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miércoles, 11 de noviembre de 2020

Socorro González-Sepúlveda Romeral: Ya no

 

Ya no puedo ir al campo a buscar junquillos en primavera. Cada vez están más lejos y el calor del verano se adelanta y agosta todo lo que verdea. Solo florecen escondidos en algunas dehesas cercanas y en las alturas.  En este paisaje mesetario todo es llano,  si acaso un cerro pequeño, el de Lapuente. Arriba están los restos del palomar que hizo el alcalde.  No tiene techo y enseña las vigas carcomidas, como un mastodonte en un paisaje donde crecen el tomillo y las retamas raquíticas. Ya  no hay palomas. Hubo un tiempo, en el que atrajo a todas las de los alrededores porque estaba  en alto. No sabemos si las ahuyentó el viento o se cansaron de estar allí, las palomas son muy suyas, como las que habitaban en la torre de la iglesia, que no soportaron el ruido de las campanas y se fueron a un lugar más amable. 

Los junquillos silvestres tenían un olor muy delicado y, costaba mucho hacer un ramo pequeño, lo que abarca la mano, pero si lo conseguías era como abarcar la primavera.

Ya no voy nunca al rio a bañarme cuando aprieta el calor. La charca donde nos bañábamos  ya no existe y mis amigas se han ido. Íbamos a la hora de la siesta para que nadie nos viera, pero los chicos lo sabían y nos seguían a distancia. Un día nos sorprendieron y se metieron con nosotras en el rio. Volvimos juntos al pueblo ¡Qué escándalo! Al día siguiente, el cura no quería darnos la comunión si antes no confesábamos. Ya  nadie se baña en el rio, ni lava la ropa, ni la tiende al sol. No cantan ni charlan, ni ríen a la sombra de los álamos.  El rio se ha secado, solo quedan juncos y cantos rodados en su cauce. Los ojos del puente están vacíos y, retumba en ellos el eco de nuestras voces. 

Ya no puedo ir a rezar a la iglesia, cuando toca la campana por la mañana temprano, para anunciar la misa, ni tampoco al anochecer, cuando anuncia el rezo del rosario y los pájaros se recogen para dormir en los árboles que la rodean. Tampoco puedo ir a refugiarme en el silencio de sus muros, a meditar y a pensar… No puedo recibir el consuelo de la confesión de mis pecados, ni comulgar con la inocencia de la niña que era entonces.

Ya no puedo ir a rezar a la iglesia, no porque no oiga las campanas o porque esté lejos.  No puedo ir a rezar a la iglesia porque no creo en Dios. 



© Socorro González-Sepúlveda


De Sydenham Edwards - Este archivo procede del Biodiversity Heritage Library, y está disponible en línea en biodiversitylibrary.org/item/7351., Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=5912468

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