viernes, 12 de octubre de 2012

Ramón L. Fernández y Suárez: Teresa

                                                               
G:- Perdona, ¿no eres tú Pablo?

P:- Sí, claro. ¿Por qué me preguntas? Espera, tú eres Guillermo, el hermano de Teresa. Sí, nos conocimos en cuarto de carrera con mucho más pelo y menos tripa.

G: -No estaba muy seguro, pero al oír tu voz pensé “tiene que ser él”.

P: -Pues yo, la verdad, casi no te reconozco. Me alegra un montón encontrarte nuevamente, coño. ¿Qué haces aquí?

G: -He traído a mi familia. Me casé dos veces y tengo tres críos de este matrimonio. Esta  mañana se han ido de excursión a visitar no sé qué cenote. Yo no soy muy de aventuras, sabes. ¿Y tú?, cuéntame que ha sido de tu vida. Creo que no coincidimos desde hace más de veinte años cuando estuvimos en Turquía con aquel viaje de fin de carrera. Nunca he olvidado las perrerías que hicimos juntos ni las cogorzas que cogimos…

P:- Bueno, también yo estuve casado hace algunos años mientras vivía en Puerto Rico. Ahora ya no. Mi trabajo me ha llevado a residir en varios países. Ahora mismo trabajo para una empresa italiana y me tienen en Oaxaca  desde hace un par de años, por eso me he escapado una semana a este lugar.

G:- Aquí se está de miedo. Solemos ir a Ibiza, pero en el Caribe el agua es mucho más cálida, aún en invierno como ahora. Oye, ¿tomamos una cerveza y echamos una parrafada?

P:- ¡Claro! Estoy con unos amigos que salen a pescar dentro de un rato; pero, yo, macho, me mareo. Ahora tengo ya coartada.

Así transcurrió el reencuentro de estos dos viejos amigos a quienes, como a muchos otros, la vida separó y dejaron de tratarse. Ambos parecen triunfadores, afortunados y felices con su trayectoria y su presente. Sus respectivas posiciones en el mundo profesional les hacen comportarse dentro de coordenadas semejantes. A nivel social siguen entendiéndose, mas en el orden personal, ¿cómo discurren realmente sus criterios y motivaciones?

Un par de horas más tarde, sentados junto a la barra de un hotel todo incluido, bajo la sombra de cocoteros y palmeras, mientras trasiegan la cuarta copa de cerveza, la conversación, ya menos bulliciosa,  discurre de esta forma:

P:- ¿Y qué me cuentas de Teresa? ¿Sigue tan guapa?

G:- Veo que no sabes que mi hermana murió hace muchos años. Fue un golpe que durante mucho tiempo desarboló nuestra familia.

P:- ¡No jodas! ¿Cómo fue? Debió ser un palo terrible para tu familia. Solo erais vosotros dos.

G:- Pues sí. Fue algo muy gordo. Debió ocurrir poco tiempo después de tu partida para hacer el master en Estados Unidos. Es un tema casi tabú en mi familia. Supongo que aún no están cerradas las heridas y, por otra parte, las concepciones religiosas y morales de mis padres no marchan, como es lógico, acordes con los tiempos. Ambos son ya octogenarios y por ello casi nunca hablamos de ese tema.

P:- Bueno, no quiero ser imprudente pero no sé si supiste que estuve colado por Teresa…

G:- Pues nunca noté nada, no. ¿Llegasteis a algo juntos? Ella siempre fue muy reservada.

P:- Bueno, te confieso que algo sí que hubo durante una corta temporada. Luego yo marché a América y todo se disolvió con la distancia. Aunque nunca la he olvidado. Me encandiló desde el primer momento.

G:- ¿Qué me dices? Han pasado veinte años y ahora descubro que casi fuiste mi cuñado. Macho, me estoy quedando de piedra.

P:- Fue algo que llevábamos con mucha discreción, precisamente por el hecho de la rigidez de los principios de tus padres. Pensábamos continuar a mi regreso a España y entonces darlo a conocer a nuestras familias. Porque la mía, tío, a estrechez no hay quien le gane. ¿Qué pasó con ella entonces? ¿Cómo fue su muerte?

Pasaron unos tensos instantes de silencio que, a fin de aligerarlos, sirvieron de pretexto para ordenar otras cervezas y cuando el camarero dejó el servicio sobre el velador Guillermo, tras sorber parte de la espuma, comenzó diciendo:

  -“Un buen día Teresa dijo en casa que marchaba rumbo a Avila durante una semana para unos ejercicios espirituales con no sé qué monjas. Según mis padres, esa temporada  parecía estar algo nerviosa, cosa que achacaron al período de exámenes finales. A su regreso pareció  algo desmejorada y mi madre sugirió que fuera a ver al Dr. Ariza, nuestro médico de cabecera. Ella rechazó la idea alegando que no era nada de importancia pues se sentía perfectamente. Los días transcurrían y su aspecto, lejos de mejorar se empobrecía. Aproximadamente diez días después fue presa de altas fiebres acompañadas de escalofríos y temblores. Hubo que trasladarla con urgencia a la clínica Los Nardos y el diagnóstico fue peritonitis en fase aguda como causa de una septicemia”. Llegado a este punto de la narración, Guillermo hizo silencio unos instantes , tomó una servilleta y con el aparente pretexto de secar el sudor de su frente, enjugó la humedad que exhibían sus párpados inferiores. Luego continuó.” Pasó más de tres horas en quirófano y horas después fallecía en la UVI. Pero lo en realidad impactante fue para nosotros la pregunta que formulara el cirujano tras la operación. -¿Saben ustedes si se ha practicado a la paciente la interrupción de un embarazo?- Mis padres asombrados, no supieron, no quisieron responder  y fui yo quien asumió la dolorosa realidad de expresar nuestro atónito desconocimiento ante dicha posible, evidente, realidad  clínica”. 

Tras el entierro, mi madre cayó en shock  por el dolor y la vergüenza. Mi padre se encerró en el chalet que tenemos en Torredolones y pasaron más de cinco años  hasta que las cosas comenzaron a restablecerse en mi familia. Fue después de mi divorcio cuando ellos parecieron comenzar a ver la vida tal y como es, no como ellos la imaginaban  por aquel entonces.

G:- Y ahora que hablamos, Pablo, ¿tuviste algo que ver en todo aquello? Si así fue, hoy no te culparía pues el amor es cosa de dos y, si son adultos, sus consecuencias serán siempre responsabilidades compartidas.    

El silencio que siguió a estas palabras pareció  más tenso aún que el anterior.  Esta vez ninguno levantó su jarra de la mesa. Pablo miraba al horizonte donde un mismo azul era compartido por ambas dimensiones. Luego, con voz trémula por la emoción, dijo a su amigo a modo de respuesta:   

P:- Es posible que haya sido así, aunque nunca tuve noticias de lo ocurrido. Teresa dejó de dirigirse a mí tras mi partida y la supuse primero enfurecida; luego, defraudada. Pero no, nunca dudaré de su fidelidad. Cuanto lo siento.                             
 




© Ramón L. Fernández y Suárez








                                               

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