Nació en 1863, pasó su niñez
en Cristianía, hoy Oslo. Toda su vida fue un transitar por el borde del abismo
entre el genio y la locura. La imagen de la muerte nunca cesó de atormentarlo. Por
eso mismo las imágenes que trasladó al lienzo son inigualables.
Sus cuadros fueron objeto de
burlas en la década de 1880 a 1889, pero hoy figuran en exposiciones de todo el
mundo. En abril de 1889 expuso ciento diez de sus cuadros en la primera
exposición individual ofrecida hasta entonces por un artista noruego.
Heraldo del Expresionismo,
movimiento artístico que utiliza la distorsión, el color, la línea para
ayudarnos a entender las emociones humanas, plasmó los espacios psíquicos entre
los seres humanos: una persona de perfil con otra mirada fija hacia el frente,
empleó rojos coléricos, verdes ponzoñosos, sombras negras, azules místicos.
Hizo más de cien
autorretratos en todos sus distintos estados de ánimo y pintó y grabó unas
veinte versiones de «Las niñas en el puente».
En su obra más famosa «El grito»,
ese trasfondo de nubes sanguinolentas, amenazantes, inquieta y horroriza una
doliente figura sobrecogida de algún horror.
Murió a los ochenta años, en
1944. Y dejó un espléndido legado a la ciudad de Oslo. El museo Munch
construido especialmente para conservar ese acervo abrió sus puertas en 1963.
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