He pegado un tijeretazo a mi melena y he roto las gafas.
Así, sin más, justo por el puente. Ya estoy harta. Que si Berta, la
comprensiva; que si Berta, la que escucha; que, si eres una tía genial, pero no
quiero perderte como amiga; que un rollo se acaba, pero la amistad perdura...
¡Un buen morreo sí que perduraría en mis labios, imbécil!
Una caricia, un «me gustas», una
miradita furtiva, una sonrisa con sabor a «luego
nos vemos»; eso sí, que alimentaría mis sueños durante mucho tiempo.
Me miro en el espejo. ¡Ay, qué escabechina! Vaya cara que
van a poner mis padres; y... ¿qué les digo? Pues, nada, ¡la crisis de los
veinte! ¿No tienen ellos la de los cuarenta y muchos? Yo también estoy jodida,
y... un montón; de verdad.
¡Que si estoy todo el día leyendo! Vale, y ¿qué? Tú pones
en WhatsApp «echar de menos» con hache y no te digo nada. Si es que el
mundo está muy mal hecho. Yo me paso con la ortografía y tú con la ignorancia.
¿Ves? La pareja perfecta. Tú escribirías como Dios manda y yo... yo..., que yo solo
quiero, un... un...; pero, ¿qué coño quiero? Pues que me miren dos veces y no
media, joder. ¡Es que es tan difícil de entender!
Odio ese: «Ah, eres tú».
No os hacéis una idea de lo que ese “ah” me hace por
dentro; es un sicario de mi autoestima.
«¿Te importa si me pego una ducha?» Me dice un día en su
casa, después de venir del gimnasio. Y ¡hala!, a lucir pectorales y
abdominales.
Como le conté a mi amiga:
—Allí estaba yo, salivando como el perrito de Pavlov ¿No
tendría una toalla un poquito más grande, el muy, muy...?
—¿Quién es Pavlov? —me preguntó ella.
—¡Pues, un científico! —respondí, con menos paciencia que
un bebé cagao y muerto de hambre—¿Quién
si no? ¡Qué estás hablando conmigo! ¿Acaso crees que pondría yo de ejemplo a un
disyoquey?
¡Cuánto he echado de menos mis gafas! Me he pasado toda
la clase de literatura bizqueando. Al acabar, el profe se me acerca y me dice:
—Berta, ¿cómo llevas el trabajo de Literatura Clásica?
—Bien; estoy liada con la bibliografía —contesto, con el
deseo de salir huyendo lo antes posible.
—Si te atascas, me lo dices, ¿vale? ¿Todo... bien? Te
noto dispersa. No has hecho ninguna pregunta en toda la clase y…tú sueles hacer
una cuantas.
¿Ves? ¡Ya estamos! ¿También él? Me mira con intensidad,
como si quisiera descubrir algo; entonces, se me resbala la mochila y el asa me
raspa en el tatuaje que ahora destaca en parte interna de mi antebrazo y que
aún no está curado del todo.
¡Sí!, ¡después de romper las gafas, me fui y me hice un tattoo! Siempre he querido hacerlo;
hasta ahora no me había atrevido.
—¡Ay! —me quejo.
—¡A ver! —exclama él alargando la “e”, como si
estuviéramos en educación infantil y no en la universidad.”–¿Qué pasa?
Mi parte niña obediente —ahora sin gafas, con el pelo
cortado a trasquilones y tatuada—le enseña el brazo.
Al principio le veo alzar las cejas mientras clava la
mirada en el dibujo, posar su atención en mí, volver al tatuaje y componer un
gesto de asombro, mientras mueve la cabeza, como si no se creyera lo que ve.
No dice nada, solo se remanga la camisa de forma enérgica
y yo me alarmo. ¡Pero, qué va a hacer este hombre! Debe ser mi pelo, entiendo
que puede conmocionar a cualquiera. Pero, no; no es eso.
Casi en el mismo lugar donde descansa mi dibujo, me
nuestra uno gemelo al mío: una brújula, de tinta negra que apunta al sur. Al
norte sería lo normal, y yo de normal tengo poco, pero, ¿y él?
—¿Por qué al sur?
—Soy de allí. No quiero olvidar el camino de vuelta.
—¿Se marcha? – pregunto con un hilo de voz, pues no
quería que notara mi decepción.
—Todavía no. ¿Y tú? ¿A qué viene tu sur?
—Por llevar la contraria.
—¡Ah!, pues ya era hora—me dice, con una sonrisa franca
que hubiera derretido al iceberg del Titanic.
Imaginaos el efecto que causó en mí.
Era el momento perfecto para decir algo...
algo...
—¿Puedo irme?
Le veo vacilar durante unos breves segundos, pero
entonces alza el brazo en señal de espera; justo el que tiene el botón del puño
desabrochado. Vislumbro un trocito de su antebrazo nervudo, teñido de los
trazos de la brújula gemela y me quedo embelesada.
—Hoy he echado de menos a la Berta de siempre.
Como no digo nada, pregunta inesperadamente—: ¿Recuerdas del
cuento Hanzel y Gretel?
—Sí, claro —respondo confusa. ¿A qué venía eso ahora? Tal
vez por lo de volver a casa. El cerebro hace esos atajos ridículos.
Él se queda mudo y, como ya voy conociendo el significado
de sus silencios, pongo los ojos en blanco y relato impaciente:
—Dos hermanos, pobreza, abandono en el bosque, miguitas
de pan que se comen los pájaros, «y, ¿ahora cómo volvemos?», casita de
chocolate, bruja malvada que asa niños...
—¡Para!, hasta ahí. Excelente resumen, por cierto. A ver,
¿para qué una bruja viviría en una casita de chocolate y dulces?
—Ehhhh, pues…
como cebo para atraer a los niños, supongo.
—Pudiera ser. El hecho es que en la vida vas a
encontrarte con algunas casitas de chocolate.
En mi mente aparece la imagen de Raúl con su toalla en
miniatura, que más bien era un taparrabos, y claro, me entran unos calores…
—Veo que coges el concepto—susurra, con una sonrisa
ladeada.
¡Ay, mi madre! Pero, como puede saber este que… Vamos
que…
Él carraspea con fuerza para sacarme de aquel
desconcierto y hacer que le preste toda mi atención.
—Estoy impaciente por leer tu trabajo y tengo unas
expectativas que están a tu altura— recalca, mientras me mira de arriba abajo, recorriendo
toda la extensión de mi estatura de jirafa y que él supera por unos míseros
centímetros.
No se me ocurrió nada que decir. Salí de allí, pensando
en que el hombre es una especie extraña. Me había topado con dos especímenes que
tenían una idea muy distinta sobre mi persona:
el Hommo EresHorríbilis y el Hommo EresSapiensSapiens.
Cogí hora en la peluquería, encargué unas gafas nuevas y
miré la brújula.
Y en ese momento me
di cuenta de que todo dependía de mí.
©Blanca de la Torre Polo
Como siempre tus historias geniales Blanca. Me ha gustado la figura del profe, como reconduce a Berta en esa crisis, le hace sentir su aprecio, respeto y le recuerda las altas expectativas que tiene en ella.
ResponderEliminarGracias María. ¡Qué importante es encontrar en nuestro camino a alguien que nos recuerde lo que somos en esos momentos de desconcierto!
EliminarMaravilloso como siempre. Además, no había mejor semana para publicar una historia así: de mujer valiente :)
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario, Zayda. La valentía reside dentro de todos nosotros; a veces, se nos olvida.
Eliminarmaravilloso, con sorpresa , esa es la caracteristica de la mujer , que siempre te hace ser mas fuerte , como siempre digo las mujeres son mas valientes , inteligentes y nos dan lecciones en la vida.
ResponderEliminarMe encanto y a la espera del siguiente , que seguro nos sorprendes
¡Vosotros sí que me sorprendéis a mí!, con vuestra fidelidad y los comentarios, que siempre me enriquecen.
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