrazos. Su mayor tesoro era la foto. Me premia con quinientas pesetas que se sacó de una faltriquera muy bien disimulada. Para mí aquello era una fortuna, y de la alegría me ofrecí para cualquier trabajo, de cuidador, sin ir más lejos.

Se quedó pensativa y preguntó dónde podría hallarme. Su voz tan dulce me desmoronó. Miré a ambos lados, sentí vergüenza al contestar que dormía en una esquina de la Puerta de Alcalá, la más cercana a la calle Alfonso XII. ¡Vamos!, que allí tiene su casa, me pareció educado decirle. No tuve necesidad de seguir hablando. Aquella mujer me llevó al Banco del Comercio, que hoy ya no existe, y preguntó por su hijo. Le habló tan bien de mí que esa misma mañana comencé a trabajar como mozo de limpieza.

Busqué una pensión. Me puse a estudiar por las noches. Ascendí a otra categoría y a otra más. Me casé con la secretaria del director y formé una familia de la que el último vástago es mi nieto al que hoy, por si me muero mañana, le voy a entregar esta carta que tanta suerte me ha dado en la vida. 





© Marieta Alonso Más 

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