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domingo, 19 de noviembre de 2017

Luis Miguel García de Mora (Lumigarmo): Crónicas de mi padre V

Imagen de la Torre de San Miguel




¡Ahí está, ahí está!




Desde «La Celestina» a la Puebla de Montalbán











La última adaptación de «La Celestina» representada en el madrileño teatro de la Comedia, nos puso una vez más en relación con su inmortal autor, Fernando de Rojas, y, por extensión obligada, con la patria chica de éste, la Puebla de Montalbán…

Y así, concatenando cosas, motivos y lugares, hemos dulcemente caído una vez más en este pueblo -pueblo, puebla- que baña el toledano Tajo y que siempre nos proyecta mensajes para que la visitemos y la amemos.

Antes, empero, de internarnos por ella, la curiosa novedad: en la Puebla existe, y funciona magníficamente, una nutrida sociedad de pescadores con nombre de pez, que, gracias a las linfas del padre río y del cercano embalse, presta una amable recreación deportiva al ambiente puebleño.

Esta actividad da algo más que comentar a la gente, una versión novedosa y sedante de la vida que corre y que sin duda aclara horizontes de nebulosidad económica, disipando, siquiera sea pasajeramente, malos humores por el paro, la emigración y demás aspectos negativos como nos depara la existencia, nunca plenamente feliz para todos…

Al margen de ello, que no es poco, ahí está, ahí está, otra historia y otras presencias que no son mancas aun comparándolas, en la realidad y en la canción de moda, con la simbólica puerta de Alcalá de la capital de España.

Ahí está, abierta de par en par, la puerta de Puebla de Montalbán, que ya viene de la Edad del Bronce, con sus siglos tangibles reposando en el castillo medieval, que no se restaura, pero que no desaparece… Una fortaleza que como tantas otras de lueñes candelas aporta una nota más de vetustez y significación a la villa. ¿Qué núcleo, con un vestigio de tal naturaleza, no se siente orgulloso de su ayer, por eso de que del recuerdo «también» se vive?

Y además, con su Plaza Mayor, epicentro del caserío, alma y corazón de esta espléndida ciudadanía. Las plazas mayores son el cogollo, el perfume y el amor de los pueblos y de las ciudades, lo más noble, lo más definidor y lo que más busca el viajero sensible. La Plaza Mayor de la Puebla está también ahí, ahí está… para quien la quiera saborear como el mejor vino solera, con su macizo y a la vez airoso tipismo.

Unos amigos nos llevan a la ya conocida iglesia parroquial de la Virgen de la Paz, que aturde y sobrecoge, como impresiona y embelesa la torre de San Miguel, acaso una de las más bellas de la región y proclamada «altiva altura» por entendidos y profanos. Es una edificación como para raptarla físicamente pero que, al no poder ser así. ¡qué lástima!, la aprehendemos con la magia del pensamiento.

Hay calles con casas blasonadas, con escudos de títulos e hijosdalgos; y un antiguo hospital de la Caridad que retrotrae robustas vivencias; y una mansión palacial de los Osuna que igualmente nos alarga un retazo, con su friso feudal, de hondas épocas seculares.

Por acá y por allá, seres que bullen, que gozan, que sufren, que insisten en el campo, que trabajan en pequeñas fábricas y talleres, que cada día van y vienen de otras localidades en busca del sustento, al no hallarlo en los propios límites… Seres que todo lo merecen y todo lo esperan… Hay, asimismo, realidades y proyectos, porque no todo es lapidariamente positivo ni adverso… Y hay también, ¡y que no falten nunca!, grandes ilusiones en la juventud, muchas ilusiones, muchas esperanzas… Hemos de sobrevivir y hay que extender una carta de crédito para el futuro… ¡Súrsum corda!

Prendidos en la Puebla de Montalbán, admirando, comentando, suponiendo, sugiriendo… con un limpio tintillo reconfortante sobre la mesa han transcurrido las horas felices… Al fin, hay que desandar el camino de la capital, Toledo. Pero con plomo en el ala, bendiciendo que «La Celestina», un teatro de Madrid, nos amistara de nuevo con Fernando de Rojas, hijo ilustrísimo de la Puebla de Montalbán, y determinase -la vida es así- un gratísimo desplazamiento a la tierra donde nació, que también, doblemente, hemos de bendecir con la máxima unción.

Avistando la ciudad imperial, todavía hacíamos nuestra la canción: ahí está, ahí está…, ahí queda, Tajo adelante, un  pueblo hermoso, histórico, monumental, asequible, casi fraterno, como lo son tantos otros de nuestra geografía… y acreedor, como tantos otros, a la mayor suerte del mundo.


© Miguel García de Mora. Escritor.
8 de junio de 1988
Diario Lanza

   

Miguel García de Mora Gallego, «El narrador de La Mancha» nació en Manzanares en 1916 y murió en La Solana en 2013. Llega a este Blog de la mano de su hijo Luis Miguel que lo define como un hombre sencillo y un periodista incansable. Para su hija Gloria, su padre, fue un manchego de pro, de franqueza campechana y corazón abierto, que se sintió Quijote y Sancho en extraña confusión. 


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