Según Miguel Ángel Buonarroti
escultura es: «aquello que se hace quitando».
Siendo adolescente me pasaba
el día dando forma a un sinfín de trozos de madera. Con yeso creaba figuras
extrañas, con bronce hice un cañón y una campana. Hasta que un atardecer
encontré en el sótano de mi abuela un gran trozo de mármol que me inspiró.
No dije nada a nadie para dar
una grata sorpresa y me pasé muchas mañanas, tardes y noches trabajando como un
loco.
El problema fue que no
calculé bien y ya tenía esculpido el cuerpo con el ropaje, el brazo derecho con
una mano que recogía las vestiduras con gran delicadeza, cuando caí en la
cuenta que se me había acabado el material sin haber hecho la cabeza y a falta
de la mitad del otro brazo, desde el codo hasta la mano.
Nada podía hacer pues si el
tal Michelangelo tenía razón, todo «aquello que se hace añadiendo» es plástica.
Y yo soñaba con ser escultor como él.
Me eché a llorar amargamente,
como solo un chico de quince años es capaz de expresar la derrota. Me ovillé a
los pies de mi estatua inacabada. Así me encontró la abuela. Casi le dio un
síncope por haber utilizado aquel mármol que su bisabuelo había extraído de una
famosa cantera italiana, y al que habían destinado para hacer algo muy
importante, aunque nunca encontraron la ocasión ni el motivo.
Al verme tan compungido y
siendo tan práctica como era, inspeccionó la estatua, le dio la vuelta varias
veces, la miró de arriba abajo y decidió que mi maravillosa obra serviría para
custodiar su tumba. Que me olvidara de Miguel Ángel, ella movería cielo y
tierra para conseguir otro trozo de mármol. Esculpiría su cabeza y su rostro,
pero de joven, total si los romanos cambiaban la cabeza a sus estatuas, yo
también podría hacerlo. Lo que era el brazo le daba lo mismo. Y así ella se
convertiría en la famosa abuela del más grande escultor del pueblo: su nieto.
© Marieta Alonso Más
No hay comentarios:
Publicar un comentario