jueves, 13 de febrero de 2025

Malena Teigeiro El barco negrero

 


Cuando escuchó los golpes en la puerta de su casa, Justine se asustó. No eran horas, se dijo dándose la vuelta en la cama. El golpeteo insistía, ahora tan fuerte que temió que la tiraran abajo. ¡Voy! ¡Voy!, gritó malhumorada desde su habitación. La luna era brillante, tanto que Justine no encendió la luz. En cuanto giró el pomo un empujón casi la tira al suelo. Era Brian, el hijo treintañero de su hija Ethel. Se hizo a un lado y su nieto, con una desgarrada y sangrante corte en el brazo, dando tumbos, se dirigió hasta el sofá donde se dejó caer. Le vio apoyar la cabeza en los almohadones. Tenía la piel del rostro casi tan plateada como la luz de la luna. Justine se dirigió hacia él. Iba descalza. Estremecida, sentía bajo las plantas de los pies los pegajosos cuajarones de la sangre de su nieto. Movió la cabeza e interrumpió el camino. Ahora vuelvo. Su voz sonaba cansada, casi harta. Ya en la cocina recogió vendas y desinfectante.

—¿Otra vez? —preguntó inclinada sobre el muchacho mientras le cortaba la manga de la camisa. Él esbozó una sonrisa.

—Otra vez —le respondió desmayadamente.

Aun en contra de la voluntad de sus padres, el amor de Brian por Catalina nació mientras jugaban en la arena de la playa las noches de luna. Ella era una niña morena, casi negra como su madre. Tenía los ojos verdes y profundos como los pulidos trozos de cristal de botellas que devolvían las olas a la playa. Desde bien pequeña, decía Catalina, ella con cada ola recibía las caricias de los espíritus de aquellos que nunca llegaron a desembarcar del barco negrero. Porque, y apretaba la boca en el intento de hacer fuertes sus palabras, era aquí. En nuestra playa, en donde los desembarcaban. Y daba con su piececito golpes en la arena. Y era allí, y señalaba con el dedo la cercana aldea, donde los vendían.

Envolviéndose en las brumas de sus antepasados, Catalina comenzó a ser conocida por la muchacha que hablaba con los espíritus, por la que tenía poderes para deshacer un mal de ojo, y por ser capaz de retornar los amores extraviados.

Fue Brian el que al comenzar a percibir luces de roja locura en sus profundas pupilas, la delgadez extrema de su cuerpo, sus noches de insomnio constante, quien le rogó que olvidara a todos aquellos espíritus que decía la rodeaban, que volviera con él a bañarse en el mar hasta que los cubrieran las luces del amanecer. Que volviera a ser feliz como cuando eran niños y que se casara con él. Ella, cohibida, y con la cabeza baja, lo escuchaba. Luego, agarrada a su cintura iba con él a bañarse las noches de luna llena.

Todo comenzó una noche. Ya estaban los dos jugando en el agua, cuando ellas, las ánimas, convertidas en voraces peces, saltaban ente las olas atacándole. Ellas, le decía Catalina besándole las heridas, no querían que las abandonase por aquel hombre blanco descendiente de los que las habían tirado al mar. Y así ocurrió una vez, y otra, y otra.

Cuando Justine terminó su cura, lo besó en la frente. Sorprendida vio las lágrimas mojándole el rostro. En silencio, el muchacho la miró.

—Nunca volveré a esa playa, abuela. Esta noche, como tantas veces, yo intentaba sacarla, mientras ellos me mordían. Pero Catalina, como si fuera una medusa, con su largo cabello meciéndose en el agua, me sonreía mientras se hundía en el mar. Cuando la vi decirme adiós levantando una mano, supe que no quería volver.

© Malena Teigeiro

martes, 11 de febrero de 2025

Visibilidad, el gran reto: Café matinal con Marieta Alonso

 


EL CAFÉ MATINAL DE VISIBILIDAD, EL GRAN RETO

 

HOY CONOCEMOS MÁS DE MARIETA ALONSO

 

Por Luis María Compés

 

Buenos días, seres maravillosos que encontráis en los libros la fuente del conocimiento, del ocio, las aventuras y el saber. Esta mañana voy a compartir un buen café, con un aroma que transporta a las sensaciones más emotivas, bien caliente y humeante, con Marieta Alonso. Esta escritora traslada al papel pura esencia literaria. Sus novelas disponen de las mejores cualidades para conseguir que los lectores vivan las escenas que la autora pone a su disposición con mimo, el ritmo correcto y calidad. Ya tenemos el estimulante servido en dos bonitas tazas de loza de Talavera. Buenos días, Marieta:


¿Desde cuándo escribes y qué finalidad te motiva a hacerlo?

Desde niña disfruto al expresar en el papel todo aquello que bulle en mi mente. Me gusta mucho leer y puede que una cosa llevara a la otra. Considero que escribir es un oficio que requiere amor y trabajo, y como leer y estar con el oído atento son mis grandes fuentes de inspiración, disfruto con lo que hago.

 

¿Cuántos libros has publicado y cuál de ellos has puesto como referente para el proyecto Visibilidad, el gran reto?

Tengo publicados en solitario cuatro novelas y dos libros de cuentos, uno para adultos y otro para niños.  Mi primera novela La huella de los Adioses fue la que elegí para el proyecto Visibilidad, el gran reto. 

 

¿En qué fecha lo publicaste y qué temática afronta?

La huella de los Adioses fue publicada en 2018. Trata de la emigración entre Cuba y España. Es una saga familiar en la que cada uno cuenta el momento histórico que le ha tocado vivir.

 

¿Qué dirías de tu propio libro a un lector para que se anime a adquirirlo?

Que les va a gustar. Que no dejen de leerlo. Que no es mi historia, aunque haya nacido en Cuba. Y si nos resulta cercana es que las penas, las alegrías, el amor, el desarraigo, son sentimientos universales. Todo lo que cuenta la novela es cierto, y ha ocurrido a personas que por una razón u otra han tenido que dejar atrás, el lugar donde nacieron.

 

Dinos una anécdota interesante que te haya ocurrido en tu carrera literaria.

Estando en la Feria del Libro de Moratalaz un hombre se acercó a mirar los libros, tomó uno entre sus manos y me miró. Se dio la vuelta y llamó a su mujer. ¡Mira, quién está aquí! Y cuando ella se acercó me explicaron que el año anterior habían comprado La huella de los Adioses. No dijeron si les había gustado, hicieron algo mejor. Se llevaron un ejemplar de las otras tres novelas. Nos vemos el año que viene. Fue su despedida. 

 

¿Eres una persona disciplinada que tiene un lugar, horario y costumbres fijas para escribir?

Muy caótica no soy. Si estoy en la calle y tengo una idea la plasmo en una libreta pequeña que siempre llevo conmigo. Si estoy en casa me siento ante el ordenador, por las mañanas casi siempre, aunque no siempre es así. Mi disciplina está entre unos márgenes que alargo o acorto según esté de inspirada.

 

¿La carrera literaria ha cambiado tu vida?

La vida es cambio, movimiento, oportunidades. Hay que disfrutar cada etapa que nos toca vivir. Me encanta evolucionar, correr tras un sueño. Lo que sí me ha dado mi carrera literaria son muchas satisfacciones, porque lo creativo te lleva a andar por muchos senderos.

 

Pide un deseo literario para 2025

Que cada día me despierte con un nuevo proyecto, con personajes que me zarandeen para que cuente su historia.

 

Ya hemos terminado la taza de café y, como siempre, conversar con Marieta Alonso ha sido muy agradable. Ella es como El Flautista de Hamelin, el que la lee, la sigue para siempre. Es todo cariño, agrado, comprensión y bondad. Me despido de ella con un abrazo de los de verdad, y para todos los seguidores de Visibilidad, el gran reto, abrazos que unen y embelesan.

 


domingo, 9 de febrero de 2025

La cocina a mi alcance: Sopa de castañas





Hace miles de años, durante el Pleistoceno, el castaño, un árbol «muy agradecido» comenzó a dar sus frutos. No solo alimentaban a las personas, sino también a los animales. Incluso se dice que, en algún momento, las castañas se utilizaron como moneda de cambio. Fue introducida en Europa desde Asia Menor. La castaña gallega, conocida como Castanea Sativa, es la única con marca de calidad reconocida en España.

Existe una figura llamada Maricastaña. En época de Cervantes ya se había convertido en una referencia temporal:


«en tiempos de Maricastaña, cuando hablaban las calabazas».


Expresión que se utiliza para referirse a un pasado muy lejano, equivalente a los tiempos de Matusalén.

 

¡Qué ricas son las castañas!

 

Se pueden comer crudas, hervidas, asadas, preparar pan de castañas, pasteles, pasta… La sopa de castañas es un plato de otoño, calentito y muy bueno. Una elaboración sencilla y rápida de preparar.

 

Ingredientes:

250 gramos de castañas

1 cebolla

1 trozo de puerro

1 diente de ajo

1 vaso de caldo de pollo o verduras

1 vaso de agua

50 mililitros de nata o crema de leche

1 chorro de aceite de oliva

Sal

1 pizca de pimienta

1 cucharadita de tomillo

Preparación

Hacer unos cortes en la parte central de cada castaña para que se cuezan bien y no estallen. Poner agua en una cacerola y cuando empiece a hervir introduce las castañas para que se cocinen durante unos quince minutos. Pelar las castañas cuando estén frías.

Picar la cebolla y el puerro y pocharlas en aceite, añadir el ajo y las castañas. Rehogarlas. Luego añade el caldo, el vaso de agua, un poquito de sal y la pimienta, cocerlas unos quince minutos hasta que estén bien cocidas las castañas.

Tritúralo todo muy bien. La sopa puede quedar líquida o un poquito espesa como una crema.

Coloca de nuevo la cazuela al fuego con la sopa de castañas y añade un chorro de nata o crema de leche. Servir bien calentita y con el tomillo por encima.

La puedes acompañar con taquitos de jamón, setas, queso rallado…

viernes, 7 de febrero de 2025

Amantes de mis cuentos: Historias de la niñez. La lluvia

 



 

Han dicho que va a llover. Hace un sol que raja las piedras. Pero si lo han dicho, lo creo. Ya no estamos en 1967, son otros tiempos, muy distintos a aquel cuando uno de los primeros meteorólogos, ante la sequía que imperaba en España y con claros indicios de que el tiempo iba a cambiar, apostó el bigote. Llovería. Se lo tuvo que afeitar.

De niño me fiaba más de las rodillas del abuelo. Desayunando dijo que olía a lluvia y yo no quitaba los ojos de la ventana. Estaba castigado en mi habitación. Tenía que estudiar.

La hora del ángelus. Fue justo en ese momento cuando el sol se despidió, se volvió todo negro, ese negro de tormenta, que a veces asusta y las paredes se fueron difuminando con la oscuridad creciente. Un trueno sonó a lo lejos. Todo se sembró de sombras.

Era feliz. No sé qué encanto tenían y tienen sobre mí las gotas de lluvia, pero me atraen como un imán. Vivíamos en un quinto piso. Sin pensarlo dos veces salí corriendo, el abuelo medio sordo no se enteró.

Me deslicé por las barandillas, por las escaleras se tardaba más, y salí a la calle. Reía a carcajadas, la ropa se me pegaba al cuerpo, bailaba al son de una música imaginaria.

¡Mi madre!

Venía de la compra. Y sin mediar palabra, me cogió como si fuera un conejo, por el pescuezo.

—¡Arriba! Que contigo no gano para catarros.

 

© Marieta Alonso Más

 

miércoles, 5 de febrero de 2025

Sol Cerrato Rubio: Antecedentes

 



—La drogó y la tiró por la ventana.

—¡Menudo canalla!

—Se recupera favorablemente después de estar diez días en coma.

Ha sido un milagro que se salvara.

—¿Y qué ha sido de su ex pareja?

—Treinta y cinco años de prisión. Tenía antecedentes por agresiones con violencia.

—Parece tan feliz, tan ajena a todo lo que ha tenido que sufrir.

—Si. Afortunadamente sufre amnesia y no recuerda nada de lo sucedido.

 

El doctor y la enfermera se dirigieron a la habitación contigua para proseguir con la ronda de visitas a los enfermos.

 

 

© Sol Cerrato Rubio


lunes, 3 de febrero de 2025

Amantes de mis cuentos: Esa soy yo

 



Me llamo… ¡Qué importa mi nombre! Soy mujer. Por lo tanto, una contradicción. Eso diría el tío Tomás que tenía un serio enfrentamiento con las de mi sexo después de casarse siete veces.

Me miro al espejo y compruebo que hace algunos años medía un metro y cincuenta y cinco centímetros, con la edad he menguado a metro y medio. En cambio, he subido de peso. Debe ser porque me gusta el arroz con leche, unos días con canela y otros me la pide el cuerpo. Ahora llevo gafas para leer. Antes no. Desde niña veía con el ojo izquierdo de lejos y con el derecho de cerca. Tras la operación de cataratas solo veo bien de lejos. Hay que ver cómo cambiamos con el paso del tiempo.

A veces me siento como un árbol centenario, como ese ahuehuete que de vez en cuando visito en El Retiro. Me comprende mejor que muchos mortales con los que no logro entenderme. Lo siento así cuando descoso mis labios para hablarle de mis cuitas y me contesta en susurros.

Si por mí fuera estaría todos los meses un día aquí y otro allí. Viajar es uno de los mayores placeres. Me gusta. A mi ritmo. Recreándome con las iglesias y catedrales, los monumentos, las calles estrechas, las avenidas, los parques, los árboles, la gente…

En apariencia el género humano tiene las mismas necesidades, pero lo que hace único a un país, es la forma de enfrentarse a lo cotidiano. Unos al caer la noche se encierran en sus casas, a descansar, dicen. Otros, como yo, son tan callejeros que si se cayera el tejado de su casa no sufrirían daño alguno.

Ya lo dijo no sé quién: «La vida es bella».

 

© Marieta Alonso Más

 

sábado, 1 de febrero de 2025

Amantes de mis cuentos: Huellas del Camino

 


 

Cuenta la leyenda que el juego de La Oca fue creado por los templarios en el siglo XII, inspirándose en el Camino de Santiago. Eso comentan. A mis nietas les encanta y cada tarde le dedicamos un buen rato.

Hoy los recuerdos se me agolpan. Vuelvo a aquella época cuando, muy ufano, me fui a Roncesvalles. Alquilé una bicicleta, sin acordarme el trabajo que cuesta sortear el abismo que media entre las aspiraciones y las aptitudes de uno.

Antes de comenzar el Camino entré a ver a la Virgen. Cuatro hombres y dos mujeres esperaban a que los religiosos terminaran de rezar los «laudes». Estaban sentados, cada uno en un banco, eso demostraba que no se conocían.  Al finalizar los rezos, un sacerdote nos dio la Bendición.

—Venga, abuelo, te toca tirar.

Salí de la Iglesia. Cada cual tomó su camino. Me puse la mochila a la espalda, pero en vez de subirme a la bicicleta se me ocurrió que habiendo leído que la Colegiata era el único ejemplar en España del gótico francés, lo menos que debía hacer era visitarla.

Dicen que la edificó el rey Sancho VII El Fuerte, el que medía dos metros y le tuvieron que enterrar con las piernas cruzadas. ¡No cabía en el ataúd! Este rey participó en la batalla de las Navas de Tolosa y de allí se trajo unas cadenas que desde entonces forman parte del escudo de Navarra. No pude ver la famosa esmeralda de Miramamolin, ni el Ajedrez de Carlomagno. No recuerdo el motivo.

Después de saciar mi curiosidad me dirigí a Burguete, es un pueblo con techumbres a cuatro aguas. Así que seguí hasta el Espinal. Las casas son muy parecidas al anterior. Lo dejé atrás.

Ante mis ojos apareció Viscarret y aparqué cerca de una de las señales del camino. Un buen bocadillo de jamón y queso, aderezado con vino era lo que me apetecía. Con la barriga llena y cantando seguí mi rumbo. Llegué a Zubiri, nada más entrar me topé con una señal: Puente medieval y albergue de peregrinos. Lo que buscaba. Me voy a cenar. Mañana será otro día.

−Abuelo, has caído en el puente, tienes que ir a la Posada y pierdes el turno.

−¿Qué?

Siempre he tenido fama de tramposo en los juegos de mesa, pero esta vez estoy alelado recorriendo el Camino a la vez que juego. 

Al día siguiente, suena el despertador a las cinco y media de la mañana. Me levanto con agujetas. Esto de pedalear tiene estas consecuencias. Continúo mi camino y encuentro a dos ancianos de unos noventa años que hablan de sus cosas. Presto atención. Uno de ellos es hermano del que fue cura durante cuarenta años en ese pueblo. Hablan de la Guerra Civil y de cómo está la juventud. El otro cuenta que su padre murió en la Guerra de Cuba.

−¡Eh, abuelo! Espabila.

Tiro el dado con desgana y caigo en la casilla de la cárcel. Tendré que dejar pasar dos turnos.

Llego al refugio de Trinidad de Arre. A los peregrinos que iban andando y en bicicleta les he perdido de vista. Yo voy a mi aire. A ver, ¿es culpa mía pararme a contemplar esas buganvillas, ese derroche de colores que encuentro por el camino?

−Abuelo, ¡despierta!

Mi hija, como siempre, mete baza, la escucho aunque habla bajo: Hay que ver lo cargantes que son los hombres. Si no fuera porque debemos perpetuar la especie se podría prescindir perfectamente de ellos.

No me molesto en contestar. Tiro el dado y con tan mala suerte caigo en la casilla de la Calavera: tengo que volver a la casilla número uno.

−Abuelo, ¿qué te pasa, hoy?

−Es que estoy pensando en el cantar de los ríos, en las iglesias románicas donde se escucha el silencio, en la tierra reseca que aguarda la tormenta...

Mi prosa poética ha sido interrumpida por un grito atronador:

—¡He ganado! —y frente a mi deteriorado oído, chilló— ¡Soy la mejor!

Es la mayor de mis nietas que es idéntica a su madre. La pequeña se tiró al suelo y se echó a llorar. Y yo, de pronto, no me explico qué me ha pasado. ¿Cómo es posible que me haya dejado ganar?

 

© Marieta Alonso Más