viernes, 2 de noviembre de 2012

Amantes de mis cuentos: Sus manos



A los once meses de edad surgió el homínido que hay en mí y sentí que me gustaban las manos de mi padre en las cuales me apoyaba para dar mis primeros pasos. A los cuatro años subiendo la escalerilla del barco que nos traía a España, mi padre preguntó:
-¿Te ayudo?
Y como yo creía que era mayor, le dije que no, sin pensar que mis cortas piernas no llegaban alcanzar el primer peldaño. Sentí miedo, tomé su mano y él en silencio apretó la mía.
De regreso a Cuba en el mismo barco no hubo preguntas. Escondió mi mano en la suya  al subir de nuevo la escalerilla.
Siempre iba de la mano de mi padre cuando paseábamos por las calles del pueblo. Y jugábamos con ellas. Con una sola mano abarcaba las dos mías. Apretaba mis manos sosteniendo el manillar de la bicicleta.
Ellas me dijeron adiós al emigrar. Un día, al cabo de diez años, retomé el gusto por la calidez de esas manos que hablaban de ternura. Y volví a tener a mano sus manos. 
Pasaron los años. Llegó la enfermedad, la sirena de la ambulancia, las batas blancas. Y una  sombría mañana las dejó caer.

© Marieta Alonso Más


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