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viernes, 2 de julio de 2021

Amantes de mis cuentos: Mi pueblo

 


 

Salir a recorrer el campo con Leal al lado, es lo que más añoro de aquella época de mi niñez. Era un perro chucho, callejero, listo como nadie. Lo adiestré de tal manera que solo con mirarle sabía lo que quería. Todas las tardes nos íbamos al río a darnos un buen chapuzón y esperábamos el regreso de Paco, el de Simona, pastor de toda la vida, y nos colábamos en medio del rebaño para hacerle rabiar. Nunca me delató. Era un buen hombre, feo, pero con corazón. Con la misma rapidez con que volvíamos locas a las ovejas, así nos marchábamos yo le decía adiós con la mano y Leal con el rabo. Siempre contestó con estas palabras: Id con Dios que falta os hace.

 

Me quedaba un instante pensando lo que quería hacer a continuación. Las ideas se me agolpaban. Lo primero era ir a revolcarnos entre la verde hierba, nos enrollábamos como las croquetas, hasta quedar panza arriba mirando al cielo. Lo segundo era ir a molestar a los cazadores de perdices, conejos, liebres, palomas… Ellos se vanagloriaban con sus técnicas: al ojeo, al salto, a la caza con reclamo. Pero Leal y yo teníamos una técnica que no fallaba. En cuanto ellos abatían una pieza mi perro se ponía en acción, era un huracán, no se le veía ir ni venir. Mientras tanto, yo me quedaba bien escondido, a la espera de lo que trajese. La única vez que me pillaron aquellos malditos cazadores me cogieron por el pescuezo y me llevaron hasta el bar, ante mi padre, que con calma levantó la carta que iba a tirar en ese momento sobre la mesa y preguntó: ¿Dónde está el cuerpo del delito? Silencio. De momento, mirar no es pecado, y continuó jugando. 


Leal tuvo que olerse el problema, porque en vez de traerme lo capturado, como siempre, se lo llevó a madre. Mi padre nunca preguntó nada. Pero un día en que comíamos perdiz escabechada me miró, se rascó el cogote y dijo: De acuerdo con una leyenda griega, la primera perdiz apareció cuando Dédalo arrojó a su sobrino Pérdix desde un monte, en un arrebato de ira. Y siguió masticando.

 

No te busques problemas, hijo, aconsejó madre. Poco después me enviaron a estudiar a la gran ciudad, pero aún hoy sueño con mi pueblo.

 



© Marieta Alonso Más


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