jueves, 15 de mayo de 2025

Nuevo Akelarre Literario no. 116: Una ventana abierta



En pleno mes de mayo, es hora de abrir las ventanas y dejar que la primavera entre en nuestras casas. Abrir una ventana es también abrir la mente, la imaginación y quizás la perspicacia. Abre tu ventana y disfruta de nuestros cuentos


Para disfrutar con nuestros cuentos:

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San Isidro Labrador

 



Patrón de Madrid. Es uno de los madrileños más conocidos a nivel internacional. Su figura está envuelta en misterio y leyenda.

De hecho, intentar escribir una biografía del Santo no es tarea fácil ya que los datos de su vida son más bien escasos. Probablemente nació en Madrid a finales del siglo II, en el seno de una familia humilde de agricultores. Contrajo matrimonio con María de la Cabeza y tuvo un hijo. La tradición fija el lugar, Torrelaguna, donde conoció a su esposa. Trabajó los campos de la familia Vargas.

La fuente documental más antigua es el códice de san Isidro, también llamado códice de Juan Diácono.  Se trata de un manuscrito del siglo XIII, donde por vez primera aparecen por escrito la vida y los milagros del patrón de Madrid. Es uno de los tesoros del Museo de la Catedral.

Según Lope de Vega, los padres de Isidro se llamaban Pedro e Inés, y los sitúa en el arrabal de San Andrés de la villa de Madrid. Posiblemente le llamaron Isidro, en honor del sabio y santo, san Isidro, arzobispo de Servilla en la época visigoda.  

Hombre sencillo, zahorí, pocero, taumatúrgico, humilde, hacedor de lluvias, generoso, bienhechor de los pobres, temeroso de Dios, fue proclamado Santo en el año 1622, por el papa Gregorio XV, junto a san Felipe Neri, santa Teresa de Jesús, san Ignacio de Loyola y san Francisco Javier.

Se conserva el terno que se utilizó en la ceremonia de Acción de Gracias para su canonización en la Plaza Mayor de Madrid. El conjunto destaca por sus singulares bordados en hilo de seda. En 1960, el papa Juan XXIII lo declara como santo patrón de los agricultores españoles.

Isidro falleció en 1172 y fue enterrado en el cementerio de la iglesia de San Andrés. Hoy su cuerpo se venera en el altar mayor de la colegiata de San Isidro y su festividad es el 15 de mayo.  

 

miércoles, 14 de mayo de 2025

Paula de Vera: Perder a tu maestro (Shikamaru y Temari) - Parte 1

 


Las nubes poblaban el cielo la tarde en que Temari volvió a pisar la Aldea Oculta de la Hoja. Hacía varias semanas que había partido de allí por última vez, tras colaborar en la evaluación y supervisión de los exámenes chūnin, pero no sabía por qué echaba de menos aquel lugar.

«Qué estupidez», pensó por enésima vez, sin ser capaz de desprenderse del todo de ese sentimiento. «Tu lugar está en la Arena, por mucho que vengas».

La joven jōnin lo tenía claro: adoraba su hogar. Le gustaba subir a las altas murallas para contemplar los atardeceres anaranjados y violetas cayendo sobre el desierto. Era capaz de dormir arrullada por el sonido de las tormentas de arena que arreciaban al otro lado de su ventana en la residencia del Kazekage. Y, sin embargo, ¿por qué llevaba meses, casi un año, sintiéndose tan cómoda y deseosa de viajar a aquel lugar tan verde, húmedo y lleno de vida?

Sacudiendo la cabeza, se adentró por las grandes puertas y se presentó con el protocolo correspondiente ante los guardias que la detuvieron al cruzar el umbral. Sin embargo, enseguida notó algo extraño en el ambiente.

El primer indicio fue el rostro de los centinelas. Aunque la seriedad formaba parte inherente del trabajo, había algo más. Una especie de tristeza y apatía, mezclada con una hosquedad mayor que de costumbre en algunos casos, que la joven no supo descifrar de inmediato.

De hecho, solo al dar un par de pasos en la enorme plaza de acceso a la villa y ver a algunos chūnin y jōnin conocidos pasar de largo o reunirse en pequeños grupos, la realidad la golpeó con una extraña y desagradable sensación en el pecho. Se sorprendió a sí misma mirando, casi sin pretenderlo, en busca de Shikamaru Nara.

«¿Dónde estará ese llorón perezoso?».

Desde hacía tiempo, el joven tenía la tarea de escoltarla siempre que visitaba la aldea, cortesía de la Quinta Hokage. No es que a Temari le hiciera demasiada gracia —llegó a pensar que la estaban “vigilando”—, pero notar su ausencia en ese momento despertó un sentimiento inesperado en su interior. Era como si, de repente, le faltara algo.

«Tonterías», se reprendió con brusquedad, tratando de recuperar la racionalidad lo antes posible y silenciando sin miramientos a la parte más condescendiente de su ser con el ninja. «Solo te molesta el hecho de que ni siquiera sea capaz de cumplir con su trabajo».

—¡Señorita Temari!

La voz la devolvió de golpe a la realidad. Parpadeó y giró la cabeza, justo a tiempo para ver acercarse a Sakura Haruno, seguida de Ino Yamanaka y, más atrás, Naruto Uzumaki.

—Sakura. Naruto. Ino —saludó con cortesía—. Cuánto tiempo sin vernos.

—Sí, mucho —confirmó la joven médico con el mismo tono.

Sin embargo, la kunoichi de la Arena detectó enseguida cierta tristeza en su rostro, similar a la que había intuido en los guardias de acceso, y le preguntó:

—¿Vienes a reunirte con la Hokage?

Temari asintió despacio.

—Sí. Como embajadora, y considerando todo lo que está ocurriendo con Akatsuki, el Kazekage me ha enviado a intercambiar información...

Al ver la sombra que cruzó los rostros de los tres presentes nada más mencionar a la ya famosa organización criminal, así como el hecho de que apartaran la mirada en direcciones distintas, Temari se interrumpió de golpe.

—¿Ocurre algo? —preguntó con cautela.

Durante varios segundos, ninguno de sus interlocutores pareció capaz de responder. De hecho, en los ojos de Ino asomaron lo que parecieron lágrimas traicioneras, mientras sus hombros se convulsionaban apenas con un sollozo silencioso.

Temari se tensó, anticipando lo peor, pero nada la habría preparado para lo que escuchó.

—No es nada —susurró Sakura, aunque claramente no lo creía—. Es solo que hace poco que Akatsuki... Digamos que acabó en combate con el hijo del Tercer Hokage, Asuma Sarutobi...

Sintió cómo la sangre abandonaba su cuerpo y palideció visiblemente mientras su mente comprendía de qué iba aquello a toda velocidad. Ino llorando. La ausencia de Shikamaru.

—Lo siento mucho —se disculpó, formal y sincera a la vez, paseando la vista despacio por los tres ninja—. No llegué a conocerle demasiado, pero sé que era un buen hombre.

Ino asintió y le dedicó una sonrisa agradecida, al igual que Sakura.

—Era de los mejores de la Hoja —confirmó Naruto con su intensidad habitual, aunque mitigada por una evidente tristeza—. Y los de Akatsuki ya han pagado por ello.

Temari lo observó con la cabeza ladeada, intrigada por esa afirmación, y parpadeó.

—¿Han pagado? ¿Qué queréis decir?

Para su perplejidad, los tres ninja le explicaron entonces, sin demasiados detalles, lo ocurrido en los días anteriores: todo había sido orquestado y pensado por Shikamaru, con el golpe de gracia de la nueva técnica de Naruto. Temari escuchó en silencio, sin poder evitar que un escalofrío de incredulidad y orgullo le recorriera la espalda al conocer todo lo que Shikamaru había sido capaz de predecir.

«Así que de verdad es el genio que todos pensamos», se dijo para sus adentros, reprimiendo una sonrisa a duras penas.

Se lo había dicho más de una vez, pero nunca le hacía caso. Tenía talento y entrega. En el fondo, se preocupaba por los demás. Sin embargo, aquello debía de haber sido un golpe muy duro para él. Si algo sabía Temari del trato formal que ambos mantenían, era que Asuma Sarutobi, aparte de maestro, era casi un ídolo para el heredero de los Nara.

—La verdad es que Shikamaru es un tipo increíble —lo alabó entonces Naruto, sacando a Temari de sus cavilaciones.

Sin mostrar lo que pasaba por su cabeza, asintió con un suave resoplido de aceptación.

—Por cierto, ¿dónde está? —quiso saber.

Ante la mirada curiosa y algo incómoda de los otros tres, Temari se mantuvo lo más estoica posible y agregó:

—Generalmente, es mi escolta cuando vengo, pero no lo he visto por ninguna parte.

Ino fue la primera en reaccionar, resoplando.

—Con todo lo que ha pasado, al muy vago se le habrá olvidado —rezongó, aunque esta vez su voz no denotaba demasiada acritud—. Puedo ir a buscarlo, si quieres.

Tras apenas un instante de duda, Temari negó con la cabeza.

—No pasa nada. Iré al hotel a dejar mis cosas y después descansaré un poco. Si le ves, dile que estoy aquí.

Ino asintió.

—Claro, pero si te parece, te acompaño yo.

Temari asintió con la cabeza, resignada a no poder moverse sola por la Hoja, a pesar de los meses que llevaba trabajando de emisaria.

—De acuerdo.

Así, ambas chicas se despidieron sin aspavientos de Naruto y Sakura antes de dirigirse al alojamiento de la joven visitante. No hablaron mucho, pero a Temari le agradó la compañía más de lo que pensaba. De cualquier forma, su mente estaba más pendiente de buscar cierta presencia en cada esquina que giraban, que de la escasa conversación con Ino.

Eso sí, cuando casi llegaron a la puerta del hotel, detectó por fin al ninja que estaba buscando. Su presencia era tenue, estaba lejos, pero estaba casi segura de que era él.

—Ya estamos aquí —indicó Ino—. Si necesitas algo, avísame.

La kunoichi de la Arena la observó con neutralidad, pero agradecida.

—Claro. Gracias, Ino.

La otra chica se despidió con un gesto de la mano.

—¡Nos vemos mañana!

Temari asintió y la vio alejarse, esperando pacientemente. Solo cuando se aseguró de que estaba sola y nadie la veía, se recolocó el abanico, se deslizó hacia la esquina más cercana y saltó entre las sombras en dirección a la salida de la aldea.

 

Continuará…

 

Historia inspirada en Shikamaru Nara y Temari, personajes del manga/anime “Naruto/Naruto Shippuden”

Imagen: “Stargazing”, de Paula de Vera

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martes, 13 de mayo de 2025

Malena Teigeiro: El día de Todos los Santos

 


Lo primero, poned más velas, razonó mi abuela sin tener en cuenta que en el altarcillo ya no cabía una más. Ella creía que haciendo aquello llamaba poderosamente la atención de los del Mas Allá. Sin embargo, mi tía abuela, su hermana, siempre crítica o quizá un poco envidiosilla del marido de la otra, entre suspiros y miradas a techo, decía que su cuñado había sido el hombre más bueno y cabal que había conocido. Luego, con un brillo especial en la mirada, añadía: fijaos si sería bueno, que hasta tuvo la delicadeza de irse antes de ponerle los cuernos a mi hermana. Luego, acababa rezongando que como se pusiera una vela más, iba a haber un incendio y no precisamente en el infierno.

Todo aquello venía porque era día de Todos los Santos, es decir, el Día de Difuntos. Y en esa fecha mi abuela, como todos los años, además de ir al cementerio a dejar un gran ramo de flores y de llorar una hora delante del hermoso y tétrico panteón familiar, encima de la mesa del comedor montaba un altar con la esperanza de que su difunto esposo viniera a visitarla. En él, alrededor de un gran retrato de su marido, el abuelo Paco, colocaba flores, una caja de cervezas y cuencos con taquitos de queso y jamón, su aperitivo favorito. Ponía también las fotos de todos nosotros. Ella decía que, como cuando se fue, y se persignaba con un pequeño rezo, sus hijos apenas eran unos niños, y claro, tampoco había nacido ningún nieto, no fuera a ser que al ver una familia tan grande, pensara que esta —aquí siempre daba pataditas en el suelo con la punta del zapato— no era su casa y pasara de largo.

Cuando ellos contrajeron matrimonio, según decían, Paco tenía una gran fortuna, y mi abuela, de familia pobre, pero de gran belleza, también tuvo la fortuna de que la viera y se enamorara de ella. Según contaban todos, aunque duró poco fue un matrimonio muy feliz. Ella no tenía ningún reparo ni pereza a la hora de obsequiarlo con cualquier capricho que él pudiera tener, por ejemplo, cuidando con esmero sus comidas, pues al decir de todos, Paco era hombre comilón. Le gustaba sentarse a la mesa y disfrutar con una buena carne y un buen vino rodeado de sus amigos. Y sin duda fue eso lo que lo llevó a la tumba. Sí. Le dio un infarto mientras degustaba un cordero asado, rodeado de cebollas, patatas y pimientos fritos. Según él, lo indigesto de aquellas comidas era la grasa que, decía, él aniquilaba con unas hojas de verdísima lechuga.

Al parecer, en eso de la lechuga no llevaba razón, porque su fallecimiento sucedió justo después de haberle dado a su fiel Raimunda cuatro hijos. Y digo justo, porque mientras mi abuela daba a luz, Paco y sus amigos, se hallaban en la taberna celebrando el nacimiento de mi tío Pepito con un asado de chancho.

A partir de entonces, la abuela Raimunda colocaba aquel altar todos los años, varios días antes del Día de Difuntos. Cada vez era más grande, con más comida y más velas. Y en tanto el altarcito estaba en la casa, ella a diario cambiaba los alimentos, a diario rellenaba los vasos de vino, y al llegar el dos de noviembre, desde bien temprano se sentaba delante del altar. Llorosa, hipaba y rezongaba: Paco, por favor, aunque solo sea una vez, vuelve y dame el abrazo que tu muerte impidió. Ese abrazo de felicitación por nuestro hijo que a mí tanto me gustaba. Ese que a la vez que me apretabas contra tu pecho, me besabas y me mordías la oreja susurrándome palabras de amor. Y de paso, sóplame al oído donde guardaste aquellos doblones de oro que me regalaste cuando nos casamos y que decías eran por si en algún momento tenía yo una necesidad. Y no es que la tenga, que me arreglo bien, pero, por si acaso, ¿no crees que debería conocer el escondite?

© Malena Teigeiro

domingo, 11 de mayo de 2025

El amor: motor de nuestros actos

 



 

El amor, el deseo es un elemento fundamental en la vida, es el motor de nuestros actos y está ligado a nuestros valores y pasiones. Por ello es esencial discernir y encontrar un equilibrio en su gestión.

Para la RAE el amor es un sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser.  

Para san Agustín. lo propio de la voluntad es el querer o amar. El ser humano es un ser que quiere y ama y que mediante ello orienta su existencia. Y decía:

«El amor es una perla preciosa que, si no se posee, de nada sirven el resto de las cosas, y si se posee, sobra todo lo demás».

El concepto de amor en san Agustín es tan preponderante que ha sido objeto de numerosos estudios:

«Ama y haz lo que quieras: si callas, calla por amor; si gritas, grita por amor; si corriges, corrige por amor; si perdonas, perdona por amor. Exista dentro de ti la raíz de la caridad; de dicha raíz no puede brotar sino el bien».

 

La Orden de san Agustín fue establecida por la iglesia católica bajo el pontificado de Inocencio IV en el año 1244. Los agustinos están a cargo de la Sacristía de la Basílica de san Pedro. El Papa, León XIV, elegido hace tres días, el 8 de mayo de 2025, pertenece a esta orden.

 

viernes, 9 de mayo de 2025

La cocina a mi alcance: Buñuelos de patata

 


 

Los buñuelos se hacen desde tiempos de Maricastaña. Se dice que pertenecen a la cocina mediterránea. Ya Catón el Viejo incluyó una receta de buñuelos, con el nombre de «globos», en su libro De agri cultura, escrito en el siglo II a. C. En esa receta, se mezclan harina de trigo y queso, se hacen bolas que se fríen y se untan de miel y semillas de amapola para servirlos. ​

La primera sociedad, después de la romana, que consumió buñuelos fue la andalusí. En Sevilla y Granada los buñuelos fritos en aceite cubiertos de miel, son para chuparse los dedos. Mi amiga Magaly, habanera, que se encontraba de visita recordó que su madre los hacía de yuca en forma de ocho, en Navidad. Aunque, dejó caer que esa era la costumbre, pero que los cubanos para comer buñuelos no tenían necesidad de fechas fijas. A ella le gusta hacerlos con yuca, boniato y malanga.

Mi vecina Rocío, de Jaén, no habló nada al respecto, cosa rara. Se fue a su casa y al cabo de una hora trajo una fuente de buñuelos hasta los topes. Y en una servilleta, la receta.

Así se hacen en mi casa. Estos los ha hecho una jienense para una palaceña.

Gloria bendita. Lástima que tuviera que compartir.


 Ingredientes:

 

* 500 gramos de patatas        

* 30 gramos de queso gruyere

* 30 gramos de harina           

* 2 huevos

* Perejil                

* Pimienta negra

* Sal                    

* Aceite

 

Preparación:

 

Se cuecen las patatas. En un bol se ponen los huevos, la harina, el queso, la sal, la pimienta, las patatas cortaditas y el perejil. Se pasa todo por la batidora hasta obtener una masa.

 

En una sartén con abundante aceite se «tira» a cucharadas y se fríe hasta que se doren.

 

Ideal como guarnición de una carne asada, pescado…

miércoles, 7 de mayo de 2025

Amantes de mis cuentos: No sé si soy normal

 


 

Tengo una amiga de la infancia. Estudiamos en el mismo colegio, en la misma Universidad, trabajamos en la misma Empresa, nos casamos el mismo año y cada una tuvo tres hijos: ella varones, yo chicas. Enviudamos con mes y medio de diferencia. Ya estamos jubiladas.

Por suerte, aunque vivimos en la misma ciudad, media hora de trayecto en autobús nos separa. Lo digo porque a veces me dan ganas de retorcerle el pescuezo. Si digo de ir al cine hay que ver la película que ella quiere, si vamos de compra considera una birria lo que a mí me gusta, si la animo a formar parte de un Club de Lectura, más de tres es multitud, si la invito a merendar pone pegas a todas las tapas y dulces que pongo en la mesa…

Pero, hoy, otra amiga se ha puesto a despotricar de ella y me ha sentado fatal.

 

© Marieta Alonso Más