La capa española, un tanto
de capa caída
En Ciudad Real existe una
Asociación de Amigos de la Capa que es veterana y agrupa a gentes diversas. Son
varias decenas de entusiastas…. Mas, sumando los de la capital a los de la
provincia, tal vez, desgraciadamente, no queden en este ámbito más de un par de
centenares de capistas…
Triste, sí. La castiza capa
española, que hasta tiene bellamente su «Día»,
va en declive… Casi todos los años y desde hace varios, cuando asoma el
invierno, formulamos nuestra pregunta a los veteranos de los lugares de nuestra
constante singladura, y en mayor medida, de los manchegos:
-Oiga,
tío Romualdo, ¿cuántas capas se ven todavía en la villa?
Y el tío Romualdo, o el
hermano Zacarías, o el hidalgo don Nicolás, nos suelen contestar,
indefectiblemente:
-Pocas,
amigo, pocas… La gente de ahora es muy «descastá» y
no la cree cómoda, sobre todo a la hora de montar en un cacharro.
Desde luego, éste es el mayor
obstáculo que la capa ofrece hoy por hoy. Pero es que muchos no se dan cuenta
de que si la capa no es idónea para tripular una «moto» o
meterse célere en un «utilitario», sí
que lo es, y muy salada a mayor abundamiento, para vestir, para ir de paseo,
para acudir a una reunión, a una función de teatro… Es o debe ser en tales
casos oportuna, garbona, elegante, señorial y, por supuesto, caballeresca,
ahora, remontando el XX, como en el XVI, en que alcanzó su máximo predicamento.
Sí, en todo eso que decimos y en veinte circunstancias más, y nadie será capaz
de negarlo aunque la prenda no esté actualmente en órbita.
Pero estamos seguros de que
volverá la capa (cuya paremiografía, no obstante, se ha mantenido a lo largo
del tiempo), porque vendrá con la moda misma, que es la que trae todo lo nuevo
o lo que fue. Solo falta que en alguna parte brote el chispazo en la juventud y
contagie a los demás, incluso a los menos jóvenes y a los maduros que
desertaron de tan gentil atavío. La capa no estará solo en los armarios, en las
cómodas y arcones, con bolas de naftalina y a veces cerca e infiltrándose del
penetrante aroma del azafrán o los cominos; no vendrá únicamente para que las
mujeres, en los carnavales, se las pongan encima y por eso de que una buena
capa todo lo tapa… o para que cuatro mocitos las resuciten en la noche de
jarana.
La capa ha de volver por
sus fueros -y
vuelos-
limpiamente, y su aire ha de prestar entidad y esteticismo al hombre, galán u
otoñal, y su embozo ha de conferir tibieza y distinción a los cuellos
varoniles. Ha de ser así, porque la moda no es que vuelva, sino que trae,
además de lo que nunca existió, aquello que existió antaño y merece la pena
recobrar.
De cualquier modo, pocas «pañosas»
se
han destruido en nuestros hogares. Quien pudo pensar en hacerse otra prenda con
una capa se arrepintió presto y volvió a guardarla como una reliquia. Ya es
sintomático de su prestigio y hasta de sus puntillos de veneración. Cualquier
día, quizá el invierno próximo, surja la «novedad» de
la capa española y falten fábricas para hacer paños y sastres para
confeccionar. ¡Ah! Conste que no estamos pretendiendo su propaganda; solo hablamos
en nombre de los enamorados de su gracia. Y porque, también, antojásenos
absurdo que no tenga hoy una utilización como la ha tenido, con las naturales
variantes, desde tan remotas calendas.
Nadie aspirará a que la
capa nos cubra siempre nuestras más o menos jacarandosas humanidades. Ni lo
permite la actividad viajera de los «homos» actuales,
ni por estolidez hemos de imitar al personaje de «La
rosa del azafrán»:
¡Mira qué guapa,
Lo que tú me
propones no me s’escapa,
Que vaya to el
verano
Con esta capa, con
esta capa!
Pero sí nos satisfará que la vigencia de la «pañosa» torne a nosotros
masivamente, sin discriminaciones de ningún tipo. Hay en ella, dentro o fuera
de múltiples otras consideraciones, un hechizo, un sutil encanto, un
romanticismo como no se da en las gabardinas y gabanes. Y verdaderamente
nuestra vida de relación y de estar tiene oportunidades para echársela a los
hombros y lucirla y lucirnos.
En tanto esto llega, ¡ay!, tenemos
provincias donde apenas si quedarán doscientos incondicionales prácticos.
© Miguel García de Mora. Escritor
Diciembre 1979
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