martes, 19 de marzo de 2024

Liliana Delucchi: La carta

 


—¿No es temprano para una copa?

Augusto se sobresaltó al escuchar la voz de su esposa. Con un gesto rápido abandonó el vaso sobre la encimera donde se encontraban las bebidas, no antes de poner debajo de la licorera el papel que llevaba en la mano.

—La necesitaba. Ha sido un día duro —respondió intentando controlar su voz—. ¿A qué hora es la cena?

La mujer sonrió desde el rellano de la escalera y le pidió que se diera prisa, ella se cambiaría enseguida. Él contempló su figura elegante subiendo los escalones y un escalofrío recorrió su cuerpo ante la visión de la espalda alejándose. La amaba. No podía perderla. Pero esa carta…

Estuvo ausente durante la velada, avergonzado ante las frases hechas y su discurso plagado de lugares comunes que despertaron en más de un momento la curiosidad de algunos de los comensales. Son demasiado educados como para hacer preguntas, se dijo mientras al finalizar la cena retiraba la silla de la desconocida que habían sentado a su lado.

Cuando algunos se reunieron en la terraza para fumar, no pudo evitar la pregunta de Carlos, su mejor amigo, ante su actitud. Augusto movió la cabeza negativamente aludiendo al resto de los presentes y le contestó que ya hablarían.

Durante el viaje de regreso, el silencio se había instalado en el coche, aunque ello no le impidió descubrir una muda interrogación en el rostro de su esposa. Ese rostro adorado al que él había impuesto un dejo sombrío y que deseaba borrar, pero, ¿cómo?

Sintió una especie de alivio cuando vio a lo lejos su casa; los criados habían dejado las luces del salón encendidas y, por un instante, creyó que la iluminación llegaría también a sus pensamientos, que encontraría una solución.

Irene estaba cansada y prefirió acostarse.

—Enseguida subo —le dijo mientras besaba su pelo— antes quiero ver unos papeles.

No mentía. Tenía que ver un papel, pero no de trabajo.

Se arrellanó en su sillón favorito. Con las manos sobre las rodillas y la cabeza contra el respaldo, fijó la mirada en la licorera. Allí estaba, debajo de una de las botellas, una carta doblada en cuatro, releída, arrugada y fatídica.

 

«Querido mío: ¿Puedo seguir llamándote querido mío?

Ojalá no fuera tan tonta cuando escribo. Las palabras se asustan y se me escurren al intentar atraparlas, aunque puede que haya una que no se me escape. Arrepentimiento. Sé que fui injusta o desleal, si lo prefieres, al huir de aquella manera, pero no pude contenerme. Viví momentos felices y de los otros, pero siempre, en algún instante tuve un recuerdo para ti.

¿Hay un lugar en tu vida para esta mujer a la que amaste y que te amó?

Prometo enmendar el pasado.»

 

No ha cambiado, pensó Augusto, hasta el garabato de la firma sigue siendo el mismo, entonces pudo contemplar en la transparencia de las cortinas del salón movidas por el aire, la imagen deslucida de una mujer que había sido la suya. Recordó aquella otra nota, con una sola palabra: Adiós.

Había salido a la calle, a buscarla entre un viento otoñal que ululaba con voz de pérdida y separación. No la encontró. Ni él, ni la policía, ni los detectives a los que contrató. Diez largos años de pesquisas, imaginándola por senderos furtivos, preguntándose qué había hecho mal, dónde estaría y con quién.

Diez largos años de soledad, de manos que apretaban su hombro con intención de consuelo, de noches a solas junto a la licorera que se vaciaba más rápido que de costumbre.

Y entonces apareció Irene, con su dulzura, su sonrisa, sus manos aladas… Y el dolor de la pérdida se esfumó.

«Ausencia con presunción de fallecimiento». Fue lo que dictaminaron los jueces, una sentencia que lo inscribió como viudo y le permitió casarse con Irene.

Esa tarde el pasado había vuelto, con los dientes largos de un dragón que intenta rasgar los sueños para transformarlos en pesadilla. El hombre sentía esa mordedura en las entrañas, el veneno de la incertidumbre, el desmoronamiento de su felicidad.

Augusto se acercó al piano para contemplar la foto de su segunda boda. Ella estaba tan hermosa, él tan contento.

Otra copa y subo. Una más ¿Cuántas llevo?

Sintió el sorbo de alcohol deslizarse por su garganta como un fuego que transformaba su perplejidad en ira. Ira por diez años de dolor, de inseguridad y vacilaciones. Ira ante ese temor que le hacía tamborilear los dedos sobre el brazo del sillón, con la cabeza gacha y la respiración agitada. Ira ante un futuro que temía despedazara su presente impecable.

En ese momento escuchó una puerta que se abría en el piso de arriba, levantó la cabeza hacia la balconada y vio a Irene, sonriente, esperándolo.

Subió los escalones con la pesadumbre de quien se acerca al cadalso y su mano insegura tendió el papel maldito a su mujer. No vio gesto alguno en su rostro mientras lo leía, solo le preguntó qué pensaba hacer.

—Está muerta. —Respondió airado— Lo dijeron los jueces.

Ella esbozó una sonrisa y rompió la misiva en pedazos antes de contestar:

—Los muertos no escriben cartas.

© Liliana Delucchi

domingo, 17 de marzo de 2024

Paseos por Madrid: Pabellón de los hexágonos (Casa de Campo)

 


Grandes renovadores de la arquitectura moderna son bien conocidos: Le Corbusier, Frank Lloyd Wright, Oscar Neimeyer… y tantos otros. Pero ¿quién de nosotros conoce al madrileño José Antonio Corrales Gutiérrez y al gallego Ramón Vázquez Molezún?

Pues estos dos grandes arquitectos españoles se llevaron el primer premio de Arquitectura en la Exposición Universal de Bruselas en el año 1958. Medalla de Oro. El Pabellón de España, el de los hexágonos, compitiendo con 44 países, nada más y nada menos, fue el ganador. Ni siquiera el Atomium, ni el Pabellón Philips de Xenakis pudieron hacerle sombra.

En aquel momento supuso una revolución para la arquitectura moderna al ser una estructura flexible, desmontable, formada por 130 hexágonos, en una especie de paraguas invertidos que podían recoger el agua de lluvia y desaguar por sí mismos a través de un fuste que facilitaba la evacuación a una arqueta que a la vez servía de cimentación y desde allí era conducida a la red de saneamiento.

Muy alabado por la crítica internacional fue uno de los proyectos más destacados por la relevancia y la admiración que despertó en su momento y que aún despierta. Un mito de la arquitectura moderna española.

Tras la Expo’58 lo trasladaron a la Casa de Campo en Madrid. Se instaló con algunas variaciones sobre el original para la IV Feria Internacional del Campo del año 1959. Una superficie construida a base de acero, vidrio, aluminio, ladrillo, de unos 2.954 metros cuadrados.

Inexplicablemente, sin uso y abandonado por unos y otros y otros y uno, se fue deteriorando hasta llegar a un estado ruinoso. Cayó en el olvido. Y se convirtió en uno de los secretos mejor escondidos de la Casa de Campo.

En el año 2020 comienza una nueva restauración, se hacen visitas guiadas gratuitas para darlo a conocer. Ojalá que ese proceso de rehabilitación llegue a buen término, que no se quede estancado en el camino, para que los madrileños y todos aquellos que nos visitan puedan disfrutar de la historia, de tantas joyas arquitectónicas y culturales que ofrece Madrid.




Madrid, seduce.


viernes, 15 de marzo de 2024

Nuevo Akelarre Literario nº 102: Mujer asomada a la ventana





Óleo de Caspar David Friedrich. Antigua Galería Nacional de Berlín. 

Esta pintura ha dado lugar a historias sobre una querida tía, una viuda, una joven curiosa y una mujer enamorada.





Pinchad en el link y disfrutad


https://www.nuevoakelarreliterario.com/mujer-asomada-a-la-ventana/ 


miércoles, 13 de marzo de 2024

Malena Teigeiro: Un hombre de mundo

 


Por la noche, cuando Juan entró en su piso, se encontraba muy cansado. Cada día tenía más trabajo y esto comenzaba a pasarle factura. En el momento en que comenzó a trabajar en aquella gran compañía se suponía que él, premio extraordinario en la carrera, tenía asegurado un futuro brillante. Y así fue. Pero aquel futuro brillante se había convertido en un presente maldito que apenas le había permitido tener vida familiar. Se casó con Marta, su novia de toda la vida. Siete años y tres hijos después de la boda se divorciaron. Ella, una chica tranquila y poco dada a la vida social, se hartó de él y de las mujeres que lo acompañaban a diario. Por más deshonesto que fuera, comprendía que ella se sintiera disminuida ante aquellas mujeres brillantes, resolutivas, a las que aburría cualquier comentario sobre la vida familiar. Tenía que esforzarse, le decía al principio de casados cada vez que después de una de aquellas reuniones volvían a casa. Tenía que darse cuenta del lugar al que había llegado, le repetía ya tiempo después en las mismas ocasiones. Que no olvidara su posición en la empresa, insistía una y otra vez. Pero Marta no solo no respondía sino que, bajando la cabeza, solía guardar silencio mientras introducía la llave en la cerradura. Estaba convencido de que, en el fondo, envidiaba su vida. Pero ella tampoco tenía derecho a quejarse. Era economista, pero no había querido trabajar. Solo se dedicaba a los niños y a él. Y lo cierto era que a él le agradaba llegar a la casa y encontrarla siempre acogedora, que todas sus cosas estuvieran arregladas, y que fuera o no a cenar, siempre lo estuviera esperando. También era cierto que muchos días habría podido llegar antes, pero necesitaba, al menos eso creía, solazarse un poco. Otras tardes, aunque no tuviera cenas de trabajo, se quedaba con alguna de las directivas y solía irse a tomar una copa o a picar algo.

 Y la dejó ir.

De eso hacía solo unas semanas. Pensaba que pronto volvería. De hecho, le extrañaba que no lo hubiera hecho ya. Una cosa era quejarse y, otra, acostumbrarse a vivir con menos medios, porque no pensaría ella que la iba a mantener con el mismo lujo.

Se quitó el abrigo y lo dejó encima de una silla. Sintió frío y volvió a echárselo sobre los hombros. Recorrió el pasillo a oscuras. No le hacía falta encender la luz. Ya no podía tropezar con los cochecitos de su hijo Juanito. Entró en la cocina con ánimo de preparase un bocadillo. Tenía que contratar a alguien que le preparara la cena, pensó. Marta se había llevado con ella a la cocinera y a la niñera y solo le había dejado a una señora que iba por las mañanas a limpiar. Se detuvo un instante. Algo a lo que no se acostumbraría nunca era a que nadie lo esperara en casa. Le inquietaba el silencio. Echó de menos su cálida sonrisa, su beso aniñado. En fin, si tardaba mucho en volver, tendría que cambiarse de piso, decidió, porque si algo tenía claro era que allí, donde había vivido con sus hijos y con Marta, nunca llevaría a ninguna mujer.

Recogió de la nevera una caja con queso y jamón y un paquete de pan de molde. Agarró una botella de cerveza por el cuello y se dirigió al office. Al encender la luz descubrió que encima de la mesa la asistenta le había dejado un paquete, grande, cuadrado, con un deteriorado y sucio envoltorio. Con asco, cortó los cordeles que aseguraban los cartones. El que hubiera hecho ese paquete, no tenía ni idea, pensó ante las capas de papel de estraza y periódicos con los que estaba envuelto. De entre todo ello, sacó un sobre blanco, que dejó a un lado y una caja grande, de brillante laca negra. Empujó los papeles y cartones que cayeron al suelo y despacio, casi con mimo, la colocó encima de la mesa. Sin soltarla, se sentó. Sintió la humedad de las lágrimas al acariciar la licorera de su abuelo. ¿Cuánto hacía que no lo visitaba? ¡Maldito trabajo! Ahora se daba cuenta de que tampoco le había dejado tiempo para visitarlo. Al abrirla, un antiguo juego de engranajes sacaba unas licoreras y un juego de vasos de cristal dorado. Destapó una de las botellas. Al aspirar el perfume del viejo brandi, los recuerdos le inundaron la memoria. Colocó el pesado tapón de cristal en su sitio y destapó la otra. Olía a moscatel. Volvió a la cocina y rellenó una jarra con agua. De nuevo en el office, vertió agua en uno de los vasos dorados. Después, echó unas gotas de moscatel. Con el cuidado de quien tiene la más fina porcelana entre los dedos, se lo llevó a los labios y bebió un sorbo. No hay mayor placer que el de una vida tranquila, le decía su abuelo vertiendo el licor en el agua, lo mismo que había hecho él ahora. Y Juan, sentado en una pequeña butaquita para que le llegaran los pies al suelo, lo miraba extasiado mientras recogía de aquella mano, trémula, de piel blanda, y siempre caliente, el vaso de oro. Luego esperaba a que su abuelo se sirviera el brandi. Placer de dioses, murmuraba el anciano mientras paladeaba aquel fuerte licor. Hay que beber muy poco a poco, para que el trago nos dure, decía sonriente. Y mientras tomaban sus licores, el abuelo solía charlar con él. Le hablaba de la vida de los pájaros, siempre de un lado para otro, abandonando a sus crías en cuanto tenían ocasión, lo mismo que había hecho su abuela. Era muy bella, mascullaba. Y muy alegre. Lo único malo que había hecho durante el tiempo que vivieron juntos, fue irse en cuanto nació tu padre. Lo mismo que hacen los pájaros, añadía. Después, ya no podía hablar. Y le contaba el tiempo pasado con aquella alegre joven a la que su orgullo, decía, le impidió ir a buscar. A veces también le mostraba un cartón en donde estaba pegado el retrato de una joven, que apoyada en una columna rebosante de flores, sonreía a quien la mirara.

Se secó las lágrimas con la mano. Dejó su vaso y se sirvió un poco de brandi en otro. Le dio un pequeño sorbo y un ataque de tos sacudió su cuerpo. ¡Cómo podría su abuelo beber aquello y quedarse tan tranquilo! Al dejar el vaso en la mesa, vio el sobre. Dentro tan solo había una cuartilla doblada en cuatro. La desdobló y con letra inglesa, grande, temblona, habían escrito:

El orgullo es mal consejero.

© Malena Teigeiro

lunes, 11 de marzo de 2024

Ciudad de La Valette (Malta)

 

Foto: De Mandyy88 - Trabajo propio, CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=113500980


Patrimonio de la Humanidad 1980

La isla de Malta se sitúa en el centro geográfico del Mediterráneo. Por lo que Malta ha conocido a lo largo de su historia la presencia de la mayor parte de las culturas del viejo mundo: griegos, fenicios, cartagineses, romanos, árabes amarraron aquí sus flotas. La isla formó parte del imperio de Bizancio y en el año 1090 quedó incluida en el reino de Sicilia.

La ciudad de los caballeros

Finalizado el asedio otomano, la orden abordó un nuevo esquema de fortificación de los puertos de Marsamusceit y Gran Puerto, en el sector noreste de la isla y auténtico punto neurálgico de Malta. Reconstruido el fuerte de san Telmo se decidió erigir sobre la propia península de Sceberras una ciudad nueva que llevaría el nombre del Gran Maestre: La Valette.

La planificación urbanística y diseño de estructuras defensivas correspondió al ingeniero militar Francesco Laparelli, discípulo de Leonardo da Vinci, quien con criterios austeros y racionales levantó una ciudad de 1250 metros de longitud por 850 en su punto más ancho. Utilizando caliza con globicerina como material básico de construcción, su manera de trabajo consagró el “estilo maltés” de arquitectura, severo y armonioso. Esta línea se mantuvo hasta la llegada en el año 1706 del arquitecto italiano Romano Carapecchia que introdujo las corrientes barrocas dominantes en la época, en feliz conjunción con las obras preexistentes. El resultado fue una ciudad barroca, que de hecho marca el límite meridional de este estilo, diferenciable de cualquier otra por la armoniosa profusión de elementos del clásico estilo maltés.

Las soluciones urbanísticas alcanzadas responden con claridad a las necesidades de los propietarios de la ciudad, una orden religiosa y militar. El centro de La Valette es la gran Plaza de Armas, la más amplia de Europa, sobre la que se alza el Palacio de los Grandes Maestres. Construido entre 1572 y 1587 por el Gran Maestre La Cassière alberga hoy la Presidencia de la República y la Cámara de los Diputados. Sus pinturas recuerdan los rostros de los caballeros, mientras que en frescos se representan los principales avatares de la orden. Una de sus partes más importantes era la Armería, que durante el siglo XVIII guardaba armas para veinte y cinco mil hombres. Desafortunadamente los expolios de Napoleón y los ingleses han reducido notablemente tan vasta colección.

La ciudad contaba con un albergue diferente para cada una de las lenguas de la orden. El albergue de Castilla-León (1574-1744) es ahora gabinete del Primer Ministro y todavía refleja los escudos de los viejos reinos de España y Portugal sobre su fachada. Por su parte, el albergue de Provenza encierra en la actualidad al Museo Nacional de Arqueología.

El principal edificio religioso de La Valette es la antigua iglesia conventual de san Juan Bautista, hoy convertida en catedral. Su construcción fue iniciada por el arquitecto Girolamo Cussar en el año 1573 y cuenta con una espléndida decoración basada en cruces de Malta, blancas sobre fondo rojo y signos heráldicos de las distintas lenguas de la orden. La bóveda dedicada a la vida de san Juan se encuentra repleta de frescos debidos al genio de Mattia Preti. El suelo de la iglesia resulta imponente: está formado por las tumbas de 400 caballeros, cuyas lápidas muestran sus escudos de armas decorados en rica policromía. Caravaggio dejó sui huella en la iglesia, con la obra Decapitación de san Juan Bautista.

El Hospital de los Caballeros fue iniciado a finales del siglo XVI y resulta uno de los edificios más carismáticos de la orden. Cada una de las salas estaba destinada al tratamiento de un tipo diferente de enfermedad, contando con capilla propia y con estancias diferentes para los caballeros y los siervos. De las memorias escritas por los visitantes durante los siglos XVII y XVIII se puede deducir el asombro que causaban estas instalaciones, así como costumbres tales como cambiar las ropas de cama cada quince días y que la cubertería de los caballeros fuera en su totalidad de plata. Tras algunas reformas acometidas por los ingleses, el hospital es hoy Centro de Conferencias del Mediterráneo.

Rumbos diferentes para la orden y la isla

Los caballeros de Malta se mantuvieron en la isla hasta el año 1798, fecha en la que Napoleón tomó la isla y expulsó a la orden. Los caballeros se trasladaron entonces a Rusia, poniéndose bajo la protección del zar Pablo. Tras una breve estancia en San Petersburgo, la orden se vio reducida a dos lenguas: Italia y Alemania. En el año 1880 se le concedió la iglesia de san Basilio y el priorato del Monte Aventino en Roma, situación que se mantuvo hasta la promulgación de una nueva Constitución de la orden en el año 1961 por la Santa Sede.

Malta también conoció nuevos conquistadores: tras la expulsión de los franceses por la población local, la isla pasó a dominio inglés en el año 1815, merced a un acuerdo del Congreso de Viena. Convertida en base de la flota inglesa, Malta sufrió duros ataques durante la Segunda Guerra Mundial, aunque no llegó a caer en poder de las potencias del Eje. En el año 1964, Malta obtuvo su independencia, proclamándose como República diez años más tarde. Afortunadamente, la alta utilización actual de los 320 edificios nobles que encierra La Valette asegura la conservación de esta magnífica ciudad barroca, testigo mudo de la sociedad y avatares políticos de buena parte de la historia del Mediterráneo.

Foto: De Boguslaw Garbacz - Trabajo propio, CC BY 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=36549382

sábado, 9 de marzo de 2024

La cocina a mi alcance: Crema de zanahoria

 



La zanahoria es uno de los vegetales que más salud aporta al cuerpo humano gracias a su alto contenido de vitaminas y minerales. Originaria de Asia Central, se cree en Afganistán; se ha extendido por todo el mundo. Es una raíz vegetal de color naranja y textura leñosa. Su color anaranjado se debe al caroteno, el cual constituye la vitamina A de este vegetal. Llegó a España desde el norte de África durante la época de dominio musulmán sobre la Península Ibérica.

El mito de que con esta hortaliza ayudaba a no tener que llevar gafas se originó durante la II Guerra Mundial cuando la Fuerza Aérea Real Británica difundió el rumor que los pilotos británicos estaban comiendo zanahorias para mejorar su visión, así explicaban la facilidad repentina con que derribaban los bombarderos nazis.

Aunque sí es cierto que la falta de vitamina A afecta de forma negativa la vista, es una exageración que un aporte extra de esta verdura la mejore. Eso dicen los entendidos, pero mi nieto se pregunta:

¿Alguien ha visto algún conejo con gafas?

 

 

Ingredientes:

1 cebolla grande

7 zanahorias medianas

1 litro de caldo de verduras

Nata líquida para cocinar

Sal

Aceite de oliva virgen extra

 

Preparación:

Pelamos la cebolla, la cortamos y la pochamos en una cacerola con un poco de aceite de oliva a fuego medio durante cinco minutos. Lavamos las zanahorias y la cortamos en rodajas. La echamos en la cacerola, removemos y rehogamos un par de minutos. Regamos el caldo, más si queremos sopa y menos si buscamos una crema. Salpimentamos y lo llevamos a ebullición. Cocemos a fuego medio durante quince minutos. Trituramos.

Al servir le añadimos un chorro la nata líquida. También admite picatostes, cebolla frita crujiente y hasta unos kikos triturados.

Se toma con gusto en esos días fríos de invierno y también templada en cualquier época del año.

 


jueves, 7 de marzo de 2024

Orden de Malta. Orden de san Juan. Orden de los Caballeros Hospitalarios

 



La congregación surgió a mediados del siglo IX buscando la defensa de un hospital creado por mercaderes italianos en Tierra Santa. Asociada inicialmente a la orden de los Benedictinos, tras la toma de Jerusalén por Godofredo de Bouillon en el año 1099, recibió importantes donaciones que enriquecieron su patrimonio y permitieron una reforma en profundidad del hospital. Su director, Gerardo Tom, aprovechó la circunstancia para desvincularse de los benedictinos, constituyendo una nueva orden religiosa, con reglas y bienes propios: Los Hospitalarios de san Juan. El Papa Pascual II aprobó las reglas de la Hermandad en el año 1130 nombrando Gran Maestre de la orden a Raymond de Puy.

La orden, al igual que la mayor parte de las coetáneas, cumplía una triple misión: la defensa de los Santos Lugares, la atención a los peregrinos y el desarrollo espiritual de sus hermanos. En consonancia, bajo la autoridad suprema del Gran Maestre de la Orden se estructuraba en tes clases de acuerdo con el rango y función de los hermanos: los caballeros que disponían de armamento, los capellanes y religiosos, dedicados al servicio religioso y los hermanos sirvientes, dedicados al servicio de los anteriores y también entrenados para la lucha. El hábito de los caballeros se componía de una túnica negra sobre la que aparecía una estrella blanca de ocho puntas, motivo que se repetía en el manto escarlata que cubría la cota de malla durante el combate. El estandarte era también escarlata, con la cruz blanca sobre un campo de gules. Geográficamente, la orden contaba con ocho lenguas de acuerdo con la procedencia de los caballeros: Italia, Aragón, Provenza y Auvernia, Francia, Castilla-León, Alemania e Inglaterra.

La caída de los Santos Lugares marcó en el año 1187 el abandono de Jerusalén por la orden de los hospitalarios de san Juan, que pasó por Acre, Chipre y Rodas. En el año 1530, Carlos I de España decidió ceder a perpetuidad las islas de Gozo y Malta a los caballeros de san Juan. El rey español que contaba también con el título de rey de Sicilia y, en consecuencia, ostentaba soberanía sobre Malta, exigió un simbólico vasallaje: anualmente debía serle entregado un halcón y Malta nunca podría entrar en liza con Sicilia ni con el Imperio. Además, se reservaba la designación del obispo de la isla, seleccionado de entre una terna que le sería propuesta por la orden de los Hospitalarios, llamada desde entonces orden de los Caballeros de Malta.

El primer objetivo de la orden al asentarse en Malta fue asegurar la isla contra posibles invasiones. De hecho, la donación de Carlos I había sido en buena parte interesada: quería contar en Malta con un ejército autónomo y bien entrenado que fuera capaz de yugular el irresistible empuje de las armadas otomanas en el Mediterráneo oriental y central.

El Gran Maestre Isle Adam emprendió un plan de fortificaciones que incluía la reforma de san Angelo, castillo erigido por los sarracenos en el año 828 y la construcción del fuerte de san Telmo sobre el monte Sceberras, estratégicamente situado sobre los puertos naturales de Marsamusceit y Gran Puerto.

Pronto hubo ocasión de comprobar lo acertado de las medidas defensivas. En el año 1565, los turcos de Solimán, acaudillados por Mustafá y tras saquear la isla de Gozo, pusieron sitio a Malta. Jean Parisot de La Valette, a la sazón prior de Saint Guille y Gran Maestre de la orden, encabezó la defensa de la isla. Los turcos lograron apoderarse del monte Sceberras y del fuerte de san Telmo, arrinconando a los caballeros en los promontorios de Burgo y Senglea. Totalmente aislados y olvidados por la armada siciliana, los malteses mantuvieron una defensa tenaz, que acabó por quebrar la voluntad otomana. Tras una serie de afortunadas incursiones, los caballeros consiguieron romper el sitio, expulsando a los turcos de Malta con la tardía ayuda de la flota siciliana. Jean Parisot de La Valette se hizo merecedor del lema:

«Plus quam valor valette valet» que significa: «Más que el valor vale Valette».

La batalla naval de Lepanto en el año 1571 acabó por desterrar para siempre la amenaza otomana del Mediterráneo central.