miércoles, 9 de julio de 2025

La cocina a mi alcance: Zumos, Jugos, Batidos

 


Se dice que el zumo es el néctar puro tal como se extrae de la fruta o de la verdura. El jugo, en cambio, es un zumo con agua, azúcar y otros ingredientes. Los batidos es una mezcla espesa de frutas, verduras y lácteos como la leche o el yogur. Mi madre hasta los hacía con helado.  

Beber uno o dos vasos de zumos de frutas o verduras al día te aportará todas las vitaminas y minerales que necesitas. Los mejores son los recién exprimidos.

En la casa de mi niñez había una batidora que duró muchísimos años y eso que trabajaba cada día. Hay zumos y jugos de todas clases. Pruébalos todos y haz combinaciones. Hay quien los prepara según el color.  

Zumos verdes: brócoli, rúcula, pepinos, manzanas verdes…

Zumos naranjas: zanahorias, mango, melón, granadas, mandarinas…

Zumos rojos: remolachas, fresas, moras, arándanos, tomates

Elige uno de estos o hazlo a tu gusto. Las mezclas son exquisitas. Licuar todos los ingredientes, hasta las pipas de la sandía y la piel del pepino, de las peras, de las manzanas. Servir unas veces con el hielo triturado, como si fuera granizado y otras en cubitos.

Usa tu creatividad.

 A elegir:

Arándanos, sandía o melón y pepinos.

Manzanas, arándanos, yogur natural, una cucharadita de miel.

Melón, pepino, aguacate, albaricoques secos.

Sandía y cerezas.

Moras y piña.

Pera, melón, pepinos.

Manzanas y remolachas.

Pimiento rojo, amarillo, naranja, hojas de menta.

Zanahoria, higos, naranja, jengibre, plátanos.

Remolacha, berro, cebolla roja, zanahoria, 1 diente de ajo.

Melocotones, jengibre, hojas de menta, agua mineral con gas.

Mango, manzana, pepino.

Sandía, fresas.

  

Vive y sé feliz

lunes, 7 de julio de 2025

Amantes de mis cuentos: Ardilla talentuda

 



Me gustan los animales. Lo juro. Hasta los de dos patas. Pero con las ardillas tengo un problema, las hay de todos los tipos: burlonas, serias, juguetonas…

Las del parque de mi casa suben y bajan por los árboles con una agilidad pasmosa, algunas se han sentado en mi ventana a ver la televisión y el otro día vi a una esperando que se pusiera rojo el semáforo para atravesar la calle. La cola les sirve de timón.

Su alimento preferido son las nueces, pero la que se piensa que yo soy su padre come bayas, insectos, alpiste, rosetas de maíz, hasta la he visto saborear mis pastillas para la tos.

Me dijeron que les gustaba la música, pero la que me tiene en un sin vivir no se conmueve ni con Mozart, lo que le gusta es molestar a mi perro Lupus, a mi gato Tigre, a mi canario Kraus. Pasa corriendo junto a ellos, se trepa al árbol más cercano y desde allí se burla de sus ladridos, maullidos y trinos.

Cuando salgo a la calle me sigue saltando de rama en rama. Y eso que antes de abrir la puerta, por la ventana, compruebo si está por los alrededores. Tiene que tener un escondite secreto desde el que me vigila. Pues por muy sigiloso que ande: ¡de pronto!, salta la ardilla.

Desesperado me senté en el parque y hablé al árbol más frondoso. Sabía que estaba allí. 

A ver, Petigrís, vamos a ser sensatos. Si quieres vivir en mi casa, tienes que ser amigo de quienes ya vivían en ella antes de que aparecieras. Esta familia forma un equipo. Si te sientas a mi lado es que aceptas mis condiciones. Si no te interesa, aléjate. Y la muy cuca se sentó, me miró con cara de buena persona y le guiñó un ojo a Lupus y el otro a Tigre. No sé lo que pensará Kraus de la nueva adquisición.

 

© Marieta Alonso Más

sábado, 5 de julio de 2025

Sol Cerrato Rubio: Deshielo

 



Comiendo karma

me deslizo por los márgenes del deshielo.

¿Quién dijo que las palabras no matan?

 

Me arrojaste la daga

y pisé los vidrios de tus estrecheces.

Dolió

y odio tu ignota incomprensión.

 

Hay exceso de noche en tus palabras.

Garganta afilada

en las aristas de unas verdades soterradas.

 

Mapeo mi horizonte

y rotundamente me niego

a recorrer más ese oscuro pensamiento.

 

Ennegrece la luz de mi intuitiva mirada.

 

© Sol Cerrato Rubio

jueves, 3 de julio de 2025

Amantes de mis cuentos: Vida casi miserable

 


 

Esto de vivir causa fatiga. Desde el mismo momento de nacer tuve la sensación de que nadie me estaba esperando. A mi madre se la llevaron a quirófano y yo estaba solito bajo una cámara de oxígeno. Luego me cogieron por las piernas y boca abajo me dieron unas buenas nalgadas hasta que solté un berrido.

Si yo fuera un lobo feroz lucharía por desterrar las injusticias que hay en el mundo, y en particular en mi casa, pensaba a mis siete años ante un plato de judías verdes que estaban asquerosas. Ni una en el plato, me advertía mi madre, y eso significaba que si se me ocurría desobedecer no podría ir a jugar con mis amigos.

¿Por qué tengo tan mala suerte? La madre de Daniel, mi mejor amigo, nunca le obliga a comer judías verdes. Ella es quien debía haber sido mi madre y no la vegetariana que tengo. 

Menos mal, que en mi ayuda siempre viene Conga, mi adorable perrita, que paciente espera que salten por el aire las judías masticadas. Al no haber rastro de ellas su madre se cree que están en mi barriga.

Ya en la pubertad gritaba pidiendo amor y ni siquiera el eco contestaba. Y buscando un gran amor me casé cinco veces y con cada una cinco hijos. Lo único que he hecho durante toda mi vida es trabajar para ellos.

Ayer, leyendo el periódico local me topé con mi esquela. Llamé por teléfono a la redacción y me dicen que, si quiero comprobarlo que vaya al tanatorio del pueblo, a la sala número 7.

Allí me presento y me veo de cuerpo presente.  Nunca he sido tan feliz. Toda mi familia reunida, unos tristes, otros menos y mi primera mujer llorando. Nunca debí separarme de ella.

 

 

© Marieta Alonso


 

 

martes, 1 de julio de 2025

Amantes de mis cuentos: Ser vago requiere mucho esfuerzo

 



Hay tres clases de animales en el mundo: Los herbívoros, los carnívoros y aquellos que comen todo lo que prepara su madre. Ése soy yo.

Mi padre era un hombre ahorrador. Todo su afán era comprar pisos. El ladrillo es una buena inversión, decía siempre. Mi madre no paraba de hacer cosas. Era una hormiga. Y entre los dos lograron tener cinco pisos. Yo no. Soy de los que ni siquiera buscan excusas para no trabajar. Me levanto sin necesidad de oír el ruido del reloj.

Mi madre me tiene el desayuno preparado, lo ingiero, después doy un paseo para mantenerme en forma y hablar con los amigos. Luego regreso y me pongo a leer. Mamá es una excelente cocinera, así que como, me echo una siesta de unas dos horas y vuelvo a mis libros. Ceno y salgo a la calle para olfatear el aire nocturno y mezclarme con los fantasmas. Mis pasos son ágiles y silenciosos, como si fuera un comanche. Aunque me encanta la madrugada, soy como Cenicienta a las doce en punto regreso y me voy a dormir.

A veces, cuando mi madre se levanta de mal humor, suele repetir que los pájaros aprovechan la luz del día para recoger semillas y yerbas para el nido. Cuando oscurece se recogen para pasar la noche. También los tigres duermen durante el día en algún lugar sombrío, pero rondan durante toda la noche en busca de alimento. Y la pesada termina: «Mal lo pasa quien con un vago se casa».

La tranquilizo. No seré yo quien se case. Requiere mucho esfuerzo.

Y ella llora porque nunca va a conocer un nieto.

Hace quince días a mi madre se le ocurrió morirse. Me quedé de una pieza. Sin saber qué hacer me vino a la mente la oración que rezaba todas las noches: ¡Ayúdale Señor, a andar derecho!

Y ¡vamos!, sí que anduve derecho. Alquilé los pisos y ahora vivo en este hotel a cuerpo de rey.

 

© Marieta Alonso Más

domingo, 29 de junio de 2025

Cristina Vázquez: El despertar

 


El viaje a Francia de Natalia había resultado sorprendente. Era consciente del empeño que puso en organizar un itinerario en el que se combinara arte, gastronomía y naturaleza con el último afán de deslumbrar a Javier, su marido. Este se mostraba cada vez menos dispuesto a hacer viajes “sin ton ni son”, aclaraba con una encantadora sonrisa que no ocultaba su desinterés. Y de ahí su obstinación en procurar que este fuera inolvidable.

Decidió que el destino sería Francia a la que no iban desde muchos años atrás. Antes era un lugar que les encantaba, sobre todo a él que había pasado parte de su infancia ahí, con su abuela materna. Al referirse a ella Javier siempre utilizaba la misma palabra: impresionante.

—Una mujer impresionante —repetía con una expresión que se debatía entre la ternura y cierto temor.

Fueron los años en que sus padres estuvieron destinados en África como investigadores de enfermedades endémicas y consideraron que era más prudente que los niños se quedaran.

Al principio de su relación, cuando Natalia le insistía por qué elegía ese término; a él le resultaba difícil y casi contradictorio definirlo y lanzaba diferentes apreciaciones. Impresionante su presencia: alta, distinguida, con un bastón que le permitía andar con la rigidez que exigía a los demás y con el que daba golpecitos correctores en la espalda a su hermana y a él si los veía encorvados. Impresionante su cultura y la biblioteca que cuidaba como si esos libros fueran sus más apreciados descendientes, pero les obligaba a leer en ella una hora diaria, aunque fuera verano y se oyeran a los chicos jugar y llamarles a voces para que se unieran a ellos. Impresionante sus comidas, que cumplían un estricto régimen y menú, con algún que otro plato de casquería para que se acostumbraran a comer de todo y pudieran ser ciudadanos del mundo. Y así seguía con otras consideraciones subrayadas con diferentes giros de admiración o desánimo.

Después de dar varias vueltas al posible destino e itinerario a seguir, decidió que le sorprendería con la elección final que hizo. Sería Autun, lugar cercano al que vivió con su abuela. Incluso pensó que no le diría a dónde iban, una especie de ruta a ciegas, a ver si conseguía recuperar algo de su antiguo entusiasmo.

—Natalia, quiero que sepas —anunció la noche después de leer el papel “Vale por un viaje a Francia”—, que te agradezco tu esfuerzo, pero este va a ser el último.

A Natalia se le puso un nudo en la garganta a la vez que una incipiente ira la acaloraba.

—¡Qué dramático!, ni que te fueras a morir —contestó acelerada.

—No es por eso —sonrió al decirlo—, es que estoy harto. Ya he ido a todos los sitios que quería conocer.

Ella se removió en el asiento, entonces no le quedaría más remedio que viajar sola, con amigas o en grupo, aseveró desafiante. Le parecía estupendo, contestó él con dulzura, su intención no era ponerle cortapisas.

Empezaron el viaje, ella, con la inquietud de que fuera el último juntos, él, dejándose llevar con la intención de hacérselo lo más amable posible. Cuando llegaron a Autun la inquietud de Javier se hizo patente. Le agradecía mucho que lo hubiera organizado, pero por qué precisamente ahí.

—Como ya no vamos a hacer más, pensé que te gustaría recorrer lugares de tu infancia —se justificó Natalia apenada.

Él la abrazó con ternura, le agradecía su esfuerzo de corazón, pero precisamente aquí fue el lugar donde pasó, quizás, el peor momento de su vida. La cogió de una mano y sin titubear la llevó a la catedral. Cuando estuvieron frente al pórtico, Javier le señaló el relieve de los tres Reyes Magos siendo despertados por el ángel.

—Pese a todo lo que me evoca, adoro esta escena —confesó solemne—. Ninguna otra imagen muestra más inocencia y ternura.

—¿Entonces?

Subió los hombros y suspiró. No podía olvidar el día, era un diciembre ventoso, helador, y se subió el cuello de la chaqueta como si ese frío le atenazara. Su abuela los trajo a la catedral a misa y antes de entrar les hizo fijarse en este relieve.

—Niños queridos —nos susurró muy cerca del oído—. Esta escena no solo representa el despertar de los Reyes, sino el de la inocencia.

Recordaba que la voz le titubeó, mientras los sostenía con firmeza a su hermana y a él cada uno cogido de una mano y que los tres se quedaron muy quietos mirando la obra. Iba vestida de negro, siguió, con un tembloroso velo que aleteaba igual que un indeciso pájaro en el helador día. Vosotros, nos dijo, aún representáis la inocencia y no quería despertaros, pero tenían que empezar a aceptar que a lo mejor sus padres iban a tardar mucho en volver o no lo harían nunca. Y su voz se quebró.

—No me lo habías contado —Natalia le apretó el brazo—. Siempre creí que luego viviste con ellos.

Él negó con la cabeza. Pero ella les había protegido, cuidado y, a su manera, querido con un amor sin fisuras. Nunca la oyó quejarse. Se dio la vuelta y señaló un bistró a su espalda. Antes era una chocolatería y esa mañana después de misa nos trajo ahí a tomar chocolate y todos los pasteles que quisiéramos. Algo en él se descompuso, se alejó de Natalia y vio cómo sus hombros se sacudían sin control. Dejó pasar un buen rato y al volver a su lado tenía los ojos algo enrojecidos.

—Gracias, querida, por haberme traído aquí. Fue una mujer impresionante.

© Cristina Vázquez

viernes, 27 de junio de 2025

La torre inclinada de Pisa: Una de las siete maravillas del mundo

 


 

Está considerada, junto a la catedral de la que forma parte, una joya del arte Románico. 

En 1987 fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

Situada en la plaza del Duomo tiene una altura de 54,474 metros, divididos en ocho pisos: una base de arcos ciegos con quince columnas en mármol blanco, seis niveles adornados con arcadas abiertas de medio punto y un campanario en la cima. Recorriendo los ocho pisos se cuentan 207 columnitas. La escalera interna en espiral tiene 251 escalones. La obra dio comienzo en el año 1174. Su peso total se calcula en torno a las quince mil toneladas.

En lo alto hay siete campanas: La Asunción (la más grande), la del Crucifijo (la más moderna), la Pascuareccia (la más antigua), la San Ranieri, La Justicia, Pozo y la Tercera. Cada campana corresponde al tono de una de las notas musicales. Los elementos góticos del campanario combinan armoniosamente con el estilo románico de la torre

Se dice que desde lo alto de la torre Galileo estudió y experimentó la ley gravitacional de los cuerpos. La historia, aunque descrita por un estudiante del propio Galileo, se considera un mito.

Su inclinación es debida a una cimentación de apenas tres metros, asentada en un subsuelo débil e inestable. La torre fue cerrada al público el 7 de enero de 1990. Tras una década de reconstrucción y estabilización se reabrió al público el 15 de diciembre de 2001, y fue declarada estable durante al menos otros 300 años.