En este escenario, cualquier
posibilidad de futuro, por muy peregrina que sea, lleva a algunos a subirse a
un barco con destino incierto y a otros a aferrarse a un pasado para repetir
viejos errores. Real como la vida misma.
Lo que para Víctor Luján
empezó siendo un castigo, un destierro en sus últimos años laborales que
trastoca su ordenada e insulsa monotonía, se convierte en la aventura más
excitante de su vida. Misterio, objetivos, investigación, riesgos y un pequeño
resquicio por el que se cuela la ilusión del amor. Al fin, aquel empleado de
banca maduro y reservado se atreve a dar el salto hacia un abismo estimulante e
incierto.
Poco más voy a contar de la
historia, porque al fin, lo bueno de una novela es ir haciendo el camino de la
mano de sus personajes. Creciendo con ellos. Viviendo sus emociones, sus
preocupaciones, sus miedos y sus alegrías. Entrar de lleno en la historia y
pasear por sus páginas como un personaje más.
De alguna manera, esta última
publicación de José Carlos Peña me ha traído a la mente aquellas obras de un
Delibes, empeñado hasta el tuétano, en dar visibilidad a la despoblación rural,
a ese abandono recalcitrante de los pueblos que los sume en la tristeza de la
falta de los recursos más básicos y obliga a sus habitantes más jóvenes a
emprender la huida hacia las hacinadas y deshumanizadas ciudades, dejando atrás
a los mayores que ya no tienen edad ni fuerzas para empezar de nuevo.
Con este libro, su autor ha
querido dar unas briznas de esperanza tanto a los personajes como a los
lectores, la de que existen las segundas oportunidades.
Este libro tiene mucho de
reflexión sobre lo humano. Las dudas, las preocupaciones, las incertidumbres,
los sentimientos. En definitiva, pone el acento en todo aquello que no se ve,
pero marca la forma en que vivimos nuestras vidas.
© Julia de Castro
Mi otoño en libros 2020
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