Silla romana. Cátedra |
Todo está en el saber
popular. Se oye decir: «Que lo que puedas hacer de pie, hazlo sentado y si no
tumbado». Eso me conduce a la palabra poltrona que procede de «poltrón» que
significa «vago».
Lo habitual en el mundo
antiguo era sentarse en el suelo cruzando las piernas por delante, a lo
oriental o en forma de loto. Se comenta que es la mejor forma de estar sentado,
y me pregunto ¿Por qué entonces se inventa la silla? ¿Por qué su inventor ha
quedado en el anonimato? Quizás la necesidad de demostrar un cargo de
importancia, de evidenciar su poder, de estar a un nivel más alto que los demás
o la frialdad del suelo… que todo es posible. Para la segunda pregunta a lo
mejor el inventor no querría pasar a la posteridad como aquél holgazán que no
queriendo estar en pie tuvo una idea feliz o le daban calambres en las piernas
con la postura original. A saber.
A nivel etimológico silla procede
del latín «sella» que significa asiento. Gonzalo de Berceo utiliza la forma
actual a principios del siglo XIII. Se cree que aparece en Egipto unos veintiún
siglos antes de Cristo. Eran más altas que las sillas actuales y se requería
una banqueta para que no colgaran los pies de quienes se sentaba en ellas.
El sillón ceremonial del
joven faraón Tutankamón está fabricado en madera y oro con jeroglíficos y
símbolos, entre los que destaca la iconografía del dios Heh, dios del espacio
infinito y de la eternidad. Tallado en el respaldo aparece como un hombre
arrodillado sobre el símbolo del oro, con una cruz en su brazo y sujetando en
sus manos dos hojas de palmera.
También los asirios conocieron la silla. En uno de los
bajorrelieves de Koyundjik se ve al rey Asurbanipal y a la
reina, comiendo sentados en sillas altas de madera tallada con adornos de
marfil a los lados. Era un tipo de mueble destinado a las más altas esferas
sociales y para las ocasiones solemnes.
En la antigua Grecia la
primera silla data del año 600 a.C. Solían fabricarse en mármol y adornadas con
esfinges. Homero cita la silla de Penélope que era de marfil y plata. Aunque no nos ha llegado ninguna silla griega, las pinturas de algunos
vasos y de numerosos relieves permiten afirmar que hubo gran variedad de ellas.
Hay que decir sin embargo que en el mundo grecolatino lo normal era comer
recostados, no sentados; también se solía trabajar de esa manera cuando era
posible. Cuenta Hesiquio de Mileto, en el siglo V, que los atenienses gustaban
de hacerse llevar de un sitio a otro por sus esclavos en una silla en forma de «X» cuyo asiento consistía en un almohadón.
Los romanos designaban con el término sella a cualquier tipo
de silla sin respaldo. Las que lo tenían se llamaban cátedra. Se
sabe que las había en el palacio del emperador César Augusto. También se
sentaba en una silla el naturalista e historiador latino Plinio el Joven. En
las aulas solía sentarse en silla el maestro, también el sacerdote en el
templo. En los relieves y pinturas de Pompeya, Herculano y Estravia, ciudades
sepultadas por las cenizas del Vesubio en el año 79, se puede ver el tipo
de sillas empleadas en la época. Predominaba la de respaldo curvo y la de
tijera.
En el caso de los chinos se comenzó a usar durante la dinastía Tang
(618-907) y para el siglo XII en China la silla era usada por toda la sociedad,
caso curioso para oriente donde aún hoy nos los imaginamos sentados en
cuclillas.
En la Edad Media la silla
siguió denotando el poder político y eclesiástico. Muestra de ello es la «Silla
de los Jueces» del siglo XIII, en el museo provincial de Burgos y el sillón
episcopal que fue usado en 1982 por el papa Juan Pablo II en su visita al
Castillo de Javier.
Es
en el siglo XVI cuando la silla se convierte en un mueble de uso común. Las sillas de rejilla
aparecieron a finales del siglo XVI, algunos creen que en Francia y otros que
en Andalucía; después vino la silla de paja o anea.
Cuanto
más trabajada la madera mayor era el esplendor de su ocupante. El barroco
francés es buena prueba de ello.
Luis XIII, rey de Francia
desde 1610, que confió su gobierno al cardenal Richelieu, tuvo varios tipos de
sillones que llevan su nombre: con asiento bajo para el trabajo o las comidas,
el de descanso con el asiento más alto y ligeramente invertido hacia atrás y
cubiertos de tela, tapicería o cuero. Las patas de madera vuelta, los brazos
rectos y planos. El soporte en forma de H.
Luis XIV, el Rey Sol de
Francia desde 1643, el que se casó con María Teresa de España por lo que
participó en la guerra de sucesión española a favor de su nieto Felipe de
Anjou, no podía ser menos. Su sillón tiene el asiento más elevado y más
invertido hacia atrás. La base se amplía y se profundiza. Las patas con la
forma hueso de oveja tiene gran éxito. El soporte en forma de X. El apoyabrazos
es más ondulado.
El modelo Regencia, entre
1715 y 1723, gana en comodidad y en belleza. El asiento es más bajo y su parte
superior se redondea. Anuncia el estilo Luis XV, que fue rey de Francia desde 1715. Es a
partir de 1723 cuando el uso de la silla empieza a ser práctico, más cómodo
gracias al asiento cóncavo. Los apoyos de los brazos retroceden más. Se arquean
los pies y comienzan los muebles en tonos claros.
En la España del siglo X, como se deduce de las ilustraciones de códices de
la época, aparece a menudo una silla de patas rectas y respaldo sencillo
formada por dos palos con sus boliches y un travesaño en diagonal que sube
desde el asiento. No era infrecuente la silla tapizada ni la de tijera pintada
en parte de verde con adornos blancos simulando incrustaciones de marfil. Muchas
de las sillas que nos han llegado de los siglos XI y XII están tapizadas, y
entre las telas preferidas destaca las de color rosa. La generalización de su
uso no llegó hasta pasado el Renacimiento. En España se fabricaron desde el
siglo XVI sillas de graciosas formas, bien talladas, con palos torneados y
guarnecidas con cueros labrados o guadameciles: Felipe II gustaba de ellas, y
se conserva algún ejemplar en el monasterio de El Escorial. También podían
tapizarse con terciopelo carmesí, en cuyo caso se adornaban con flecos de
pasamanería y clavos dorados, como las que se ven en algunos cuadros de la
época.
A medida que pasan los años la silla, el sillón
pierde sinuosidad, hasta llegar a nuestros días en que la evolución se hace
patente en cuanto al diseño y funcionalidad. Se usan distintos materiales:
madera, acero, hierro forjado, metacrilato, cuero, rejilla, anea, fibras
sintéticas… Incluso tiene sistemas motorizados.
Cuenta la leyenda y en
ellas la verdad histórica suele ser irrelevante que el «Sillón del diablo» se
encuentra en el Museo de Valladolid, en la sala número catorce, con una cinta
que disuade a los visitantes a sentarse en él.
En otros tiempos estuvo
colgado a una respetable altura y boca abajo en la sacristía de la Capilla
Universitaria para que nadie cometiera la insensatez de utilizarlo.
En 1948 el profesor
universitario Saturnino Rivera Manescau recogió y publicó la maldición que pesa
sobre este sillón frailero del siglo XVI.
El sillón perteneció al
licenciado Andrés de Proaza, un médico con fama de realizar notables curaciones
y que asistía a las clases de Alfonso Rodríguez de Guevara, prestigioso
cirujano granadino que impartió durante veinte meses sus lecciones de disección
y estudio anatómico de cadáveres.
La primera cátedra de
anatomía de España se estableció en Valladolid allá por el año 1550.
Se murmuraba que Proaza ejercitaba
la magia en el sótano de su casa, de la calle de Esgueva, pues se escuchaban
gemidos en la oscuridad de la noche y la corriente del río que daba a la
trasera de la casa iba teñida de rojo. Además un niño había desaparecido
Andrés de Proaza durante el
proceso aseguró que no había practicado la hechicería pero alertó de que tenía
un sillón que le había regalado un nigromante de Navarro. Sentándose en él se
recibían «luces sobrenaturales para la curación de enfermedades» pero si la
persona que osara sentarse tres veces en él, no fuera médico, moriría. Le
ahorcaron y sus bienes fueron a parar a un trastero de la universidad.
Pasó el tiempo y un bedel
encontró el sillón y se lo llevó para descansar durante la larga jornada
laboral. A los tres días le hallaron muerto. El bedel que lo sustituyó corrió
la misma suerte. Los dos murieron entre los brazos del sillón. Fue cuando se
acordaron de las palabras de Proaza.
Al ser derribado el antiguo
edificio de la Universidad, el Sillón del diablo pasó a formar parte de las
colecciones del Museo Provincial en 1890.
«Es
una silla de brazos de roble con asiento y respaldo de cuero trabajados con
dibujos, con la particularidad de que es desmontable», describe la directora
del museo, que añade: «Tiene dibujos geométricos, pero no hay nada cabalístico en ella».
Hay muchas personas que
dicen no creer en la leyenda pero ellos mismos se aconsejan que «lo mejor de
los dados, es no jugarlos».
Otros, en cambio, han pedido permiso para pasar la
noche sentado en el sillón, petición que ha sido denegada.
Quizás la negativa no sea por
razones humanitarias ya que todos sabemos que no se deben tocar los objetos de
un museo.
El sillón del Diablo Palacio de Fabio Nelli (Valladolid) |
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