lunes, 25 de septiembre de 2017

Luis Miguel de Mora García (Lumigarmo): Crónicas de mi padre IV









La capa española, un tanto de capa caída











En Ciudad Real existe una Asociación de Amigos de la Capa que es veterana y agrupa a gentes diversas. Son varias decenas de entusiastas…. Mas, sumando los de la capital a los de la provincia, tal vez, desgraciadamente, no queden en este ámbito más de un par de centenares de capistas…

Triste, sí. La castiza capa española, que hasta tiene bellamente su «Día», va en declive… Casi todos los años y desde hace varios, cuando asoma el invierno, formulamos nuestra pregunta a los veteranos de los lugares de nuestra constante singladura, y en mayor medida, de los manchegos:

-Oiga, tío Romualdo, ¿cuántas capas se ven todavía en la villa?

Y el tío Romualdo, o el hermano Zacarías, o el hidalgo don Nicolás, nos suelen contestar, indefectiblemente:

-Pocas, amigo, pocas… La gente de ahora es muy «descastá» y no la cree cómoda, sobre todo a la hora de montar en un cacharro.

Desde luego, éste es el mayor obstáculo que la capa ofrece hoy por hoy. Pero es que muchos no se dan cuenta de que si la capa no es idónea para tripular una «moto» o meterse célere en un «utilitario», sí que lo es, y muy salada a mayor abundamiento, para vestir, para ir de paseo, para acudir a una reunión, a una función de teatro… Es o debe ser en tales casos oportuna, garbona, elegante, señorial y, por supuesto, caballeresca, ahora, remontando el XX, como en el XVI, en que alcanzó su máximo predicamento. Sí, en todo eso que decimos y en veinte circunstancias más, y nadie será capaz de negarlo aunque la prenda no esté actualmente en órbita.

Pero estamos seguros de que volverá la capa (cuya paremiografía, no obstante, se ha mantenido a lo largo del tiempo), porque vendrá con la moda misma, que es la que trae todo lo nuevo o lo que fue. Solo falta que en alguna parte brote el chispazo en la juventud y contagie a los demás, incluso a los menos jóvenes y a los maduros que desertaron de tan gentil atavío. La capa no estará solo en los armarios, en las cómodas y arcones, con bolas de naftalina y a veces cerca e infiltrándose del penetrante aroma del azafrán o los cominos; no vendrá únicamente para que las mujeres, en los carnavales, se las pongan encima y por eso de que una buena capa todo lo tapa… o para que cuatro mocitos las resuciten en la noche de jarana.

La capa ha de volver por sus fueros -y vuelos- limpiamente, y su aire ha de prestar entidad y esteticismo al hombre, galán u otoñal, y su embozo ha de conferir tibieza y distinción a los cuellos varoniles. Ha de ser así, porque la moda no es que vuelva, sino que trae, además de lo que nunca existió, aquello que existió antaño y merece la pena recobrar.

De cualquier modo, pocas «pañosas» se han destruido en nuestros hogares. Quien pudo pensar en hacerse otra prenda con una capa se arrepintió presto y volvió a guardarla como una reliquia. Ya es sintomático de su prestigio y hasta de sus puntillos de veneración. Cualquier día, quizá el invierno próximo, surja la «novedad» de la capa española y falten fábricas para hacer paños y sastres para confeccionar. ¡Ah! Conste que no estamos pretendiendo su propaganda; solo hablamos en nombre de los enamorados de su gracia. Y porque, también, antojásenos absurdo que no tenga hoy una utilización como la ha tenido, con las naturales variantes, desde tan remotas calendas.

Nadie aspirará a que la capa nos cubra siempre nuestras más o menos jacarandosas humanidades. Ni lo permite la actividad viajera de los «homos» actuales, ni por estolidez hemos de imitar al personaje de «La rosa del azafrán»:

¡Mira qué guapa,
Lo que tú me propones no me s’escapa,
Que vaya to el verano
Con esta capa, con esta capa!

Pero sí nos satisfará que la vigencia de la «pañosa» torne a nosotros masivamente, sin discriminaciones de ningún tipo. Hay en ella, dentro o fuera de múltiples otras consideraciones, un hechizo, un sutil encanto, un romanticismo como no se da en las gabardinas y gabanes. Y verdaderamente nuestra vida de relación y de estar tiene oportunidades para echársela a los hombros y lucirla y lucirnos.

En tanto esto llega, ¡ay!, tenemos provincias donde apenas si quedarán doscientos incondicionales prácticos.


© Miguel García de Mora. Escritor 

Diciembre 1979

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