Cuatro generaciones
la han habitado y,
han dejado, a su paso por ella,
rastro de gestos cien veces repetidos.
En sus camas doradas
se han amado, han nacido
y han velado
a los que ya se
fueron.
Un baúl guarda
restos de tres ajuares de sábanas bordadas,
otro sin estrenar,
que murió virgen la niña que bordaba.
El cajón de una cómoda antigua
guarda misales, libros piadosos,
libretas del Debe y el Haber
junto a una caracola.
En el patio, mil veces encalado,
junto a un peral añoso,
los ecos de arrullos de palomas,
cuchicheos de perdices enjauladas.
Hablan los muros de la vieja casa.
Las puertas cierran y abren con gemidos.
Vuelven a oírse ruidos olvidados y
lloran los canales
cuando cae la lluvia, mansamente, en los tejados.
© Socorro González-Sepúlveda
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