La reina de las fibras, fue
descubierta en China, nada menos que por la emperatriz Si Ling-chi, quien tenía
fama de tener el dedo verde con las plantas y cada día, en su jardín, observaba
con cuidado las hojas de morera y se preguntaba por qué los capullos parecían
marchitarse en los árboles.
Se cuenta que la joven esposa
de Huang Ti, conocido como «el emperador amarillo», un día tomando su té debajo
de una morera, un capullo cayó en el interior de la taza y cuando quiso sacarlo
se dio cuenta de que tenía la propiedad de convertirse en un hilo finísimo que
se tintaba con facilidad. De ese capullo hizo una bobina y mandó tejerlo.
Había nacido la seda. Una
tela reservada a los grandes señores cuya manufactura se mantuvo oculta durante
siglos con la amenaza de pena de muerte a quien revelara el secreto.
Después de tres mil años
comenzó su divulgación hacia otros países a través de la ruta de la seda. Esta
ruta comenzaba en Pekín, rodeaba la gran muralla china, cruzaba Afganistán
hasta la antigua Persia.
En el siglo XV la seda llega
a Europa occidental a través de España, Italia y Francia. Entre el Renacimiento
y el Barroco se perfeccionaron las técnicas de tejeduría de la seda.
En China, los tradicionales
tejidos de seda natural, están diseñados con motivos florales en recuerdo del
jardín de la emperatriz Si Ling-chi.
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