Thor en la batalla contra los gigantes Martem Eskil Winge, 1872 |
Los Dioses y los Gigantes son los protagonistas de las antiguas leyendas
escandinavas.
De los huesos de los gigantes se hicieron las montañas del mundo.
Y los dioses formaron sobre él, el alma de los hombres.
He aquí una aventura simbólica de los gigantes y dioses del norte,
contada por el gran escritor inglés Tomás Carlyle en su libro “Los Héroes”.
Leyenda escandinava.
Thor, el dios del trueno, tiene una fuerza colosal, y maneja una formidable maza, a cuyos golpes hace saltar las montañas. Tialfi, su escudero, es el dios del trabajo. Y Loke, su fiel amigo, es el alegre dios de las llamas.
Thor, el dios del trueno, tiene una fuerza colosal, y maneja una formidable maza, a cuyos golpes hace saltar las montañas. Tialfi, su escudero, es el dios del trabajo. Y Loke, su fiel amigo, es el alegre dios de las llamas.
Un día los tres dioses
amigos salieron juntos en busca de aventuras, y se encaminaron hacia Utgard,
patria de los gigantes, que apacientan como rebaños las montañas de hielo.
Llegaron al fin,
después de muchas jornadas, y vagaron largo tiempo por inmensas llanuras y por
incultos lugares desiertos, atravesando montes y derribando peñascos, sin
encontrar señal de vida en todo el país.
Al oscurecer divisaron
una casa semejante a una gran caverna, y como la puerta, que era todo lo
ancho de una fachada, estaba abierta, metiéronse dentro y hallaron un gran
salón completamente desmantelado y desierto. Cobijáronse allí para dormir;
pero al cabo de un rato, y cuando más profundo era el silencio de la noche,
despertaron sobresaltados oyendo unos extraños ruidos que hacían retumbar los
muros.
Thor se levantó de un
salto, y enarbolando su formidable maza, se plantó, dispuesto a descargarla,
tras el umbral de la puerta. Loke y Tialfi, presas de terror, corrieron a
esconderse en un rincón de la destartalada estancia.
Pero Thor no tuvo
necesidad de entrar en pelea, porque, a la mañana siguiente, se descubrió que
los ruidos extraños de la pasada noche no eran sino los ronquidos de un gigante
enorme, aunque pacífico: el gigante Skrimir, que dormía allí mismo. Lo que
habían tornado por una caverna no era más que el guante del gigante, tendido en
el suelo a su lado; la puerta descomunal era el hueco de la muñeca, y el rincón
donde los compañeros de Thor se refugiaron, el dedo pulgar.
Skrimir les saludó con
una gran sonrisa al verles, y siguió el viaje con ellos, sirviéndoles de guía
y llevando su equipaje. Pero Thor no se fiaba mucho de tan temible compañero,
y determinó acabar con él por la noche, cuando se entregara al sueño.
En efecto, aquella
noche, en cuanto el gigante comenzó a roncar, Thor levantó su maza y descargó
tan tremendo golpe en el rostro de Skrimir, que hubiera partido una montaña.
Pero el gigante apenas si salió de su sueño para frotarse la mejilla, diciendo:
“¿Ha caído alguna hoja?”
En cuanto volvió a
quedarse dormido, Thor descargó sobre su cabeza otro golpe aún más fuerte que
el anterior, y el gigante, entreabriendo los ojos de nuevo, volvió a
preguntar: “¿Ha caído algún grano de arena?”
A la tercera vez, Thor
empuñó su maza con las dos manos, y volteándola en el aire para tomar impulso,
descargó un golpe tal, que hizo retumbar la tierra. Esta vez pareció dejar
huella en el rostro de Skrimir, el cual cesó de roncar, exclamando: “¿Hay
gorriones en este árbol? ¿Qué me han tirado a la cara?”
Al día siguiente
prosiguieron su camino, y por la puerta de Utgard, que se pierde entre las
nubes, entraron con Skrimir en el jardín de los gigantes, los cuales admitieron
a Thor y a sus compañeros a presenciar los juegos que estaban celebrando, invitándoles
a tomar parte en ellos.
A Thor le presentaron
un enorme cuerno, lleno de cerveza para que bebiese, advirtiéndole que entre
ellos era costumbre vaciarlo de un solo sorbo. Por tres veces intentó Thor,
valientemente, realizar la empresa; pero sólo consiguió hacerle disminuir dos
dedos.
—Eres una pobre y débil
criatura —le dijeron los gigantes compasivamente—. Ni siquiera serías capaz de
levantar ese gato que ves ahí.
A pesar de su fuerza
sobrenatural, y por pequeña que pareciera la hazaña, Thor apenas si pudo alzar
un poco el espinazo del animal, y a duras penas consiguió levantarle una pata.
—¡Bah! ¿Y tú crees ser
un héroe? —le dijeron riendo a coro las gentes de Utgard—. Mira, ahí tienes a
una pobre vieja que está dispuesta a luchar contigo.
Rojo de rabia, Thor se
abalanzó sobre la vieja; las venas de sus brazos se hinchaban hasta estallar, y
rugía como un león. Pero por más esfuerzos que hizo no fue capaz de derribarla.
Al salir de Utgard,
Skrimir les acompañó cortésmente un buen trecho. Thor y sus compañeros no se
atrevían a levantar la cabeza, llenos de vergüenza. Entonces el gigante dijo,
dirigiéndose a Thor:
—Al fin has quedado
vencido. Pero no te avergüence tu derrota, porque todo ha sido ilusión de tus
sentidos. El cuerno que probaste a agotar de un sorbo era el mismo mar, y, sin
embargo, lograste hacerle menguar; pero, ¿quién podría beber lo insondable? El
gato que probaste a levantar del suelo era la Gran Serpiente del Mundo, la
cual, con la cola en la boca, ciñe y conserva la creación entera; si la
hubieras derribado, todo se hubiera desplomado en confusión y ruinas. Y, por
último, la vieja con quien luchaste era el Tiempo, la Eternidad; ¿quién sería
capaz de vencer al Tiempo? Ni los hombres, ni los gigantes, ni los dioses. ¡El
Tiempo es más fuerte que todos! En cuanto a los tres golpes de tu maza..., mira
esos tres valles. Los han abierto tus tres martillazos.
Dicho esto, el gigante
se despidió de ellos y se volvió a su patria. Y Thor y sus compañeros
regresaron al palacio de los dioses, sin hablar una palabra, pensando en su
misteriosa aventura.
Alejandro Casona (1903-1965)
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