Décimo sexto presidente de
los Estados Unidos de América, el más conocido, el más misterioso. Un hombre
alegre y bromista según quienes lo conocieron. Su humor hacía cosquillas a los
amigos y golpeaba a sus enemigos. Hasta echaba mano de chistes cuando lo creía
oportuno.
Se dice que era muy feo. Unas
orejas descomunales, una nariz desmedida, la barba oscura, los ojos sombríos, las
cejas hirsutas coronaban una altura de un metro y noventa y tres centímetros.
Dominaba el arte de la
brevedad en sus discursos. En Gettysburg solo habló poco más de dos minutos, en
diez oraciones y en menos de trescientas palabras. Fue pronunciado el 19 de
noviembre de 1863. Y ha sido considerado con posterioridad como uno de los más
grandes discursos en la historia de la humanidad.
Su influencia ha sido grande.
La fórmula del «gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo» para
definir la democracia ha sido adoptada por muchos países que aman la
libertad.
Su
discurso:
Hace ochenta y siete años,
nuestros padres hicieron nacer en este continente una nueva nación concebida en
Libertad y consagrada al principio de que todas las personas son creadas
iguales.
Ahora estamos envueltos en
una gran guerra civil que pone a prueba si esta nación, o cualquier nación así
concebida y así consagrada, puede perdurar en el tiempo. Estamos reunidos en un
importante campo de batalla de esa guerra. Hemos venido a destinar una porción
de dicho campo como lugar de último descanso para aquellos que dieron aquí sus
vidas para que esta nación pudiera vivir. Es plenamente oportuno y apropiado
que hagamos tal cosa.
Pero en un sentido más
amplio, no podemos dedicar, no podemos consagrar, no podemos santificar este
terreno. Los valientes hombres vivos y muertos que aquí lucharon, ya lo han
consagrado muy por sobre lo que nuestras escasas facultades pueden añadir o
restar. El mundo apenas notará o recordará por mucho tiempo lo que aquí se
diga, pero jamás podrá olvidar lo que ellos hicieron en este sitio. Somos más
bien nosotros, los vivos, quienes debemos dedicarnos a la tarea inconclusa que
los que aquí lucharon hicieron avanzar tanto y tan noblemente. Somos más bien
los vivos quienes aquí debemos abocarnos a la gran tarea que aún resta ante
nosotros: que de estos muertos a los que honramos, se extraiga un mayor fervor
hacia la causa por la que ellos entregaron la mayor muestra de devoción. Que
resolvamos firmemente que estos muertos no dieron su vida en vano. Que esta
nación, Dios mediante, tendrá un nuevo nacimiento de libertad. Y que el
gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, no desaparecerá de la faz
de la Tierra.
Abraham Lincoln
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