jueves, 28 de septiembre de 2017

De tertulia con... Sillas y sillones

Silla romana. Cátedra

Todo está en el saber popular. Se oye decir: «Que lo que puedas hacer de pie, hazlo sentado y si no tumbado». Eso me conduce a la palabra poltrona que procede de «poltrón» que significa «vago».

Lo habitual en el mundo antiguo era sentarse en el suelo cruzando las piernas por delante, a lo oriental o en forma de loto. Se comenta que es la mejor forma de estar sentado, y me pregunto ¿Por qué entonces se inventa la silla? ¿Por qué su inventor ha quedado en el anonimato? Quizás la necesidad de demostrar un cargo de importancia, de evidenciar su poder, de estar a un nivel más alto que los demás o la frialdad del suelo… que todo es posible. Para la segunda pregunta a lo mejor el inventor no querría pasar a la posteridad como aquél holgazán que no queriendo estar en pie tuvo una idea feliz o le daban calambres en las piernas con la postura original. A saber.

A nivel etimológico silla procede del latín «sella» que significa asiento. Gonzalo de Berceo utiliza la forma actual a principios del siglo XIII. Se cree que aparece en Egipto unos veintiún siglos antes de Cristo. Eran más altas que las sillas actuales y se requería una banqueta para que no colgaran los pies de quienes se sentaba en ellas.

El sillón ceremonial del joven faraón Tutankamón está fabricado en madera y oro con jeroglíficos y símbolos, entre los que destaca la iconografía del dios Heh, dios del espacio infinito y de la eternidad. Tallado en el respaldo aparece como un hombre arrodillado sobre el símbolo del oro, con una cruz en su brazo y sujetando en sus manos dos hojas de palmera.

También los asirios conocieron la silla. En uno de los bajorrelieves de Koyundjik se ve al rey Asurbanipal y a la reina, comiendo sentados en sillas altas de madera tallada con adornos de marfil a los lados. Era un tipo de mueble destinado a las más altas esferas sociales y para las ocasiones solemnes.

En la antigua Grecia la primera silla data del año 600 a.C. Solían fabricarse en mármol y adornadas con esfinges. Homero cita la silla de Penélope que era de marfil y plata. Aunque no nos ha llegado ninguna silla griega, las pinturas de algunos vasos y de numerosos relieves permiten afirmar que hubo gran variedad de ellas. Hay que decir sin embargo que en el mundo grecolatino lo normal era comer recostados, no sentados; también se solía trabajar de esa manera cuando era posible. Cuenta Hesiquio de Mileto, en el siglo V, que los atenienses gustaban de hacerse llevar de un sitio a otro por sus esclavos en una silla en forma de «X» cuyo asiento consistía en un almohadón.

Los romanos designaban con el término sella a cualquier tipo de silla sin respaldo. Las que lo tenían se llamaban cátedra. Se sabe que las había en el palacio del emperador César Augusto. También se sentaba en una silla el naturalista e historiador latino Plinio el Joven. En las aulas solía sentarse en silla el maestro, también el sacerdote en el templo. En los relieves y pinturas de Pompeya, Herculano y Estravia, ciudades sepultadas por las cenizas del Vesubio en el año 79, se puede ver el tipo de sillas empleadas en la época. Predominaba la de respaldo curvo y la de tijera.
En el caso de los chinos se comenzó a usar durante la dinastía Tang (618-907) y para el siglo XII en China la silla era usada por toda la sociedad, caso curioso para oriente donde aún hoy nos los imaginamos sentados en cuclillas.

En la Edad Media la silla siguió denotando el poder político y eclesiástico. Muestra de ello es la «Silla de los Jueces» del siglo XIII, en el museo provincial de Burgos y el sillón episcopal que fue usado en 1982 por el papa Juan Pablo II en su visita al Castillo de Javier.

Es en el siglo XVI cuando la silla se convierte en un mueble de uso común. Las sillas de rejilla aparecieron a finales del siglo XVI, algunos creen que en Francia y otros que en Andalucía; después vino la silla de paja o anea.
Cuanto más trabajada la madera mayor era el esplendor de su ocupante. El barroco francés es buena prueba de ello.
Luis XIII, rey de Francia desde 1610, que confió su gobierno al cardenal Richelieu, tuvo varios tipos de sillones que llevan su nombre: con asiento bajo para el trabajo o las comidas, el de descanso con el asiento más alto y ligeramente invertido hacia atrás y cubiertos de tela, tapicería o cuero. Las patas de madera vuelta, los brazos rectos y planos. El soporte en forma de H.

Luis XIV, el Rey Sol de Francia desde 1643, el que se casó con María Teresa de España por lo que participó en la guerra de sucesión española a favor de su nieto Felipe de Anjou, no podía ser menos. Su sillón tiene el asiento más elevado y más invertido hacia atrás. La base se amplía y se profundiza. Las patas con la forma hueso de oveja tiene gran éxito. El soporte en forma de X. El apoyabrazos es más ondulado.

El modelo Regencia, entre 1715 y 1723, gana en comodidad y en belleza. El asiento es más bajo y su parte superior se redondea. Anuncia el estilo Luis XV, que fue rey de Francia desde 1715. Es a partir de 1723 cuando el uso de la silla empieza a ser práctico, más cómodo gracias al asiento cóncavo. Los apoyos de los brazos retroceden más. Se arquean los pies y comienzan los muebles en tonos claros.

En la España del siglo X, como se deduce de las ilustraciones de códices de la época, aparece a menudo una silla de patas rectas y respaldo sencillo formada por dos palos con sus boliches y un travesaño en diagonal que sube desde el asiento. No era infrecuente la silla tapizada ni la de tijera pintada en parte de verde con adornos blancos simulando incrustaciones de marfil. Muchas de las sillas que nos han llegado de los siglos XI y XII están tapizadas, y entre las telas preferidas destaca las de color rosa. La generalización de su uso no llegó hasta pasado el Renacimiento. En España se fabricaron desde el siglo XVI sillas de graciosas formas, bien talladas, con palos torneados y guarnecidas con cueros labrados o guadameciles: Felipe II gustaba de ellas, y se conserva algún ejemplar en el monasterio de El Escorial. También podían tapizarse con terciopelo carmesí, en cuyo caso se adornaban con flecos de pasamanería y clavos dorados, como las que se ven en algunos cuadros de la época.
A medida que pasan los años la silla, el sillón pierde sinuosidad, hasta llegar a nuestros días en que la evolución se hace patente en cuanto al diseño y funcionalidad. Se usan distintos materiales: madera, acero, hierro forjado, metacrilato, cuero, rejilla, anea, fibras sintéticas… Incluso tiene sistemas motorizados.

Cuenta la leyenda y en ellas la verdad histórica suele ser irrelevante que el «Sillón del diablo» se encuentra en el Museo de Valladolid, en la sala número catorce, con una cinta que disuade a los visitantes a sentarse en él.

En otros tiempos estuvo colgado a una respetable altura y boca abajo en la sacristía de la Capilla Universitaria para que nadie cometiera la insensatez de utilizarlo.

En 1948 el profesor universitario Saturnino Rivera Manescau recogió y publicó la maldición que pesa sobre este sillón frailero del siglo XVI.

El sillón perteneció al licenciado Andrés de Proaza, un médico con fama de realizar notables curaciones y que asistía a las clases de Alfonso Rodríguez de Guevara, prestigioso cirujano granadino que impartió durante veinte meses sus lecciones de disección y estudio anatómico de cadáveres. 

La primera cátedra de anatomía de España se estableció en Valladolid allá por el año 1550.

Se murmuraba que Proaza ejercitaba la magia en el sótano de su casa, de la calle de Esgueva, pues se escuchaban gemidos en la oscuridad de la noche y la corriente del río que daba a la trasera de la casa iba teñida de rojo. Además un niño había desaparecido

Andrés de Proaza durante el proceso aseguró que no había practicado la hechicería pero alertó de que tenía un sillón que le había regalado un nigromante de Navarro. Sentándose en él se recibían «luces sobrenaturales para la curación de enfermedades» pero si la persona que osara sentarse tres veces en él, no fuera médico, moriría. Le ahorcaron y sus bienes fueron a parar a un trastero de la universidad.

Pasó el tiempo y un bedel encontró el sillón y se lo llevó para descansar durante la larga jornada laboral. A los tres días le hallaron muerto. El bedel que lo sustituyó corrió la misma suerte. Los dos murieron entre los brazos del sillón. Fue cuando se acordaron de las palabras de Proaza.

Al ser derribado el antiguo edificio de la Universidad, el Sillón del diablo pasó a formar parte de las colecciones del Museo Provincial en 1890.

«Es una silla de brazos de roble con asiento y respaldo de cuero trabajados con dibujos, con la particularidad de que es desmontable», describe la directora del museo, que añade: «Tiene dibujos geométricos, pero no hay nada cabalístico en ella».

Hay muchas personas que dicen no creer en la leyenda pero ellos mismos se aconsejan que «lo mejor de los dados, es no jugarlos». 

Otros, en cambio, han pedido permiso para pasar la noche sentado en el sillón, petición que ha sido denegada.


Quizás la negativa no sea por razones humanitarias ya que todos sabemos que no se deben tocar los objetos de un museo. 

El sillón del Diablo
Palacio de Fabio Nelli (Valladolid)

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