La chica abrió los
ojos. Le
costó lo suyo hacerlo, pues era como si las pestañas se le hubieran convertido
en plomo y los párpados en puro diamante. Cuando lo consiguió se sentó en la
cama, confusa. La oscuridad era total, tan solo rota por dos líneas amarillas
que brillaban en la mesilla de noche. Se trataba de su despertador, aquel
odioso aparato que la anclaba a las responsabilidades.
Observó el artilugio
y comprendió que eran las seis de la mañana. Demasiado temprano, o demasiado
tarde, porque se había acostado hacía tres escasas horas. O eso recordaba. Le
dolía la cabeza, como si dos diminutos taladros trabajasen a pleno
rendimiento en sus sienes. Se las masajeó pero fue inútil. No debería haberse
bebido todo aquel whisky.
A tientas se puso de
pie y corrió al baño, donde se enjuagó la cara y el interior de la boca,
notando un agrio sabor en la lengua. Al menos no sentía deseos de vomitar.
A nadie le gusta pasar el domingo antes de regresar al trabajo tras las
vacaciones sin poder apartarse del inodoro. Se observó en el espejo, tenía
ojeras, el cabello revuelto y un arañazo en el brazo. Recuerdo de una caída de
la noche anterior, que fue reconstruyendo poco a poco en su cabeza.
De pronto sus ojos
se abrieron algo más de lo habitual y se llevó una mano a los labios. El golpe
había sido el preámbulo de algo más. Desnuda como estaba, justo entonces se
percató de ello, regresó a la alcoba y encendió la luz de un manotazo: había
alguien más en su cama que se quejaba con voz ronca. Intentó decirle algo, pero
fue incapaz. ¿Con qué derecho podía echar de su casa a alguien a quien había
invitado a pasar la noche?
Tuvo deseos de
echarse a llorar, pero entonces oyó su nombre en la voz del hombre que ahora la
miraba. De la lágrima a la carcajada en un segundo. De la euforia a la
serenidad, ¿tal vez a la felicidad?, en un abrir y cerrar de ojos.
Porque el tipo que la miraba desde el lecho que habían compartido la noche
anterior no era sino el muchacho del que llevaba enamorada prácticamente toda
su vida.
Sí, a veces los
sueños acaban por cumplirse y las casualidades o tal vez el destino pueden
convertirse en cómplices de nuestros anhelos.
© M. J. Pérez
No hay comentarios:
Publicar un comentario