Cada día le pido a Dios que
me libre de toda enfermedad, que me aparte de quien no me quiere bien, y que al
final tenga una muerte digna. Creo que me escuchó. Nunca he estado en cama, no
sé qué es la fiebre, y a mis años amo la vida, eso en lo que respecta a mi
primera petición. También me concedió la segunda porque mi marido se dio a la
fuga con una chica de veinte años hace seis meses. Tremendo disgusto se va a
llevar la infeliz cuando se entere que la del dinero soy yo, y cuando él
regrese con la cabeza gacha no le dejaré entrar en casa. Soy buena, no tonta.
Así que la tercera espero me
la conceda dentro de veinticinco años, me gustaría llegar a los cien. Y justo
ese año será compostelano, así que no tendré más remedio que ir a Santiago a
darle un abrazo al santo. Luego podré morirme sin prisas, claro que, si fallo
en el cálculo, me gustaría que algún hijo de mis amigos fuera en mi nombre y además,
se tomara una buena porción de tarta de Santiago.
No me siento sola porque
tengo una chica que me cuida. Tenía cinco amigas de toda la vida, de las de
fiar, que se han marchado al otro mundo. No es culpa de ellas si no pueden
venir a verme. Como no tengo hijos, Dios me ha dado dos sobrinos que me quieren
sin presumir de ello.
Entretengo mis horas
bordando, viendo fotos familiares, yendo al parque, y cada dos meses me voy de
viaje, quiero darle la vuelta al mundo.
La vida hay que gozarla
© Marieta Alonso Más
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