Buk |
Desde
el principio supe que no lo soportaría. Entró en nuestra vida como una ristra
de chorizos de mala calidad; ella no merecía un tunante de esa guisa. La culpa
fue de la loca que conoció en el gimnasio. La que llegaba, vestida como una
morcilla a punto de explotar, con los pelos largos y teñidos de rubio, hablando
sin parar. Yo me hacía pequeño en mi rincón y cerraba las orejas, pero no
dejaba de mirar la expresión de Elena. Conozco la media sonrisa que intenta ser
amable; los ojos abiertos incapaces de creer lo que salía de la alcantarilla de
esa señora, que iba de nueva amiga.
Ella
se lo presentó. Es guapo, le dijo, se va a exhibir en la pasarela de Milán. Já,
pensé, no creo que Armani lo acepte. Una noche la acompañó a casa, y la
siguiente. Empezó a quedarse a cenar, a beber el brandy de Elena, a comer su
comida. Un día tras otro y así se terminaron las veladas frente a la tele, los
dos juntos en nuestro sillón preferido; su mano acariciándome, mi cabeza sobre
su falda, su risa con las comedias, sus lágrimas con los dramas. Éramos felices.
El
día que el aspirante a modelo llegó con las maletas, me puse enfermo. En
realidad no me pasaba nada, pero ella llamaría a Santiago. Santiago es mi
doctor. Él sí que me gusta, y a ella también, estoy seguro. Cuando viene a
verme, se quedan charlando; hablan de viajes, de libros, de música. Sin
embargo, con éste, ella solo escucha una verborrea que no sale de la primera
persona del singular: “YO”. Las cantidades de flexiones que hice, los
kilómetros que corrí, las mujeres que se dieron la vuelta por la calle para
mirarme… A lo que iba, Santiago no me traicionó, le dijo que quizás yo estaba
deprimido, le preguntó si había dejado de prestarme atención, después me guiñó
un ojo.
Decidí
tomar cartas en el asunto cuando Mister Músculos se negó a que me sentara en el
sillón con ellos a ver la tele:
-Este
saco de pulgas me produce alergia.
¡En
mi vida he tenido una pulga! Y me bajó de mi asiento. Ella me miró con tristeza
y fuimos en busca de mis golosinas preferidas. Soy rencoroso, así que esa
tarde, cuando me encontré con Imperator en el parque, le conté lo que me
pasaba. Aunque es grande y lo llevan con bozal, mi amigo tiene un enorme
corazón, y más inteligencia, así que entre los dos urdimos un plan.
Días
después, mi enemigo partió a Milán. Yo aproveché para simular una tos que
hiciera venir a Santiago y pude instalarme entre los dos en nuestro sillón,
mientras los escuchaba hablar de la última obra que habían estrenado. Elena
estaba contenta.
Beau
Brummell volvió sin trabajo, pero con un par de zapatos italianos que eran
francamente bonitos, hasta a mí me daba pena utilizarlos de retrete, pero
Imperator me había dicho que era una medida eficaz.
Elena
detuvo en el aire la mano del intruso cuando la levantó para pegarme, después
abrió la puerta y ese señor se fue de nuestra vida, espero que para
siempre.
Ciao.
© Liliana Delucchi
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