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martes, 31 de julio de 2018

El Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial

Vista aérea de El Escorial desde el Monte Abantos



Sobre la ladera meridional del monte Abantos, en la Sierra de Guadarrama, a cincuenta kilómetros de Madrid capital, se encuentra este Real Monasterio, el más grande de España, que destaca por la potencia de su imagen, su elegancia arquitectónica, sus proporciones, y sus ricos valores simbólicos.

Este complejo incluye un Palacio, residencia de la familia real; una basílica, verdadero núcleo de todo el conjunto, un panteón, lugar de sepultura de los reyes de España, una biblioteca con sus ricos códices, un colegio, un monasterio, residencia de los frailes de la Orden de San Agustín, y también un museo, gracias a sus pinturas, esculturas, cantorales, pergaminos, ornamentos litúrgicos…

Gran Calvario
Roger van der Weyden

El rey Felipe II ordenó su construcción a su arquitecto Juan Bautista de Toledo para conmemorar la victoria en la batalla de San Quintín, el 10 de agosto de 1557, sobre las tropas de Enrique II, rey de Francia. Tras la muerte de Juan Bautista, le sucedió El Bergamasco y posteriormente su discípulo Juan de Herrera.

Se utilizó pizarra de las canteras de Bernardos, en Segovia, y la madera de Valsaín y San Rafael para las vigas, aunque éstas en 1968 fueron sustituidas por vigas de hierro.

Este Monasterio dio origen al estilo herreriano y se le considera desde finales del siglo XVI, la Octava Maravilla del Mundo. Marcó el paso del plateresco renacentista al clasicismo desornamentado. Su construcción duró veintiún años.

La planta con solo cuatro torres en las esquinas y el Palacio Real haciendo de «mango» recuerda a una parrilla, por lo que se cree que se ideó así en honor de San Lorenzo, que murió martirizado en Roma asado en una parrilla y cuya festividad se celebra el 10 de agosto.  

Felipe II quiso dotarlo de los recuerdos de sus tres ciudades más queridas: Valladolid, Milán y Bruselas. La planta rectangular con cuatro torres en las esquinas es típica de los alcázares castellanos de piedra; la arquitectura clásica italiana la encontramos en la basílica y las portadas, y los tejados apizarrados flamencos rememoran un trocito de Bruselas.

En 2013 el Banco de España emitió una moneda conmemorativa de dos euros en la que aparece el Monasterio.

Es Patrimonio de la Humanidad desde 1984.

Fachada occidental
Entrada principal de la basílica


Visitadlo

No deja indiferente

lunes, 30 de julio de 2018

De tertulia con... La mar



Allá en el fondo del mar salado,
estuve cerca, cerca de un mes,
y he visto peces tan chiquititos
como la punta de un alfiler.

Cuatro camaroncitos diéronme de comer,
y una sardina arenque me sirvió el café.
Agua dulce pedía, agua que no me daban,
y un tiburón decía: «Eso sí que no hay aquí».

Con esa canción infantil me dormía mi madre. Y desde entonces el sentimiento hacia esa inmensa masa de agua salada es indescriptible, el amor se cuela entre las cabrillas blancas y espumosas. En la playa me siento en la orilla a contemplar el infinito y el susurro de las olas me trae paz, leyendas, frases y botellas con mensajes secretos.

No es de extrañar que la gente de mar y los poetas tiendan a hablarle como si fuera una mujer. Y que en la literatura aparezca como protagonista de muchas obras. También a la música le gusta el mar, quien no recuerda a Charles Trenet cantando «La mer» que tuvo más de cuatrocientas versiones, y quien no ha disfrutado con el final de la obra sinfónica de Claude Debussy. Y los pintores que desde muy antiguo han creado esas maravillosas marinas.

Jules Michelet escribió: «Mucho antes de vislumbrarse el mar, se oye y se adivina el temible elemento. Primero un rumor lejano, sordo y uniforme. Poco a poco cesan todos los ruidos dominados por aquél. No tarda en notarse la solemne alternativa, la vuelta invariable de la misma nota, fuerte y profunda, que corre más y más, y brama».

Y es que la mar no deja indiferente. Nos brinda misterios, tragedias…

Como la catástrofe conocida como el Naufragio de los diez veleros en la isla de Gran Caimán. El Cordelia era una nave que formaba parte de una flota, y se topó en 1794 con un arrecife coralino, sus señales no sirvieron de nada y todos fueron encallando uno detrás de otro. Los que vivían en ese lugar tomaron sus botes y lograron rescatar con vida a todos los tripulantes y pasajeros. Se dice que por ello el rey Eduardo III la liberó de impuestos.

El famoso Triángulo de las Bermudas situado entre Puerto Rico, Fort Lauderdale y las Bermudas en el océano Atlántico, con sus extrañas teorías: entre ellas la desaparición de un escuadrón de cinco bombardeos de los Estados Unidos de América en 1945.

Y la Roca del Obispo, la isla más pequeña del mundo, con un faro que ocupa casi toda la superficie. Se dice que en el siglo pasado algunos criminales fueron abandonados allí con un poco de pan y agua.

No nos olvidemos de los barcos fantasmas, sin tripulación y flotando a la deriva. Tal vez un calamar gigante es el causante de que esos barcos sigan surcando los océanos.

Los atlantes si hacemos caso a Platón eran unos tipos que parecían de otro planeta y que vivían en esa isla mítica, llamada la Atlántida, desaparecida en la noche de los tiempos. Estaba ubicada más allá de las Columnas de Hércules y se la describe como más grande que Libia y Asia Menor juntas. 

Sorprendente es el archipiélago de San Blas, un auténtico sueño, donde viven los indios Guna. Y yendo de una isla a otra te cuentan la leyenda de una isla que se hundió tras un terremoto y que dio lugar a las llamadas piscinas naturales. La profundidad del océano aquí es de poco más de medio metro y en varios bancos de arena puedes estar de pie con el agua a los tobillos o a la rodilla. Imposible imaginar esa sensación de estar de pie en pleno océano rodeado de agua. Son momentos que no se olvidan, son los caminos del mar, es ese confidente que te habla en secreto.

Decía Karen Blixen que la cura de todos los males es el agua salada: el sudor, las lágrimas, el mar.

Para Osho algunas leyendas señalan que el mar es la morada de todo lo que hemos perdido, de todo lo que no hemos tenido, de los deseos frustrados, de los dolores, de las lágrimas que hemos derramado.

En cambio Irene Nemirovsky pensaba que: No se puede ser infeliz cuando se tiene: el olor del mar, la arena bajo los dedos, el aire, el viento.

domingo, 29 de julio de 2018

Cristina Vázquez: Inger

Inger bajo el sol de Edvard Munch


— Inger. ¡Oh Inger!.

El hombre pronunciaba desolado este nombre, frente a la ventana de la casa de vacaciones, blanca y con tejado de pizarra. A sus pies un bolso de viaje y en las manos un sombrero; su coche no tardaría en llegar para llevarle a la estación. Tenía una estatura mediana y bien proporcionada, el pelo rojizo y una barba recortada en la que comenzaba a aparecer las primeras canas.

Estaba pasando unos días de descanso en casa de sus amigos, los Olaffsen, empeñados en que recuperara energías físicas y espirituales para el resto del año. Le aseguraron que la belleza del lugar, la calma del mar en esa época en que la luz inundaba la noche y los paseos por el campo, le devolverían la salud y confianza en sí mismo.

Un tropiezo con un feligrés influyente, que malinterpretó sus palabras, le obligó a visitar al Obispo, escuchar una dura reprimenda, soportar su injusta y severa mirada y ser retirado por una temporada de su ministerio. Esta fue la gota que colmó su alterado ánimo y tuvo que retirarse unos meses a una casa de reposo, pues la angustia y el nerviosismo le resultaron insoportables y ahora, más recuperado, fue acogido por sus amigos.

Desde los primeros días notó la bondad del lugar. Su efecto calmante, el ruido del mar continuo, pero sin agitación, el verdor de los prados y la buena compañía, eran más eficaces que los días en el hospital.

Una mañana descubrió a una mujer vestida de blanco, con un sombrero de paja y una prolongada y oscura mirada que, siempre a la misma hora, se sentaba plácida en unas rocas a mirar el mar.

Es Inger, nuestra vecina, le confirmó Editha Olaffsen, cuando se interesó por ella.
Pensó que el Señor, en su Misericordia, le estaba compensando de los sufrimientos pasados, y que esa mujer, con su resplandor, podría significar la paz que anhelaba y la compañera deseada, tras muchos  intentos por encontrar pareja. Desdeñó a unas por frívolas, otras por insensibles, algunas por interesadas y muchas por displicentes. Al fin y al cabo él era un buen partido. Y al mirar a Inger, su desconfianza pareció derretirse y rezaba con devoción para que resultara, por fin, la mujer perfecta.

El nerviosismo y la angustia volvían a paralizarle y no se atrevía a dirigirse a ella. Se asomaba cada día a la ventana a mirarla y en esa contemplación recuperaba la paz.

Un día por fin decidió que había llegado el momento de hablarle y así lo hizo. Aprovechando el rato en que la hermosa figura, siempre de blanco como indudable señal de su pureza, contemplaba el mar desde las rocas, se acercó  por detrás y la saludó, pero no obtuvo respuesta. Sentía que el suelo se resquebrajaba a sus pies, y que era incapaz de sobreponerse, pero avanzó hasta situarse más cerca y repetir el saludo. Tampoco esta vez obtuvo contestación ni gesto alguno por parte de la mujer. En ese momento creía que le iba a estallar la cabeza y caería redondo. Hizo un tercer intento frente a ella y  balbuceó que el día era muy tibio, que a él también le gustaba el mar y, señalando la casa, se presentó como amigo de los Olaffsen.

La mujer lo miró con sorpresa y sonrió sin soltar palabra, hecho que le hizo perder su relativo aplomo y, tras una inclinación de cabeza, se retiró a paso vivo dando algún que otro traspié. Se iba quitando la corbata y se abría la camisa con la seguridad de que iba a ahogarse. Al llegar a casa de sus amigos se metió en su cuarto a esperar que, la tormenta que le  arrasaba el ánimo, se calmara. Por nada del mundo quería que vieran signos de una posible recaída que lo llevara, otra vez, a la casa de reposo. Se tomó unas gotas tranquilizadoras y con el tono más neutro que pudo les preguntó por la vecina.

—Se llama Inger, muy guapa, pero sordomuda —afirmó Editha Olaffsen con una mezcla de satisfacción y falso dolor.

© Cristina Vázquez


viernes, 27 de julio de 2018

MJ Pérez: El poder de la mente


El sol caía sobre su rostro mientras el coche no dejaba de aumentar su velocidad. Ni las oscuras gafas de sol que cubrían sus cansados ojos ni el potente aire acondicionado eran suficiente para que el calor que sentía se disipara. La furia era tal que tenía los nudillos blancos como la cal de apretar el volante. Apagó la radio de un manotazo y se encendió el duodécimo cigarro del día. Las multas por el consumo de tabaco en carretera habían dejado de importar un tiempo atrás.

 
Apretó la mandíbula hasta hacerse daño y observó el indicador de velocidad. Iba demasiado rápido. Aminoró e intentó no volver a saltarse de esa manera los límites. Podía soportar una sanción por fumar, una por exceso de velocidad podría acarrearle problemas de más. Se concentró en conducir durante un rato. Quizás así fuera capaz de deshacer el nudo de ira que aprisionaba su estómago.

Había funcionado otras veces y esperaba que esta no fuera una excepción. Unos minutos más tarde sus manos agarraban el volante con delicadeza y hasta se permitió un poco de música. No de la misma emisora que le había sacado de quicio hace un rato, sino que optó por los clásicos de siempre. La serenidad regresaba, su mente se templaba. Así, quizás, pudiera hacer frente a los duros momentos que se avecinaban.

No es una mala manera de hacer las cosas. Porque en ocasiones el enfado nos hace más difícil la toma de decisiones, nubla nuestro juicio. A veces hay que tomarse un respiro, pensar y enfrentarnos al problema con mayor tranquilidad. La furia nunca es la mejor compañera.


© M. J. Pérez

miércoles, 25 de julio de 2018

Harper Lee: Matar a un ruiseñor

Atticus Finch (Gregory Peck) y Tom Robinson (Brock Peters).
Escena del juicio de la película 


Novela gótica sureña de Harper Lee publicada en 1960. Empleó dos años en escribirla y presentó su trabajo a un agente literario que le había recomendado Truman Capote con el que le unía una buena amistad desde la niñez. Tuvo un éxito instantáneo ganando el premio Pulitzer y convirtiéndose en un clásico de la literatura estadounidense.

El título hace referencia a cuando se causa un gran perjuicio, pues matar ruiseñores que solo cantan y no hacen daño, es un acto malvado. El ruiseñor ‒el sinsonte‒ simboliza la inocencia.

Fue adaptada al cine en 1962. Obtuvo ocho nominaciones a los premios Óscar consiguiendo tres de ellos: Mejor actor para Gregory Peck, mejor dirección artística y mejor guion adaptado para Horton Foote. Harper Lee y Gregory Peck se hicieron amigos y en la tarde que recogió el Óscar llevaba consigo el reloj de bolsillo del padre de la escritora.

El libro también ha sido adaptado al teatro. Desde 1990 se representa anualmente en Monroeville, Alabama, la ciudad natal de la autora.

Ligero resumen: 

En tiempos de la Gran Depresión, en un pueblo ficticio de Alabama, el abogado Atticus Finch defiende a un hombre negro acusado de haber violado a una mujer blanca. Muchos le recomiendan no asumir la defensa por lo negativo que sería para su carrera, pero él sigue adelante, convencido de la justicia. Esta decisión hará que sus dos hijos pequeños, huérfanos de madre, le tengan más respeto y admiración, y descubran en carne propia el odio racial de la sociedad en que viven.

Siendo un tema sobre la violación y la desigualdad racial destaca su calidez y humor, su tolerancia y condena los prejuicios, su coraje, compasión y la necesidad de ser mejores seres humanos.

La autora afirmó que su novela no era una autobiografía sino un ejemplo de cómo un autor «debería escribir sobre lo que conoce y de forma sincera». No obstante, personas y sucesos tienen un paralelismo con la vida de Harper Lee.  

Críticos y estudiosos de la obra expresan que su autora tiene un excepcional talento para contar historias, que su arte es visual y con fluidez cinematográfica y sutilezas, que las escenas se funden unas con otras sin sobresaltos de transición. La novela ha sido comparada con El guardián entre el centeno de J. D. Salinger y Las aventuras de Huckleberry Finn de Mark Twain.

Un año después de su publicación ya había sido traducido a diez idiomas. Desde entonces se ha vendido más de treinta millones de copias y traducido a más de cuarenta idiomas.

Harper Lee en una entrevista expresó que deseaba ser «la Jane Austen del sur de Alabama» por su desafío al orden social preestablecido y destacar el valor individual sobre la posición social.

«Matar a un ruiseñor» es una historia amada y odiada por igual, unos dicen que sí, otros que no, unos que quiso decir esto, otros que quiso decir aquello, y ese equilibrio hace que se siga leyendo, que sobreviva. Algo que su autora ni sus editores imaginaron en el momento de publicarlo.




lunes, 23 de julio de 2018

Brújulas y Espirales: Guy de Maupassant "Ivette"

Blog literario de Francisco Martínez Bouzas

YVETTE EN EL MUNDO DE LA PROSTITUCIÓN DORADA




Yvette

Guy de Maupassant

Traducción de Luisa Juanatey

Editorial Pasos Perdidos, Madrid, 2014, 126 páginas.


   Yvette es una novela breve -apenas supera las cien páginas- de Guy de Maupassant (1850-1893), un reconocido escritor naturalista francés que tuvo de maestro a Flaubert. Sin llegar a la suprema sobriedad flaubertiana, tuvo el mérito de dominar la técnica canónica del cuento, del relato que puede condensarse en una páginas o extenderse hasta un centenar. No pocos cultivadores del género como Horacio Quiroga, Gógol, Turgéniev, Tolstoi y el mismo Chéjov lo venerarían en décadas posteriores. Maupassant alcanzó la celebridad con un relato de longitud media, Boule de suif (Bola de sebo, 1880), aunque la más conocida y celebrada de sus novelas es Bel-Ami (1885).

   Yvette constituye una recreación de Yveline Samoris, un relato aparecido en 1882. La primera edición de Yvette es de 1884. Suele considerarse un hecho cierto que en los últimos períodos de su existencia, Guy de Maupassant dio muestras de una enfermiza inclinación hacia las jovencitas, porque seguramente creía que la sífilis, la enfermedad de la que se había contagiado, se vería aliviada evitando el contacto con las prostitutas más veteranas, y dando rienda suelta a su libido con jóvenes prostitutas o cortesanas casi adolescentes. Los salones que frecuentaba, contaban con una amplia nómina de estas seductoras adolescentes. No es de extrañar pues que el escritor conozca de primera mano ese mundo de la prostitución dorada. Yvette es el prototipo de esas “deliciosas criaturas perfumadas”, de la adolescente sensual que, adelantándose en setenta años a Nabokov, constituye la imagen perfecta de una Lolita, la joven mujer-florero, usada, en este caso por su madre, como eficiente reclamo de seducción. Yvette, que vive en efecto con su madre que se hace llamar marquesa de Obardi, es una joven tan bella como ingenua, al menos aparentemente. Su madre, cortesana de lujo, regenta un salón donde se ejerce la “prostitución dorada”, y emplea la hermosura y pueril inocencia de la hija para atraer una selecta clientela de burgueses y falsos aristócratas, pretendientes de los favores sexuales de Yvette, pero excluyendo el matrimonio: “Sabe muy bien que entre nosotros no podría tratarse de matrimonio…se trataría de amor” (página 65), le dice el pretendiente que cree tener más posibilidades de seducirla, el falso duque de Servigny.

   La novela da comienzo en el momento en el que Jean de Servigny, en compañía de su amigo Léon Saval, ambos ricos parisinos, se dirigen a los salones cortesanos de la pseudo marquesa de Obardi. El propósito de Servigny no deja dudas desde las primeras páginas: se ha encaprichado de Yvette, espera cobrar algún día su presa, pero tiene muy claro que con ella no se va a casar. Maupassant mantiene la tensión a lo largo de poco más de cien páginas, alimentando la incertidumbre de si Servigny logrará hacer realidad su plan: seducir a Yvette. Pero la tarea no deja de ser ardua porque la joven, apasionada y novelesca, no es consciente de las verdaderas motivaciones de sus galanes admiradores. Ambas partes, pues, practican juegos distintos. Por eso Yvette, destinada a la prostitución dorada, pero todavía no iniciada por su madre, experimentará en su alma la gran decepción cuando descubre las verdaderas intenciones de los pretendientes de su hermoso cuerpo.

   Y esa gran decepción se viste en la novela de un dramatismo artificial, pero no por ello menos peligroso. Una resbaladiza niñería que en el fondo no es otra cosa que un medio más para llamar la atención de sus pseudo príncipes, duques, condes y barones. Y así penetra la incauta y soñadora Yvette en el mundo de los mayores, que ya no es un cuento de hadas, sino la realidad de los salones cortesanos: ser adorada por los hombres, pero solamente en su radiante y hermosa corporalidad en el pináculo de la prostitución, renunciando a sus ideales.

   Al margen de esta trama y del juego de seducción/inocencia que Maupassant relata con la solvencia del narrador omnisciente que conoce todo lo que pasa por la mente de sus protagonistas, la novela tiene el mérito de reflejar el ambiente en el que se ejercía esa prostitución de lujo, los salones donde los burgueses y la aristocracia del siglo XIX sueñan no solo con dar rienda suelta a sus insititos sexuales, como ocurría en los prostíbulos, sino con la pulsión sexual camuflada bajo el ropaje del juego de la seducción y del amor que nunca va más allá de huecas palabras. Un exacto retrato pues del París burgués y libertino, poblado por vividores y egoístas inmensamente ricos.

   El estilo de la prosa de Maupassant, a pesar de que nunca admitió ser considerado un escritor realista, se explaya en las descripciones de paisajes, objetos y en el reflejo de la psicología de sus personajes, especialmente de Yvette, madame Obardi y Servigny. No obstante, su estilo resulta con frecuencia demasiado enfático y fuerza el peso de una anécdota a base de dramatismo, con frecuencia sobreactuado, como ocurre en el desenlace de esta novela.


Francisco Martínez Bouzas



                                                     
Guy de Maupassant

Fragmentos


“-¿Has sido o eres su amante? –preguntó Léon Saval

-Ni lo he sido, ni lo soy, ni tampoco lo seré. Yo voy allí más que nada por la hija.

-Ah, ¿tiene una hija?

-¡Que si tiene una hija! ¡Ah!, mi querido amigo: una maravilla. Que en este momento es el principal atractivo que hay en el antro aquel. A punto de sazón -dieciocho años-, alta y espléndida, tan rubia como morena es su madre; siempre alegre, la risa suelta a toda hora, siempre con ganas de fiesta, siempre bailando sin freno como una peonza… ¿Quién se la llevará? ¿O quién se la ha llevado? No se sabe. Los que aguardamos, los que nos mantenemos a la espera, somos diez.

Una muchacha  así, en manos de una mujer como la marquesa, es un capital. Y juegan las dos sobre seguro, las muy bribonas: no sueltan prenda. Puede que estén esperando una ocasión…mejor…que yo. Por mi parte te aseguro que no pienso dejarla escapar…la ocasión. Si es que se me presenta.

Me desconcierta por completo esa muchacha, Yvette. Es un misterio. Si no es el monstruo de astucia y perversidad más acabado y perfecto que jamás haya yo conocido, sin duda es el fenómeno de inocencia más portentoso que se pueda encontrar. En ese ambiente innoble ella vive, y triunfa, con una naturalidad  tan absoluta que o es una ingenua admirable o es una bellaca digna de admiración.”


…..


“Pero la madre, exaltada, enardecida, continuaba:

-¡Pues sí, soy una cortesana! ¿y qué? Si no fuera una cortesana tú ahora serías cocinera, que es lo que era yo antes, y a cambio de un jornal de treinta céntimos trabajarías el día entero, y fregarías los platos, y tu ama te mandaría a comprar la carne y si te entretenías te echaría a la calle, ¿me oyes?, mientras que así no haces otra cosa que entretenerte el día entero gracias a que yo soy una cortesana: que lo sepas. Cuando una no es más que una mísera sirvienta, una infeliz con unos ahorros de cincuenta francos, más vale que se sepa espabilar si no quieres acabar como una muerta de hambre; ¡y para nosotras no existen dos maneras!, ¡no hay dos para la que es una criada!, ¿lo oyes? Nosotras no podemos hacer fortuna buscando un puesto, ni podemos hacer cambalaches en la bolsa. No tenemos otra cosa que nuestro cuerpo, únicamente nuestro cuerpo.”


(Guy de Maupsassant, Yvette, páginas 14-15, 93)

sábado, 21 de julio de 2018

Feria Internacional del Libro. Lima (Perú)


Universidad Nacional "Federico Villaroel" de Lima


Este año España acude a esta Feria como país invitado y se expondrán obras de diecisiete autores pertenecientes a la Asociación de Escritores de Madrid. 


Entre ellas se encuentra: 

¿Habla usted cubano?


Todo ello gracias a la estupenda gestión de María del Carmen Aranda y Luis Mª Compés.  

Un millón de gracias a todos. 


Un honor