Cuando se cumplen cien años a veces siente una que ya no es la edad apropiada para llevar traje de chaqueta pantalón de un vivo color rojo, ir bien maquillada, o montar en globo, pero es lo que me apetece.
El médico me lo ha dicho sin tapujos, no anda bien y hace trabajar demasiado al corazón. No tengo nada doctor. En realidad, lo único que me sobran son años, y no me dejaré caer, las mujeres de mi familia son guerreras.
Reconozco que no me gustan
los viejos, siempre soñolientos y hablando de recuerdos. Me gustan los jóvenes,
su forma de pensar, de actuar, ese no tener miedo a nada. La juventud y la
vejez suelen entenderse bastante bien. Son los de mediana edad los pelmas.
Me encanta quedar con mi
hija, mis nietas, mi bisnieta una vez cada quince días para charlar de nuestras
inquietudes, de nuestros sueños, de cómo arreglar el mundo, leo dos libros a la
semana, veo series y películas, asisto a conferencias, a manifestaciones… Lo
que me gusta es crear debates para que las mentes no se apoltronen.
Mi madre fue una de esas
mujeres que a principios del siglo XX llamaban «mujer moderna», por el simple
hecho de aprender a montar en bicicleta, por aspirar a ir a la Universidad, por
sostener que tenían derecho al voto, por hablar con total libertad sobre
Bernard Shaw y un tal Ibsen.
¿Adónde irá a parar el mundo?
se preguntaba mi abuelo con las manos en la cabeza. Y la abuela con el orgullo de
madre brotándole por los ojos contestaba: ¡A mejor!
© Marieta Alonso Más
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