lunes, 25 de septiembre de 2023

La hormiga: colonizadora de la Tierra

 



Ahí donde las ven tan diminutas, se cuentan entre las fuerzas dominantes de nuestra Tierra. Salvo las regiones polares están en todas partes. Hay unas 8800 especies conocidas. Tan solo en cantidad, son una población de diez mil billones, exceden con mucho a los mamíferos, aves, reptiles, anfibios…

Hormigas y termes remueven casi todos los suelos del planeta, al llevar materia orgánica a sus refugios subterráneos, airean, desaguan y enriquecen la tierra arable. Son unos de los principales diseminadores de semillas. Son sepultureras, pues recogen y devoran el 90% de los cadáveres de animales pequeños. Si se las exterminara, cientos de miles de especies podrían extinguirse y muchos ecosistemas se desestabilizarían.

La principal ventaja de las hormigas parece ser su organización social. Son grandes estrategas y se caracterizan por la división del trabajo, la comunicación entre individuos y la capacidad de resolver problemas complejos: una colonia de obreras estériles se organizan en torno a una reina fértil. Son aptas para vencer a competidores solitarios, para inventar nuevas formas de trabajo en equipo. La colonia de hormigas es una fábrica dentro de una fortaleza, con soldados, constructores, enfermeros y otros especialistas, dedicados exclusivamente a la supervivencia de la reina y a formar más colonias. Las hormigas y los humanos son semejantes en muchos aspectos, por lo que son objeto de numerosos estudios.

Se comen en diferentes partes del mundo. En México, Colombia, India, Birmania, Tailandia...

 

¿Le gustan a usted?



sábado, 23 de septiembre de 2023

Julia de Castro: Diario de una nazi de Enrique Coperías y Cristina García-Tornel

 


He leído muchos libros sobre nazis, la diferencia con todos ellos es que, este está narrado desde el punto de vista de Ingrid, una alemana convencida y entregada a las propuestas del Führer, que llega a la Cracovia ocupada tras su marido, un alto oficial de las SS que es destinado al campo de Auschwitz. La relación que establece con Clara y la realidad que va descubriendo en su nuevo hogar van a hacer que Ingrid se cuestione todas sus convicciones y eso hará tambalear su perfecto mundo de lujo e indiferencia y cambiará por completo su futuro.

 

La aparición de un jardinero polaco, la presencia del pequeño hijo de este, el único compañero de juegos de su propio hijo, las largas conversaciones con Clara y el terrible descubrimiento de los horrores que su marido y sus colegas están cometiendo a escasos kilómetros de su mundo perfecto, construido sobre el dolor y la rapiña, hacen que Ingrid empiece a ver con otros ojos las bases sobre las que se sustenta toda la doctrina nacionalsocialista y su empeño en conseguir que la raza aria domine al resto bajo el supuesto de su superioridad.

 

Llega un momento en que la protagonista ya no puede seguir cerrando los ojos a la realidad del horror que los suyos están imponiendo, ni puede seguir negando la barbarie de un holocausto en el que nunca quiso creer. Estos descubrimientos llenan su vida de secretos inconfesables en un mundo en que siempre hay alguien vigilando, pero las certezas de que no hay grandes diferencias entre los polacos que encuentra en su nueva vida y los propios alemanes, seres humanos intentando sobrevivir, la llevan a una difícil disyuntiva, tomar partido o seguir mirando para otro lado.

 

Tengo que confesar que cuando inicié la lectura de esta novela estuve a punto de abandonar. Esta mujer, nazi convencida viviendo en un mundo de lujos robados, ajena a los horrores que se estaban cometiendo a su alrededor, en su propio jardín, me asqueaba, pero a medida que la protagonista iba abriendo sus ojos a la inexorable realidad, fui viviendo el sutil cambio con ella hasta descubrirme vibrando con sus propias emociones, sus miedos y su angustia.

 

Me ha resultado muy interesante conocer lo que esta vergüenza humana que es el holocausto supuso para los otros alemanes, los que no se dejaron convencer por la locura genocida y por los que recuperaron la cordura al enfrentarse con el horror que, en nombre de la pureza de la raza aria, se estaba cometiendo, sobre todo si tenemos en cuenta que esta novela está basada en la realidad.

 

Totalmente recomendable.

 

 © Julia de Castro

Mi otoño en Libros 2021

jueves, 21 de septiembre de 2023

Blanca del Cerro: Una conversación

 



Primer día de clase. Mario se sentía algo nervioso. El cielo se había cubierto de nubes y el ambiente se presentaba algo plomizo, como atacado de melancolía. Siempre era un tanto misterioso ese primer día porque no sabía lo que iba a encontrar.

        Tenía diecinueve alumnos, más chicas que chicos, y al entrar en el aula todos sin excepción miraban sus teléfonos móviles.

        — Buenos días —dijo.

        Su saludo no obtuvo respuesta.

        — Os ruego apaguéis vuestros teléfonos, por favor —pidió.

        Ante la falta de reacción, se aproximó a las mesas y, uno a uno, fue confiscando los móviles de los chavales y guardándolos en una bolsa. Todos ellos se miraron atónitos, preguntándose algo así como: ¿Y este qué hace?

        — Quedan prohibidos los teléfonos durante la clase. Podéis recogerlos al salir.

        A sus palabras acompañaron murmullos de protesta.

        — Lo primero que vamos a hacer es tener una conversación porque quiero conoceros.

        Un rayo de extrañeza atravesó la sala.

        — ¿Una qué? —Preguntó un chaval rubio sentado en la primera fila.

        — Una conversación —respondió Mario con cara de asombro— ¿sabéis lo que es una conversación?

        Sus ojos revelaron ignorancia.

        — ¿Algo así como un intercambio de palabras? —Apuntó una chica morena, llena de tatuajes y con el pelo muy largo.

        — Algo así.

— Menuda tontería —comentó un chaval rubio y guapo.

        — Eso ya no se lleva —afirmó otra joven con un piercing en la nariz.

        — Vaya pérdida de tiempo —dijo un chico situado en la segunda fila.

        Las risas que precedieron a estos comentarios dolieron al profesor en el alma porque aquello significaba que las nuevas generaciones ya no sabían hablar. Un manto de tristeza le cubrió por completo. Mario pensó qué iba a resultarle difícil la comunicación en todos los aspectos. ¿Sabrían aquellos chavales el significado de “comunicación oral”?

— Habladme de vosotros, uno por uno, de vuestras familias, de vuestros deseos vuestras ilusiones y vuestras esperanzas.

Pusieron cara de estupefacción. Mario entendió que no comprendían determinadas palabras como ilusiones, deseos o esperanzas, y suponía que muchas más. Su vocabulario había quedado limitado a lo más básico y lo más perentorio, sin llegar a captar la mayoría de los términos salvo los más sencillos para salir del paso. ¿Qué conversación podían entablar cuando carecían de criterio propio, de opinión y de discernimiento?

A lo largo de una hora no hablaron de nada importante porque, en el fondo, no sabían: habían perdido la capacidad de expresarse, de comunicarse. Ignoraban todo lo referente a diálogo, interlocución, parlamento, intercambio de opiniones, transmisión de ideas, pláticas, coloquios, pensamientos e incluso sueños. Y Mario supo en ese instante que intentaría esa deseada comunicación que tan difícil le iba a resultar. Tenía todo un año por delante para conseguirlo. Esperaba y rogaba que no resultara misión imposible.

 

Al finalizar la clase, los chavales recogieron ansiosos sus teléfonos móviles, inclinaron sus cabezas sobre las pantallas y sonrieron de pura felicidad.

 

©BlancadelCerro

#cuentosparapensarBlancadelcerro

miércoles, 20 de septiembre de 2023

Lu Xuan Calleja Romeralo: Amigos para siempre


  

Había una vez un niño llamado Aristóteles que nació en el año 384 a.C., en la ciudad de Estagira, en Grecia. Era rubio de pequeño, tenía ojos claros, y muy alto. Iba a un colegio cerca de su casa situada en la ciudad donde nació. La asignatura favorita de Aristóteles era filosofía, además tenía a un gran maestro, Platón.

Platón fue un filósofo griego seguidor de Sócrates. Fundó la Academia de Atenas, a la que Aristóteles acudiría desde Estagira a estudiar. Esto lo dijo mi profesora el otro día en clases.

Una mañana, a la hora del almuerzo, Aristóteles se sentó en la escalera de su colegio a comer un bocadillo que le había preparado su madre. Al cabo de un rato, su amigo Juan se acercó a él, vio q estaba solo, y empezaron a hablar. Juan le preguntó a Aristóteles qué quería ser de mayor. Su respuesta fue: filósofo.

Aristóteles todavía no se había terminado su emparedado, cuando vio a Juan con la boca abierta, relamiéndose. Entonces decidió compartir su merienda con él. A continuación le preguntó a Juan qué quería ser de mayor, y este le contestó que le gustaría ser matemático. A Aristóteles también le gustaba mucho la ciencia, pero prefería la filosofía.

Años más tardes, ambos consiguieron su sueño, Aristóteles fue filósofo y Juan matemático. Perdieron el contacto, hasta que un día, Aristóteles por sus grandes conocimientos de filosofía, se hizo profesor en su antigua escuela de Atenas. Lo que él no sabía era que Juan también daba clases en esa misma escuela. En una reunión de profesores coincidieron, se miraron y con un fuerte abrazo volvió a renacer su amistad.



© Lu Xuan Calleja Romeralo

13 años

martes, 19 de septiembre de 2023

Liliana Delucchi: La santa

 


Desde la puerta entreabierta de la sacristía, don Paulino observa al hombre que a diario, haga frío o calor, se postra ante la santa. Se pregunta si ha de intentarlo una vez más, si conseguirá hoy que ese personaje, con indumentaria de campesino y un cayado como único acompañante, responda a sus palabras. Su sufrimiento es evidente, piensa el sacerdote, pero mis intentos no logran abrir su corazón.

Destinado hacía apenas unos meses a esa parroquia, don Paulino supo ganarse la confianza y las confesiones de los feligreses. Sin embargo, a pesar de tantos años de sacerdocio era incapaz de acercarse al hombre.

El cura había hecho los deberes. Ante el silencio y distancia de esa criatura que con la boina entre las manos miraba devotamente la escultura de la inmaculada, preguntó por el pueblo.

Su nombre, Simón, de profesión pastor, trabajo heredado de su padre y abuelo, quizás de algún otro antepasado, pero aquellos a quienes interrogó no supieron decirle más. Solo que tenía un chozo de piedra en lo alto del monte, rodeado de un cercado donde guardaba las cabras en verano. En invierno las recogía en un establo cercano a la vivienda. La información recabada por don Paulino se vio enriquecida por Sagrario, la cotilla de la aldea, quien se sintió ofendida al no haber sido consultada.

—Es muy raro el Simón —declaró la señora.

Mientras se expresaba con su aguda voz, mordía uno de los mantecados que había llevado de regalo como excusa para la confidencia.

—Vive solo desde la muerte de su padre. Nunca se le conoció mujer, y por aquí no faltan algunas ligeras de cascos a quienes les hubiera venido bien esa casucha… Aunque esté tan alta en la montaña—. La mujer miró de reojo al párroco en busca de beneplácito a su testimonio, antes de seguir:

—Baja al pueblo en ocasiones para aprovisionarse de vino y alguna charcutería, pues el queso se lo hace él —dijo Sagrario mientras sacudía las migas caídas sobre su falda—. Es hombre de pocas palabras y solo habla del tiempo o de sus cabras.

Cuando el sacerdote le señaló que lo veía todos los días rezando ante la santa, la mujer abrió la boca para decir algo, pero como no se le ocurrió nada, volvió a cerrarla. El cura aprovechó para mirar el reloj, soltar un «Huy, ¡qué tarde!» y dar por finalizada la conversación.

Al día siguiente, al ver a Simón nuevamente ante el altar, don Paulino pensó: Si tú eres pastor de cabras, yo lo soy de almas y se prometió hacerle una visita.

El camino hasta la cumbre es bastante largo y empinado, el calor del mediodía de esa incipiente primavera da de pleno en la espalda del cura, tanto que tiene que quitarse la pelliza, pero ello no le impide llegar a destino a pesar de sus resuellos.

A la casa de Simón le falta no solo una mano de cal sino bastantes arreglos, sin embargo, cuando entra y sus ojos se han acostumbrado a la penumbra, don Paulino constata la limpieza y el orden de la estancia. Sentado en una de las dos sillas instaladas junto a la mesa, se sirve un vaso de vino a la espera del propietario de la vivienda.

—No sabía cuándo, pero sí que vendría —escucha don Paulino una voz ronca a sus espaldas—, por eso dejé la bebida junto con los dos vasos.

El sacerdote se pone de pie para estrechar la mano de ese hombre a la puerta de la cabaña, en su rostro en sombras adivina una sonrisa.

Simón se sienta al otro lado de la mesa y apura de un trago el jarro que tiene ante sí.

—No es como el de misa, pero a mí me sirve para refrescar el gaznate —comenta sin dejar de mirar a su interlocutor.

Un silencio se instala entre los hombres. El visitante lanza un suspiro y cuando va a comenzar a hablar, el otro le dice que no se preocupe, está bien y si va al templo a diario es para ver a la santa.

—Solo me enamoré una vez —continúa, mirando sus nudosas manos apoyadas sobre la madera—. Tenía doce años cuando mi padre me llevó a la iglesia, y entonces la vi.

»Tan dulce, tan hermosa y me miraba con tanto cariño que a partir de entonces solo pude pensar en ella. Pero nunca me perteneció. Estaba demasiado alta para mí. En realidad, ella era de todos.

El pastor saca un pañuelo del bolsillo de la chaqueta y se suena la nariz.

»Como acabo de decir, demasiado para mí, por eso voy al santuario, a pedir que me lleve junto a ella, y así poder estar juntos.

El cura se pasa la mano por la frente como si buscara la frase exacta, quiere aportar ayuda a esa confesión. No está seguro sobre si sus palabras serán las adecuadas, pero se aventura a replicar:

—No debe desear su propia muerte, esta llegará cuando el Señor lo disponga, pero puede estar seguro de que su enamorada está con Él.

—Claro que está con Dios, padre. Es la santa, por eso está allí y la gente va a rezarle.

© Liliana Delucchi

domingo, 17 de septiembre de 2023

II Guerra Mundial: Batalla de Montecassino

 



Cassino era un pequeño pueblo italiano a orillas del río Rápido en el centro de la Línea Gustav, en una zona montañosa coronada por un monte en donde se erguía una abadía y monasterio benedictino, del siglo VI. Por un error, que fue reconocido en 1969, se bombardeó el monasterio. Se creía que los alemanes estaban allí fortificados, pero no, en el lugar solo se encontraban los monjes, civiles refugiados y heridos. 

Los alemanes con sus posiciones de defensa estaban en las escarpadas pendientes por debajo de las paredes de la abadía. 

Cuatro meses de asedio desde el 17 de enero al 18 de mayo de 1944. 

La colina fue atacada cuatro veces por las tropas aliadas con la intención de atravesar la Línea Gustav y tomar Roma. Estas acciones ocasionaron la muerte de cincuenta y cinco mil soldados aliados y veinte mil soldados alemanes. La mañana del 18 de mayo, tropas polacas tomaron el pueblo y coronaron Monte Cassino sin oposición alemana. Solo encontraron cadáveres, heridos y dos médicos militares alemanes.

La captura de Montecassino permitió el avance aliado a Roma y liberó a las tropas atrapadas en Anzio.

La capital italiana cayó el 4 de junio de 1944.

La abadía fue reconstruida después de la guerra. El papa Pablo VI la consagró en 1964.



viernes, 15 de septiembre de 2023