Esta novela negra de Antonio Lozano nos pone delante de los ojos una realidad incuestionable, aunque muchas veces obviada por desagradable, nadie está a salvo de perderlo todo y terminar en la calle, sin nombre, sin familia, sin lazos con la sociedad a la que siempre habíamos creído pertenecer.
Ildefonso Artiles es un profesor de historia, casado y padre de dos hijos que nunca se hubiera imaginado que terminaría como un sin techo, solo y alcoholizado; engrosando las filas de seres anónimos y apartados de la sociedad por una serie de circunstancias que dan un giro de ciento ochenta grados a su acomodada y serena vida. Es el paro, una de las lacras de nuestros días, el que desata la tormenta que le lleva directamente al alcohol y de ahí a la pérdida del respeto y el cariño de su familia y sus amigos, hay solo un pasito que, en la mayor parte de los casos, resulta imposible desandar.
Después de arrastrar sus miserias por las calles de su ciudad, Las Palmas, Ildefonso desaparece sin dejar rastro ni mucho interés por buscarlo, hasta que un motivo oscuro disfrazando de herencia, obliga a sus hermanos a contratar a José García Gago, para dar con él.
García Gago, detective acostumbrado a la rutina de sus investigaciones sobre infidelidades y casos menores, se encuentra con el reto de seguir un débil rastro por Canarias primero, Madrid y Barcelona después, para terminar, descubriendo una trama oscura y repugnante que utiliza a los desheredados de la sociedad para fines bien lucrativos. Tendrá que arriesgar su vida para llegar al fondo de una historia, triste que revuelve e indigna, sobre el tráfico de órganos a nivel mundial. La vieja historia del mundo, los que pueden se aprovechan de las necesidades de los que no tienen más que su propio cuerpo para salir adelante o para dar una salida a sus familias con la complicidad de los que se hacen ricos jugando con la esperanza de unos y la desesperación de los otros.
Antonio Lozano pone el dedo en la llaga y, aunque no nos suela gustar enfrentarnos a situaciones tan duras, es imprescindible que se aireen para, tal vez un día, acabar con ellas.
© Julia de Castro
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