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miércoles, 19 de enero de 2022

Liliana Delucchi: El cisne negro

 


A través de la ventanilla del coche, Clemencia contempla la calle Libertad húmeda por la llovizna que cae desde la tarde. Allí está, imponente, hermoso, el templo de la música al que no había vuelto desde hace tantos años. El culpable de sus desgracias.

La primera de ellas la descubrió una semana antes del estreno del ballet. Era su primera interpretación de Odile, la que iba a ser su consagración como bailarina.

––Ocurrió en la Plaza Lavalle, el día que fui a recoger las entradas para La Bohème. Él estaba en un banco mirando el edificio del teatro y yo me senté a su lado. ––Dijo Félix cuando su esposa lo interrogó sobre algo que todos sabían menos ella. ––Empezamos a hablar de ópera, luego de nuestras vidas. El resto ya lo sabes.

Su marido dejó el hogar esa misma noche. Se iba a la casa de la playa, le explicó, aunque ella más tarde supo que se había trasladado al apartamento de su amante.

El segundo de sus infortunios ocurrió el día del estreno de El Lago de los Cisnes, durante el tercer acto. Clemencia hizo su aparición como Odile, dispuesta a engañar al príncipe y en el segundo fouetté en tournant perdió el equilibrio y cayó en escena. Un tobillo roto. El final de su carrera.

A Manuel, el hoy marido de su ex esposo, lo conoció el día en que nació su nieta.

––Una niña preciosa ––le dijo intentando ser amable. –– Se parece a su abuela y seguramente será una excelente bailarina.

No se equivocó el roba maridos. Por eso hoy Clemencia ha vuelto al Colón. Aquel bebé que contemplaron en el hospital hace veinte años, esta noche debutará en el mismo papel que puso fin a la carrera de su abuela. La anciana tiembla con solo pensarlo. Abre la puerta del coche y se recoge el vestido para no mojar el bajo. El teatro brilla entre la bruma, los asistentes suben su elegancia por las escaleras de mármol bajo los paraguas. Ella intenta controlar su mandíbula que no deja de temblar. Va con una mano cogida del brazo de su yerno y con la otra aprieta el bolso de pedrería. El foyer está lleno de caras sonrientes que la saludan con una inclinación de cabeza. ¿Me reconocen? No, Clemencia, ha pasado demasiado tiempo.

La llevan hasta su asiento para descubrir que le han asignado uno junto a Félix y Manuel. ¿A quién se le habrá ocurrido?, murmura. A tu nieta, mamá, le contesta su hija, quiere a toda la familia junta.

Llega el tercer acto. Allí está su pequeña, su cisne negro, que hace una interpretación magnífica. La función es un éxito. De pie, en medio de los aplausos, la anciana abraza a los dos hombres y llora la felicidad que tanto tiempo tardó en llegarle.

© Liliana Delucchi

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