Llegó a los noventa años haciendo lo que le placía.
Siendo bebé dejó tuerta a su
madre con uno de sus débiles deditos. Con siete años quiso baldear su casa y
utilizó un bidón de gasolina como agua sin pensar que su abuelo era un
sempiterno fumador. A los quince años dejó embarazada a la vecina.
No había jóvenes del sexo
fuerte en la aldea, todos emigraban a las ciudades en busca de porvenir. Pero
él decidió quedarse. Le gustaba ver el humo saliendo de la chimenea de su casa,
además allí tendría trabajo con tanta mujer sola y con mucha constancia llegó a
perfeccionar la técnica de satisfacer instintos primarios. Tanto tiempo le
ocupaba esta dedicación que nunca encontró momento para trabajar los campos.
Engendró tantos hijos que el villorrio
se volvió a poblar convirtiéndose en una ciudad.
Y eso que era el tonto del
pueblo.
© Marieta Alonso Más
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