¡Ahí está, ahí está!
Desde «La Celestina» a la Puebla de Montalbán
La última adaptación de «La Celestina» representada en el madrileño teatro de la Comedia, nos puso una vez más en relación con su inmortal autor, Fernando de Rojas, y, por extensión obligada, con la patria chica de éste, la Puebla de Montalbán…
Y así, concatenando cosas,
motivos y lugares, hemos dulcemente caído una vez más en este pueblo -pueblo, puebla- que baña el toledano Tajo
y que siempre nos proyecta mensajes para que la visitemos y la amemos.
Antes, empero, de
internarnos por ella, la curiosa novedad: en la Puebla existe, y funciona
magníficamente, una nutrida sociedad de pescadores con nombre de pez, que,
gracias a las linfas del padre río y del cercano embalse, presta una amable
recreación deportiva al ambiente puebleño.
Esta actividad da algo más
que comentar a la gente, una versión novedosa y sedante de la vida que corre y
que sin duda aclara horizontes de nebulosidad económica, disipando, siquiera
sea pasajeramente, malos humores por el paro, la emigración y demás aspectos
negativos como nos depara la existencia, nunca plenamente feliz para todos…
Al margen de ello, que no
es poco, ahí está, ahí está, otra historia y otras presencias que no son mancas
aun comparándolas, en la realidad y en la canción de moda, con la simbólica
puerta de Alcalá de la capital de España.
Ahí está, abierta de par en
par, la puerta de Puebla de Montalbán, que ya viene de la Edad del Bronce, con
sus siglos tangibles reposando en el castillo medieval, que no se restaura,
pero que no desaparece… Una fortaleza que como tantas otras de lueñes candelas
aporta una nota más de vetustez y significación a la villa. ¿Qué núcleo, con un
vestigio de tal naturaleza, no se siente orgulloso de su ayer, por eso de que
del recuerdo «también» se
vive?
Y además, con su Plaza
Mayor, epicentro del caserío, alma y corazón de esta espléndida ciudadanía. Las
plazas mayores son el cogollo, el perfume y el amor de los pueblos y de las
ciudades, lo más noble, lo más definidor y lo que más busca el viajero
sensible. La Plaza Mayor de la Puebla está también ahí, ahí está… para quien la
quiera saborear como el mejor vino solera, con su macizo y a la vez airoso
tipismo.
Unos amigos nos llevan a la
ya conocida iglesia parroquial de la Virgen de la Paz, que aturde y sobrecoge,
como impresiona y embelesa la torre de San Miguel, acaso una de las más bellas
de la región y proclamada «altiva altura»
por entendidos y profanos. Es una edificación como para raptarla físicamente
pero que, al no poder ser así. ¡qué lástima!, la aprehendemos con la magia del
pensamiento.
Hay calles con casas
blasonadas, con escudos de títulos e hijosdalgos; y un antiguo hospital de la
Caridad que retrotrae robustas vivencias; y una mansión palacial de los Osuna
que igualmente nos alarga un retazo, con su friso feudal, de hondas épocas
seculares.
Por acá y por allá, seres
que bullen, que gozan, que sufren, que insisten en el campo, que trabajan en
pequeñas fábricas y talleres, que cada día van y vienen de otras localidades en
busca del sustento, al no hallarlo en los propios límites… Seres que todo lo
merecen y todo lo esperan… Hay, asimismo, realidades y proyectos, porque no
todo es lapidariamente positivo ni adverso… Y hay también, ¡y que no falten
nunca!, grandes ilusiones en la juventud, muchas ilusiones, muchas esperanzas…
Hemos de sobrevivir y hay que extender una carta de crédito para el futuro… ¡Súrsum
corda!
Prendidos en la Puebla de
Montalbán, admirando, comentando, suponiendo, sugiriendo… con un limpio
tintillo reconfortante sobre la mesa han transcurrido las horas felices… Al fin,
hay que desandar el camino de la capital, Toledo. Pero con plomo en el ala,
bendiciendo que «La Celestina»,
un teatro de Madrid, nos amistara de nuevo con Fernando de Rojas, hijo
ilustrísimo de la Puebla de Montalbán, y determinase -la vida es así- un gratísimo
desplazamiento a la tierra donde nació, que también, doblemente, hemos de
bendecir con la máxima unción.
Avistando la ciudad
imperial, todavía hacíamos nuestra la canción: ahí está, ahí está…, ahí queda,
Tajo adelante, un pueblo hermoso,
histórico, monumental, asequible, casi fraterno, como lo son tantos otros de
nuestra geografía… y acreedor, como tantos otros, a la mayor suerte del mundo.
© Miguel García de Mora. Escritor.
8 de junio de 1988
Diario Lanza
Diario Lanza
Miguel García de Mora Gallego, «El narrador de La Mancha» nació en Manzanares en 1916 y murió en La Solana en 2013. Llega a este Blog de la mano de su hijo Luis Miguel que lo define como un hombre sencillo y un periodista incansable. Para su hija Gloria, su padre, fue un manchego de pro, de franqueza campechana y corazón abierto, que se sintió Quijote y Sancho en extraña confusión.
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