sábado, 3 de junio de 2023

Amantes de mis cuentos: Al final tenía razón

 


¡No debo tener miedo! 

¡No debo tener miedo! 

No debo tener miedo! 

Lo tengo. 


Desde niño, en noches de tormenta, oigo gritos pidiendo ayuda, los relámpagos son cuchillos plateados que intentan traspasar mi ventana y de madrugada escucho el crujir de los suelos de madera. Hay susurros en los rincones y fantasmas que juegan a las cartas.

Hoy es distinto el silencio lo cubre todo. Solo un leve movimiento de una cortina de cretona. Me hace sentir que oculta algo más que mis temores de siempre. No es una pesadilla, no es un sueño, no es ese miedo que me atenaza siempre, porque veo la punta brillante de un zapato negro que de vez en cuando surge como un aviso siniestro.

Me ovillé bajo la almohada. Esa fue el arma que utilizó el asesino.

 

© Marieta Alonso Más

 

viernes, 2 de junio de 2023

Amantes de mis cuentos: Lo que puede dar de sí el sarampión




Tras las calenturas de esa enfermedad, más común en los niños, su sobrina no fue la misma. Ya tenía dieciocho años cuando tuvo que guardar cama. Lo que le faltaba.

Sus gastos algunos meses eran superiores a las entradas. Así había sido siempre. La vida nunca fue de color de rosa para ella, aunque tenía un punto de equilibrio: le sobraron sobrinas y le faltó marido.

Se detuvo junto a la ventana y vio saltar sobre el tejado de enfrente un gato negro, ella no era supersticiosa, pero por si acaso, corrió la cortina.

Regentaba un hostal coqueto, entrañable, con seis habitaciones en la planta alta para alquilar a huéspedes, y un comedor donde se daba el desayuno. Nada más. Comida y cena no era su problema. En la baja vivían ella y su sobrina, la última que le quedaba por casar que atendía la limpieza de toda la casa mientras ella cocinaba y vigilaba la recepción.

Al estar alejado del pueblo la pensión nunca estaba llena al completo. Solo en las fiestas patronales.

A partir del sarampión, lo que nunca había hecho, su sobrina comenzó a introducirse con sigilo en las habitaciones de los huéspedes solitarios. Y le decía a su gazmoñera tía en susurros que en cualquier momento podría llegar un millonario o uno de tantos imitadores, de esos que saben dar aire al dinero.

Lo que es un millonario no apareció ninguno, pero las condiciones de vida de tía y sobrina mejoraron hasta tal punto que se podían ir de vacaciones.

La espabilada sobrina nunca la abandonó y disfrutó a tope esa última etapa, aunque se llevó un gran disgusto: la vida no quiso darle más allá de noventa y nueve años.

 

© Marieta Alonso Más

jueves, 1 de junio de 2023

Amantes de mis cuentos: Toma de decisiones

 



El ciervo, porque era un ciervo por su tamaño y cornamenta, levantó la cabeza y se movió intranquilo al presentir el peligro.

Desde lo más alto del risco donde se encontraba podía ver una figura muy abajo, a lo lejos, que de vez en cuando se detenía y miraba hacia arriba, como si buscara algo. Lo había visto varias veces en los últimos días y su instinto le advirtió que se mantuviera alejado de aquel animal que iba caminando sobre dos patas y que en ese momento se paraba para atender una llamada de la naturaleza.

Estaba solo y con hambre. Debía bajar al valle de grandes bosques verde oscuro. Necesitaba comer durante el invierno y acumular reservas para la época de reproducción, pues si no estaba fuerte podría morir ante un buen adversario o de puro agotamiento.

Lo único que debía conseguir era huir de lobos, linces, zorros, águilas… Y de aquel que llevaba un fusil al hombro.

 

 

La caza no está bien vista, pensaba aquel hombre mirando a lo más alto del risco, aunque para él era un medio de subsistencia, como para otros lo era la agricultura o la ganadería.

Huía de la guerra, de la sinrazón. Estaba solo, sin familia y con hambre. Era un desertor. Ni pensar en volver atrás. ¡Basta de matar hombres! Tendría que esconderse de día y caminar de noche. Necesitaba comer, matar al ciervo, acumular reservas para llegar a su destino. Encontró unas raíces y se sentó a comerlas, era una pequeña tregua para aquel animal que no tenía la culpa de sus desventuras.

Tarde o temprano, lo sabía, no le quedaba otro remedio que obtener comida o poner proa hacia las estrellas.

Un conejo saltó de entre la espesura con su cuerpo robusto, uñas resistentes y orejas largas Se movió en estado de alerta al ver al hombre. No le dio tiempo a más.

El ciervo levantó la cabeza, respiró profundo y desapareció.



© Marieta Alonso Más

miércoles, 31 de mayo de 2023

Catedral de la Almudena

 



La visita al museo se inicia con las estancias de la Catedral: la Sala Capitular y la Sacristía Mayor, decoradas con modernos mosaicos del sacerdote esloveno P. Marko I. Rupnik, sacerdote jesuita, en las que se exponen diversos objetos sobre el origen y la historia de la Iglesia de Madrid, así como de los dos Patronos de la ciudad: Santa María la Real de la Almudena y San Isidro Labrador, entre los que se encuentra el valioso códice de Juan Diácono, el documento más antiguo sobre la vida y los milagros de San Isidro.

Se puede acceder a la cúpula de la Catedral de la Almudena, a más de 70 metros de altura, desde la que se contempla el Palacio Real, toda la plaza de Oriente, el viaducto y otra espectacular cúpula, la de la basílica de San Francisco el Grande. La galería del museo (un poquito más abajo que la cúpula) es un lugar excepcional para ver con todo lujo de detalles el cambio de la Guardia Real que tiene lugar el primer miércoles de cada mes, si las condiciones climatológicas no lo impiden, en la explanada del palacio.

En la Sacristía se representa el primer capítulo de la Biblia, la creación: En seis días Dios lo creó, el artista lo condensa en tres: El agua, la tierra, el hombre y la mujer en la pared de la izquierda. Lo relaciona con las pinturas de enfrente. Con el agua el artista ha representado el bautismo, rito de iniciación para los cristianos. La tierra es una madre que da de comer, se representa el trigo. El vino se creía que era un regalo de los dioses. Adán y Eva creados de barro, se necesita agua y tierra. Le sopla en la nariz: es el espíritu. El aire era un regalo divino. Los símbolos como el paraíso, el jardín, eran esenciales si se vivía en el desierto. Jesús parte el pan a los discípulos de Emaús. El árbol de la vida, es un símbolo de gran profundidad, espiritual, mística y filosófica y la serpiente. El mal se introduce en la historia de la humanidad y se identifica con la oscuridad.

Se va subiendo al balcón de la catedral y vemos cuadros de muy buena calidad. Sagrada familia de Lanchares Luis de Morales, el divino, pintor muy influenciado por Leonardo DaVinci, otra obra es de Francisco Bayeu, cuñado de Goya.

El papa León XIII, el 13 de marzo de 1885, considera que ya es hora de que Madrid tenga Catedral y obispo propio. Se separa de Toledo y pasa a ser Diócesis de Madrid-Alcalá. Se nombra el primer obispo y mientras la catedral estuvo en obra se utilizó como catedral la iglesia de San Isidro, en la calle Toledo. El rey Alfonso XII fue quien puso la primera piedra de la catedral el 4 de abril de 1883. La antigua iglesia de la Almudena se había derruido para poder ensanchar la calle Mayor en 1868. María de las Mercedes antes de morir pidió al rey que hiciera una nueva iglesia en terrenos de palacio, su segunda esposa María Cristina asiste a la primera misa que se dijo en la Cripta.

Una bonita casulla regalo de la santa sede y un mapa con el primer gran ensanche de la ciudad de Madrid a finales siglo XIX. El norte la zona de Chamberí para la burguesía, luego el barrio de Salamanca para la aristocracia y el sur para la clase obrera. Ni siquiera existía la Gran Vía. El retrato de María de las Mercedes es un retrato relicario y se hace con su propio cabello. Vemos una antigua cátedra, solo la puede utilizar el obispo titular de la diócesis, a no ser que venga el Papa y le quite el sitio con todo derecho. Vemos distintos ornamentos: casullas, alba, hábito, estola, cíngulo…. Hay una casulla con un símbolo de Madrid hoy desconocido: el dragón con alas.

La imagen de la Virgen estuvo escondida 300 años. En 1083 Alfonso VI ganó la batalla contra los moros. Entró victorioso por la cuesta de la Vega y justo en ese momento se cayó una pared y apareció la Virgen con dos velas encendidas. El pueblo comenzó a llamarla Santa María de la Almudaina. Cristo y Virgen están representados con corona. La corona de la Virgen con doce estrellas. El doce es un número simbólico para los cristianos. Doce meses, doce apóstoles, doce tribus de Israel, doce signos del zodiaco, norte, sur, este y oeste (4), padre, hijo y espíritu santo, (3), 4 por 3 = doce. La luna es un símbolo femenino y la Virgen aparece con ella. Corona de plata del siglo XIX. El coral servía para el mal de ojo. La pieza de orfebrería más importante es la custodia del siglo XVII, auténtico mosaico de piedras preciosas. Fue robada en 1936 y apareció depositada en la Caja de Ahorros del Monte de Piedad. Se llevó a analizar por si habían cambiado las piedras por cristales pintados, pero no, son auténticas. El tesoro de este museo es el libro más antiguo, autóctono de Madrid, en el que se cuenta la vida de San Isidro.

Alfonso XII quería que fuera una de las catedrales más monumentales de España, Francisco de Cubas, arquitecto hizo una maqueta de estilo gótico y comenzaron los cimientos que es la cripta. Llega el exilio de Alfonso XIII, la II República, viene la guerra civil, la posguerra, se acaba el dinero, la construcción queda abandonada. El Estado español convoca a los arquitectos a crear soluciones desde cero pesetas. Fernando Chueca Goitia y Carlos Sidro presentan un proyecto más modesto y no se tira nada de lo ya construido. La catedral se parecería al palacio real y así estarían conjuntados.

Hay un frontal de altar bordado del siglo XVIII, hecho por el bordador del palacio real, maestro de Carlos III. Muchos de los reyes y príncipes aprendían a bordar. Un rito en las bodas era poner un velo a la novia que caía por los hombros del novio. Se le ponía el yugo y de ahí la palabra cónyuge. También símbolo de los Reyes Católicos.

Sala de las custodias. Una de ellas del siglo XVIII reproduce el baldaquino de San Pedro, en el centro el árbol genealógico de Jesús. Vemos tres ánforas para la consagración de los santos óleos, que es el aceite bendecido por el obispo. Son tres: el óleo de los enfermos; para ungir a los bautizados; y para la misa Crismal. En la unción, el aceite trae la dimensión de muerte y resurrección. Se consagran el Jueves Santo y luego son distribuidos a las parroquias de la jurisdicción de cada obispo.

15 de junio de 1993, después de ciento diez años de construcción Juan Pablo II consagró el templo, en su cuarto viaje a España. Vemos la casulla que llevó ese día el Papa, que tiene bordada en la parte de atrás a la Virgen de la Almudena y San Isidro. El obispo Ángel Suquía mandó a traer un retablo de Juan de Borgoña desde la capilla episcopal. Juan de Mesa discípulo de Martínez Montañés hizo el Cristo que preside el altar.

La Almudena fue la primera catedral española consagrada por un Papa.

 


lunes, 29 de mayo de 2023

Cristina Vázquez: Fiel jardinero



Felipe era un buen hombre. Correcto y cabal, al menos así le calificaban en el colegio de Marianistas en el que estudió. Además de los amigos, sus jefes también opinaron que era amable y sensato, aunque con un peculiar sentido del humor. Lo que sorprendía a todos era el gran éxito que tenía con las mujeres, aunque tuviese un físico corriente y un interés moderado en la conversación. A medida que fueron pasando los años sus conocidos y familiares empezaron a mirarle desde otra perspectiva. No solo triunfaba con el sexo opuesto, sino que enviudaba con cierta regularidad. Hasta cuatro veces.

Él sufría con resignación las pérdidas. La primera fue dramática pues solo llevaban seis meses casados cuando la joven Ofelia desapareció de la mañana a la noche de una pleuresía fulminante. Los lamentos del cortejo que acompañó a la chica se oían más allá de las tapias del cementerio. Los deudos que rodeaban la tumba se quedaron extrañados de lo apartado y amplio del lugar, rodeado de una valla con el nombre de él forjado a la entrada. Felipe sufría con una dignidad y entereza encomiable esa terrible desventura.

A los dos años volvió a casarse, esta vez con una robusta Helena de ascendencia suiza, que lucía el aspecto más saludable que se pudiera esperar de una mujer. Felipe parecía más hablador y alegre de lo habitual con esta nueva esposa. Su familia rebosaba confianza en que pudiera olvidar, y así lo parecía, su desventurado y breve matrimonio. La pobre Ofelia, susurraba la madre mirando con admiración a la sonrosada nuera, ya se la veía que era muy poquita cosa. Robusta o no, Helena, al año se precipitó por un acantilado mientras paseaban por la sierra, afición que ella había introducido en sus hábitos matrimoniales, por aquello de la ascendencia helvética.

En este segundo sepelio los lamentos eran más exiguos y la pena por la mala suerte del pobre Felipe se diluía en miradas de extrañeza. La tumba estaba al lado de la de Ofelia —de la que crecía un hermoso rosal— en el mismo lugar apartado, ahora ya menos amplio a causa de la nueva ocupante.

A los tres años se casó con una vecina de toda la vida, María Angustias, una mujer gris y resignada que por lo visto había suspirado toda la vida por este inalcanzable vecino que por fin hacía suyo. La boda apenas se celebró con una breve comida familiar y la novia, vestida también de un gris que entonaba con su personalidad, lucía una emoción inquieta. La fama de hombre de mal fario, de gafe, empezaba a sobreponerse a la de cabal, correcto, sensato… Durante este matrimonio uno de los planes que Felipe prefería era ir a pasear al cementerio y arreglar los rosales de la parcela, así la llamaba, donde reposaban sus anteriores mujeres. Tan tranquilo, tan lleno de paz y serenidad le objetaba a María Angustias cuando le decía que a ella le daba mucho malestar pasearse en medio de tanta tumba.

—Felipe si nos queda toda la eternidad para disfrutar el lugar.

—Tienes razón, pero no es mala cosa acostumbrarse y conocer el sitio al que vendrás —le replicaba con lúgubre sonrisa—. Así te vas haciendo a la idea.

Poco tiempo le dio a acostumbrarse, pues a los dos años de matrimonio la pobre se electrocutó haciendo un apaño a la plancha que siempre se le estropeaba. Felipe contaba que la encontró como si fuera un dibujo animado de tiesa que estaba y que los pelos parecían alambres. Pobrecita, suspiraba el viudo, pobrecita. Ahora se va a hartar de cementerio con lo poco que le gustaba. Ya se lo advertía él que era mejor acostumbrarse. Pero por lo menos no iba a estar sola y una sonrisa melancólica le iluminó la cara.

A este entierro solo fueron un hermano, un subalterno del viudo, dos sobrinas y una hermana de la muerta. En el breve responso un aire de desconcierto sobrevolaba al cura y a los escasos presentes. La cuñada, María Remedios, no era capaz de darle el pésame ni mirarle a los ojos, pues le veía envuelto en una gran beatitud, como si, al igual que un mártir, aceptara su destino. Aunque no quería fijarse en el viudo, el brillo pálido de sus pupilas la emocionó. Ella, viuda también, comprendía la soledad del superviviente y le pareció que las tres tumbas seguidas, con los parterres bien cuidados y un rosal plantado en cada una de ellas, daba al lugar un aspecto acogedor, casero. Desterró estos pensamientos y salió a paso vivo en cuanto acabó la ceremonia.

Al año y medio, y sin que nadie se enterara, María Remedios se casó con Felipe. Una mezcla de transgresión y desafío la invadió, pues no se le iba de la cabeza el lugar que quedaba libre al lado del de su hermana. Y dados los antecedentes del cuñado, hoy marido, había momentos que se sentía como una amazona desafiando el destino y otras, como una futura víctima del mal fario de su esposo. Pero duró muchos años y le parecía bien acompañarle en el paseo por el cementerio al que él iba todas las tardes. Decía que le resultaba vivificante y saludable comprobar cuantos le habían precedido. Hacía bromas sobre el esmero con que cuidaba su harén de muertitas. Ya que no se podía tenerlo en vida…

© Cristina Vázquez 

sábado, 27 de mayo de 2023

MJ Pérez: Noche de Insomnio


 

Abro los ojos en medio de la oscuridad. Vuelvo a tener el corazón acelerado y la boca seca. Como cada noche desde que ella se marchó. Ruedo hasta quedar encarado hacia la ventana, desde la que se filtran algunas luces de la ciudad. Tomo aire, pero el nudo que tengo en el estómago aún está tenso como el metal. Respiro una, dos y hasta tres veces hasta que consigo que mi pecho deje de palpitar.

 

Cierro los ojos, a la espera de que esta noche Morfeo al fin se apiade de mí. Sin embargo, no sirve para nada y acabó por levantarme y dar un paseo por el piso que antes compartía con ella. Ya no están sus libros, ni las tazas que coleccionaba. Ni siquiera ha dejado tras de sí un triste cepillo de dientes con las cerdas abiertas o alguna prenda de ropa. Tan solo a mí.

 

Llego a la cocina y me sirvo un vaso de leche. Mi madre siempre dice que es el mejor remedio para una noche de insomnio. Está fría, ideal para una noche calurosa. Tenía entendido que las rupturas iban asociadas al frío. Ni para eso he tenido suerte. La supuesta mujer de mi vida me abandonó en medio de una ola de calor.

 

Se me escapa una carcajada. Ni siquiera intento detenerla. La ironía es la más absoluta. Este baile de idas y venidas comenzó en verano y justo acaba en esta misma estación. Disfruto mi bebida durante un rato, paso al baño y vuelvo a la cama de sábanas revueltas. Rezando a cualquier dios que quiera escucharme por dormir. Por no despertarme pensando en ella. Por ser capaz al fin de aceptar que esta es mi vida a partir de ahora.

 

© MJ Pérez

jueves, 25 de mayo de 2023

José Zorrilla: Don Juan Tenorio

 


En noviembre, el día de Todos los Santos, numerosos teatros descubren una figura que no guarda secretos para el público: Don Juan Tenorio.

La acción transcurre en la Sevilla de 1545. Comienza con don Juan escribiendo una carta a doña Inés, hermosa novicia a la que pretende seducir. Muchos de esos espectadores son capaces de declamar los conocidísimos versos al mismo tiempo que los actores.

Uno de mis tíos paternos alardeaba de saberse de memoria don Juan Tenorio, la Venganza de don Mendo y el Padrenuestro.

La obra se estrenó el 28 de marzo de 1844 en el Teatro de la Cruz en Madrid y contiene todos los elementos para conquistar al público. Y lo que me maravilla es que a pesar de las miles de veces que ha sido representado este drama, la tradición pervive año tras año.

En 1860 las escenas del cementerio habían llegado a ser tan populares que surgió la tradición de representar a don Juan Tenorio el día de Todos los Santos o el día de los Fieles Difuntos, fechas en las que en toda España se suelen visitar los cementerios.

Fue todo un éxito económico…, pero no para su autor.

La vida de José Zorrilla tuvo muchos avatares. Nació en Valladolid y vivió en Madrid en la plaza de Matute. Cuando escribió esta obra pasaba apuros económicos y antes de su primera representación vendió sus derechos de autor a un astuto editor de Madrid por la pequeña suma de 4200 reales de vellón, unos quinientos euros de hoy. La Ley de la Propiedad Intelectual de 1879, estableció que veinticinco años después de la muerte de un escritor, sus herederos podían reclamar los derechos que aquél pudiera haber vendido. Entre pitos y flautas, Zorrilla murió pobre. No fue hasta 1932, tras complicadas maniobras legales, en que su sobrina pudo heredar.

Hoy don Juan Tenorio es del dominio público. Cualquier compañía de teatro puede escenificar dicha obra sin devengar derechos de autor.

Como toda obra teatral que se precie, la escena en que don Juan mata al Comendador ha sido, en ocasiones, motivo de improvisaciones.

Se rumorea, que una vez la pistola de don Juan falló, enfurecido, don Juan miró a su víctima y exclamó: «Muérete de vergüenza». El Comendador, complaciente, cayó al suelo. 

En otra representación se produjo el mismo fallo, y don Juan dio un puntapié al Comendador que se desplomó exclamando: «¡Ah! ¡Tenía la punta de la bota envenenada!».

Sea cierto o no, el público siempre disfruta.