Ruidera, un delicioso
marecito en tierra muy adentro…
A pesar de tales que otros problemas ambientales, de la frecuente sequía o de todo lo contrario…, que como sucede en todas partes también llega a estas comarcas tan de tierra adentro, el sistema de las Lagunas de Ruidera, encrestado en el manchego Campo de Montiel y compartido por las provincias de Albacete y Ciudad Real, constituye una de las principales zonas húmedas de España confirmada internacionalmente. Y de soberana belleza, quizá la más bella de todas.
En el Alto Guadiana y
formado por un rosario de hoyas de alimentación cársica, el sistema ha debido
ser siempre uno de los parajes más insólitos y hermosos de la Península
Ibérica, aunque no cobró fama hasta los comienzos del XX (dicen que uno de los
primeros automóviles que por él circularon fue el de don Antonio Maura), al
comedio del cual su nombradía se incrementó con buena parte a favor de Víctor
de la Serna por sus crónicas viajeras para el diario ABC. Después, afluencias
máximas.
Ruidera recibe todo el año
visitantes nacionales y extranjeros, aunque la mayor presencia se registra en
los meses cálidos, desde abril a octubre. La pesca es un gran atractivo:
blac-bass, lucio, carpa, barbo, comiza, como la caza en los cotos próximos, en
lo que tanto prolifera la perdiz roja. Cientos de miles de personas llegan al
año, unas por días sueltos, otras por fines de semana, otras por temporada,
amén de las que tienen en propiedad apartamentos o chalecitos y allí que van en
cualquier tiempo y por indeterminados períodos.
Son quince las cervantinas
lagunas, que asimismo conocieron Don Quijote y Sancho, a los que un joven
recitó una seguidilla, aparte de dos o tres charcas de mucha menor entidad.
Tomadas de sur a noroeste, éstos son sus nombres que más parecen apodos, con su
extensión en hectáreas.
Blanca, 17 hectáreas;
Conceja, 32; Tomilla, 11; Tinaja, 12,2; San Pedro, 31,7; Redondilla, 2 (cuando
llueve poco, se seca); Lengua, 18,8; Salvadora, 8,6; Santo Amorcillo, 11,8;
Batana, 6,7; Colgada, 84; del Rey, 31; Cueva Morenilla, 8,2; Coladilla, 8 y
Cenagosa, 11,8… Motes y topónimos, tanto da; todos, absolutamente populares y
lógicos.
En total, la superficie de
las tornasoladas y dulces aguas de estas deslumbrantes Lagunas de Ruidera ronda
las trescientas hectáreas. La llamada Blanca se encuentra en la provincia de
Ciudad Real e inicia la serie, y las siguientes, hasta la denominada Colgada
partida por gala en dos por ambas provincias, en la de Albacete, siendo las
restantes de la jurisdicción de Ciudad Real, a la que corresponde el
Ayuntamiento de Ruidera, que hasta hace poco dependía de Argamasilla de Alba y
es ya Municipio independiente, convertido en los largos estíos en una diminuta
pero auténtica estación turística veraniega, colmadamente frecuentada.
Con la laguna Cenagosa o
Cenegal acaban las linfas del sistema, que son como una marecito en tierra tan
adentro, y se formaliza el curso del misterioso Guadiana, el río de nombre
romano que ya sin otros contratiempos emprende su camino de seiscientos
cuarenta kilómetros hasta dar en morir en el Atlántico por Ayamonte. La mar océano
lo recibe sin excesivos alardes, tan suavemente como, por Sanlúcar de
Barrameda, recibe al Guadalquivir. Son muertes que apenas se notan… Aunque
alguien nos diga: ¡Mira, ahí se unen y ahí se separan estos ríos del océano!,
nos cuesta trabajo descubrir el punto exacto. Algún rizo de algunas casi
imperceptibles olas, y nada más.
El Atlántico se lleva los
secretos de estos ríos que le han ofrendado su vida con su historia y su
generosidad… Y el encanto de Ruidera, entre tantos otros. Un enamorado de las
lagunas, el pintor Antonio Iniesta, las captó dos o tres mil veces, o más aún.
Locura.
© Miguel García de Mora. Escritor
Lunes, 27 de agosto de 2001
ABC
Miguel García de Mora Gallego, «El narrador de La Mancha» nació en Manzanares en 1916 y murió en La Solana en 2013. Llega a este Blog de la mano de su hijo Luis Miguel que lo define como un hombre sencillo y un periodista incansable. Para su hija Gloria, su padre, fue un manchego de pro, de franqueza campechana y corazón abierto, que se sintió Quijote y Sancho en extraña confusión.
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