viernes, 1 de septiembre de 2017

Amantes de mis cuentos: Tormenta interior

Monumento al ángel caído
Parque del Retiro de Madrid

Las nubes oscuras en vez de correr se quedaron petrificadas. Desde su altura, Lucifer me observaba con sorna. Imposible. Su cabeza está hacia arriba. Volví a atisbar. Pues sí. Me cambié de lugar. Me siguió con la mirada. Solo a mí. No hacía caso al grupo de la tercera edad que escuchábamos con atención lo que contaba nuestra guía. Una estatua no puede tomarla con uno… ¿Verdad? Ahora sonríe. La examiné de arriba abajo con desprecio y descargó un chaparrón del que fui la única víctima. El resto se había alejado para contemplar el monumento desde otra perspectiva, y no se mojaron.
 
Carla, la guía, una chica joven y guapa, cariñosa con los vejestorios, en ese momento comentaba que era de bronce y que su autor era un tal Ricardo no sé cuántos. Volví a mirar al ángel caído, ahora estaba con la boca abierta. No podía apartar los ojos de él y me puse a dar vueltas alrededor de la fuente. No vi un clavo en su bordillo y caí de bruces. Los del grupo me ayudaron a levantar. Ningún hueso roto. El bastón había atenuado el golpe. Fue una suerte.

Mejor no fisgo a ese ángel perturbador. Así que pongo atención a lo que la guía nos explica. En ese momento, hablaba del pedestal que fue hecho por un arquitecto del que no pillé el nombre. ¡Qué aburrimiento! Hago estas visitas para no quedarme solo en casa. Casi me dormía de pie cuando la oí comentar que el dichoso clavo, con el que había tropezado, marca en ese punto la altura sobre el nivel del mar: 666. ¡El número de la bestia!

Espabilé. Estaba con la barbilla pegada al pecho y las manos en mi bastón. Debo estar algo teniente del oído porque alguien mencionó los gremlins, esos monstruos, a los pies del pedestal.

Una mano invisible hizo que levantara los ojos hacia el ángel. ¡Santo Dios! Si tiene la cara de mi abuelo, el que llegó hasta los ciento tres años dando guerra, el que día a día me exhibía por la calle de  Alfonso XII. Su profesión fue la de ceramista y trabajó en la China, no el país, no, eso queda muy lejos, sino en lo que fue la Real Fábrica de Porcelana del Buen Retiro, aquí en Madrid. Carla acaba de ilustrarnos que este terreno fue ocupado por la antigua Fábrica.

Abuelo, ¿Qué haces allá arriba? ¿Eres amigo de éste? Haz el favor de no juntarte con gente de mal vivir.

La cara del ángel tiene un gesto que mejor no describo y susurra algo. Las serpientes han comenzado a moverse.

El rostro de mi querido abuelo se hace visible. Me aconseja que vuelva a casa, me acueste en la cama, me tape con la manta de la cabeza a los pies. La tormenta me ha trastornado. Y con voz cascada me advierte:

A Lucifer, bello y sabio a quien la soberbia hizo caer, es mejor no irritarle. ¡Anda vete!


© Marieta Alonso Más

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