viernes, 11 de octubre de 2024

Núcleo histórico de Split: Palacio de Dioclesiano y Catedral

Split es la segunda ciudad de Croacia. Está situada entre los montes Kyh y el puerto. Ya no se puede extender más. La ciudad creció alrededor de la casa de descanso del emperador romano Dioclesiano  que nació cerca de allí en el año 245 d.C. Este emperador creó un sistema monetario, reorganizó la hacienda, la justicia, la administración, el ejército... Fue muy cruel con los cristianos: asesinó a Santa Lucía, Santo Tomás, San Anastasio, también a su hija Valeria y a su esposa cuando se hicieron cristianas. Ordenó el sacrificio del Obispo  San Domnio que llegó de Siria. Bromas de la vida: hoy se conservan los restos de San Domnio, en cambio los restos de Dioclesiano no se sabe dónde están. Su sucesor el Gran Constantino se convirtió al cristianismo.

 


Palacio de Dioclesiano

 

Está en el centro de la ciudad.  Es único en el mundo. Lo hizo edificar Dioclesiano a finales del siglo III en la bahía de Spalato. Se terminó en el año 305. Hoy, el palacio se ha transformado en el corazón de la ciudad de Split.

 

Las laderas del terreno descienden suavemente hacia el mar. En la zona sur se encuentran las estructuras más lujosas, los apartamentos del emperador con cincuenta salas abovedadas. La muralla sur tiene 180 kilómetros de longitud. Dentro del Palacio se hicieron otros Palacios. La nobleza de Split así lo hizo por lo que conviven tantos estilos con el primitivo romano.

 

Un poco más al norte se localizaba el peristilo, el mausoleo de Dioclesiano, el templo de Júpiter y los restos de las termas. En las partes central y sur se encuentran vestigios de las antiguas calles bordeadas de columnas o de pilares de pórticos, así como las casas de los sirvientes y alojamientos para el ejército. Fuera de las murallas se conserva lo que queda de su acueducto.

 

Conserva sus puertas: la puerta sur daba al mar y Dioclesiano se embarcaba sin que le vieran. La puerta este era para la entrada del ejército. La puerta oeste era la entrada para el pueblo.

 

Los conjuntos arquitectónicos que datan de la Edad Media y de siglos más recientes construidos en el interior del antiguo palacio, forman hoy la entidad más antigua de la ciudad de Split. Ejemplos del arte paleocroata de los siglos IX al XI; los monumentos románicos de los siglos XII y XIII, sobre todo la catedral; los monumentos del gótico tardío, como varios palacios de estilo gótico flamígero del siglo XV; el sistema de fortificaciones medievales de los palacios del período del Renacimiento y del barroco edificados entre los siglos XVI y XVIII.

 

Al oeste, muy cerca del palacio fue levantada la ciudad medieval en la que se localizan numerosos edificios de estilo románico, gótico, renacentista y barroco.

 

En el Palacio se grabaron varias escenas de la serie Juego de Tronos.

 


Catedral


Es la Catedral más pequeña del mundo. El único acceso a la catedral de san Domnius es hacia el este. Las columnas tienen 9 metros de altura, fueron traídas de Egipto.

 

Es arquitectura romana del siglo IV. Las columnas del siglo XIV a. C., el altar siglo XV y el órgano del siglo XX. Las puertas de entrada del siglo XIII de nogal. En los casetones la vida de Jesús. Románicas.

 

El Templo de Júpiter fue convertido en Baptisterio. Los capiteles corintios son del tiempo de Dioclesiano.

 

Un Cristo precioso del siglo XIV, la cruz en forma de Y representando el árbol de la vida. La sillería en la parte trasera es del siglo XIII, la más antigua del Adriático con escenas de la vida cotidiana.

 

El núcleo histórico de Split es una joya arquitectónica declarada Patrimonio de la Humanidad desde 1979.

 

 

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miércoles, 9 de octubre de 2024

La cocina a mi alcance: Patatas con costillas

 



La matanza se efectúa una vez al año, coincidiendo con los meses más fríos del invierno. 

Antolina, mi vecina pucelana, natural de un pueblo de Valladolid, nos cuenta con los ojos llenos de añoranza que el día de la matanza, en su casa, se desayunaba bien fuerte, hasta se tomaba un poco de aguardiente. Apenas salía el sol, el matarife, su padre, provisto de un garfio enganchaba al cerdo por la mandíbula y lo llevaba hasta el banco de madera con la ayuda de tíos, primos e hijos mayores. Su madre y los niños con cubos recogían la sangre y con una cuchara la removían para que no cuajara. El cerdo chillaba a más no poder y se podía oír desde lejos. 

Una vez muerto el animal se procedía al socarrado, eliminar el pelo y dejar la superficie bien lisa, luego se le abría y se le retiraba las vísceras. Los intestinos y el estómago se limpiaban en el arroyo ya que en su casa no había agua corriente y se reservaban. Esta operación la realizaban las mujeres de la familia.

Había que darle unas muestras de carne al veterinario de la comarca a primera hora de la mañana y este daba su veredicto al mediodía. Si era positivo, las mujeres asaban el rabo del cerdo y los niños se lo comían. Era una fiesta.

El picado de la carne se realizaba a la mañana siguiente, ya que al cerdo se le dejaba colgando de una viga, oreándose. A cada uno de la familia le tocaba trabajar: en salar los jamones y las paletillas, picar, sazonar y añadir el ajo para los chorizos, embutir las morcillas, adobar el lomo, poner en salazón el tocino…

La moraga la asaba su madre en la lumbre, son los primeros trozos de carne aliñada con ajo y pimienta molida, y se acompañaba con un buen vino joven, el del año, el de «pitarra».

La extracción de la grasa tenía lugar en la tarde del segundo día, se fundía y se echaba el líquido en tinajas de barro, y allí dentro de esa grasa se conservaban chicharrones, trozos de carne, chorizos o lomos. Parte de la grasa se empleaba en la producción de jabón.

Fue Antolina quien trajo esta receta.

 

Ingredientes

1/2 kg de costillas de cerdo. Si el carnicero las separa de dos en dos, mucho mejor.

2 dientes de ajo

1 cebolla

1 pimiento verde

1 vaso de vino blanco

1 kg de patatas.

1 cucharadita de pimentón

Ramitas de romero, tomillo, perejil o las hierbas frescas o secas que prefieras o que tengas en casa.

Agua

Aceite de oliva, sal

 

Preparación

Picad la cebolla, los ajos, el pimiento verde muy finos. Pelad las patatas en gajos. Reservar.

Poned en una olla un poco de aceite a fuego medio. Echad las costillas y que se vayan dorando. Retirar y reservar.

Bajad el fuego, añadid los ajos, la cebolla y el pimiento verde en el aceite de las costillas, sofreír. Incorporad el pimentón, las patatas y revolvedlas con el sofrito, es el momento de regar el vino por encima y dejar caer las ramitas de hierbas.

Echad agua hasta casi cubrir las patatas, colocad encima las costillas y a cocer, unos treinta minutos, hasta que patatas y carne estén tiernas.

Si os parece que Antolina es de ordeno y mando. Lo es.

De Xemenendura - Trabajo propio, CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=82552277

lunes, 7 de octubre de 2024

Amantes de mis cuentos: Ménage à six

 



No quería vestir de blanco, trataba de ser honesta consigo misma, pero nadie en su sano juicio se atrevería a sugerir semejante insensatez delante de un padre como el de Gertrudis. ¡Eran otros tiempos!

Fue él quien le impuso ese novio que ahí ven con cara de buena persona, siempre serio, y al que intentó oponerse sin éxito. Todo estaba hablado al milímetro entre los progenitores, eran amigos de toda la vida, de la misma posición social y las tierras lindaban unas con otras.  El futuro nieto unificaría las dos grandes fortunas. Cada uno aportó, de momento, una sólida dote.

La gente que conocía al prometido lo estimaba, pero en la novia esos sentimientos se encontraban a un nivel muy bajo, es más, la sacaba de quicio, por lo que tenía tales remordimientos, que la obligaban a respetarle, un poquito, no mucho.

En esa foto que presidía el dormitorio está la historia de sus vidas. Mirad las caras femeninas, deteneos en sus ojos, hay determinación, luego las masculinas, socarronas. Tal parece que les envuelve una atmósfera enrarecida como si cada uno creyera llevar las riendas de su vida.

De derecha a izquierda vemos el hombre al que Gertrudis amaba, casado con su mejor amiga, que a la vez estaba enamorada de aquel que juró ese mismo día, amar y ser fiel. Sufría por su desamor, no le hacía ni pizca de caso por lo que se entretenía con el último de la izquierda, el que tiene levantados la punta de los relucientes zapatos, al que su mujer engañaba con el que hoy celebraba su matrimonio. Eran tres parejas muy bien avenidas. No hay que pensar en futuras tragedias.

La madre de Gertrudis, a la que no se le escapaba nada, un día le susurró: Haz que dure esta perturbadora paz. Los sentimientos pueden ser cambiantes pero el patrimonio es inamovible. Y con un pañuelo bordado de hilo se retocó la mejilla.  

Esa bonanza perduró toda la vida. En la juventud demostraron, como buenas amigas, que compartir podía ser algo hermoso y excitante. Ya de mayores siendo viudas se reunían ‒como siempre habían hecho‒ una vez a la semana para criticar a quienes pasaban cerca de ellas, recordar esos momentos que dejan huella, comentar las últimas novedades, reír… Llorar, estaba prohibido. El surco que dejan las lágrimas no hay crema que lo disimule.

 

 

© Marieta Alonso Más

sábado, 5 de octubre de 2024

Sol Cerrato Rubio: De vez en cuando

 


 

 De vez en cuando 

 me gusta mirarme en tus ojos, 

 recogerme en tus silencios, 

 deambular por tus deseos. 

 

 De vez en cuando 

 recuerdo los acontecimientos pretéritos, 

 reconozco la fragilidad humana 

 e imploro un lugar cómplice en tu vida. 

 

 De vez en cuando 

 exploro tus limitaciones, 

 abrazo tus pulsiones 

 y exhalo mis miedos ancestrales. 

 

 De vez en cuando 

 me sorprendo dibujando tu sonrisa, 

 mimetizo tus biorritmos y contentos, 

 e inspiro profundamente tus anhelos.

 

 

© Sol Cerrato Rubio

 

jueves, 3 de octubre de 2024

Feria del Libro: Majadahonda


 

Amantes de mis cuentos: El arte de ladrar

 



Era de esas personas que no pensaba demasiado y cada tarde, aun sabiendo que le era perjudicial, los pies lo llevaban a la taberna de Artemio, quien unas veces le ponía vino y otras, cerveza.  

 

Aquella estrellada noche de verano alcanzó tales alturas el entusiasmo de su borrachera que comenzó a imitar el ladrido del perrillo, feo, sarnoso y sin pedigrí, que lo miraba desde un rincón.

 

―No me gustan los perros ―dijo con voz pastosa.

 

A saber lo que entendería el chucho que al oírlo saltó a sus brazos y le puso la cabeza en el hombro. Así se fue tambaleando hasta casa, en la que amaneció al día siguiente abrazado a otro ser vivo.

 

Cuando su madre le vino a despertar, que espabilara, que no tenían nada para comer, se encontró con aquel cuadro que destilaba ternura.

 

―¡Arriba, haragán!

 

Con tal de no escuchar la diaria cantinela se vistió, desayunó, puso la escopeta al hombro y se fue con la intención de seguir durmiendo recostado contra el tronco de un álamo. No llevaba mucho tiempo roncando cuando sintió aullar a aquel retaco de cánido, que con el hocico le estaba acercando la escopeta. Unos tiros se oían en la lejanía. Para que el perro tuviera una buena opinión de él, no fuera a pensar que era un tanto cobarde, o peor aún, un mal cazador, se puso la mira en el ojo y disparó. El animalito salió como una flecha y al cabo del rato regresó con una liebre en el hocico.

 

Se rascó la cabeza. Por culpa de esas manos que les había dado por temblar, llevaba años sin acertar a nada que se moviese. Aguzó el oído por si alguien venía a reclamar su presa. Silencio. Recordó que estaban a mediados de mes y ya se había gastado la mísera pensión de madre, y tenían que comer. Sintió un ruido y volvió a disparar. Esta vez vino con una perdiz.

 

¡Sí que era de ley el perrucho! Habría que ponerle un nombre, y le llamó Zascandil ―así era como le tildaba su madre siendo niño―. Y entre disparos y carreras volvió a su casa con un total de diez palomas, cuatro liebres y dos perdices.

 

Ese día su madre preparó un estofado de liebre que, de tan bueno, hizo que se chupara los dedos. Mejor prevenir, dijo la mujer guardando lo que sobró en la despensa. Con la barriga llena se echó a dormir una buena siesta. Falta le hacía. Estaba agotado.

 

Ella, tras fregar los platos, llevó el resto de la caza al carnicero, quien descontó lo que le debían. Como no se fiaba de su hijo se llegó a la taberna, y pagó la mitad de la deuda al Artemio. A primeros de mes saldaría el total de la cuenta y, por favor, que no la endeudara más, que le cerrara la puerta en las narices a su hijo.    

 

―No me pida eso. No puedo negarle la entrada. Átelo usted, si puede.

Al llegar a casa tuvo una seria conversación con Zascandil que con las orejas gachas parecía estar de acuerdo con lo que le pedía aquella mujer, aunque pareciera un despropósito.

A partir de ese bendito día el borrachín, azuzado por su perro, comenzó a levantarse de madrugada para salir a cazar. Ya no tenía tiempo de ir al bar. Y hasta llegó a sembrar pimientos, tomates y no sé cuántas cosas más en el huerto. Su chaqueta olía a rancio sudor y no a alcohol.

Si antes en el pueblo hablaban de él, ahora la que estaba en boca de todos era la madre, que tal parecía querer más al perro que al hijo.

 

© Marieta Alonso Más