sábado, 19 de mayo de 2018

Liliana Delucchi: Italian Shoes

Buk


Desde el principio supe que no lo soportaría. Entró en nuestra vida como una ristra de chorizos de mala calidad; ella no merecía un tunante de esa guisa. La culpa fue de la loca que conoció en el gimnasio. La que llegaba, vestida como una morcilla a punto de explotar, con los pelos largos y teñidos de rubio, hablando sin parar.  Yo me hacía pequeño en mi rincón y cerraba las orejas, pero no dejaba de mirar la expresión de Elena. Conozco la media sonrisa que intenta ser amable; los ojos abiertos incapaces de creer lo que salía de la alcantarilla de esa señora, que iba de nueva amiga.
Ella se lo presentó. Es guapo, le dijo, se va a exhibir en la pasarela de Milán. Já, pensé, no creo que Armani lo acepte. Una  noche la acompañó a casa, y la siguiente. Empezó a quedarse a cenar, a beber el brandy de Elena, a comer su comida. Un día tras otro y así se terminaron las veladas frente a la tele, los dos juntos en nuestro sillón preferido; su mano acariciándome, mi cabeza sobre su falda, su risa con las comedias, sus lágrimas con los dramas. Éramos felices.
El día que el aspirante a modelo llegó con las maletas, me puse enfermo. En realidad no me pasaba nada, pero ella llamaría a Santiago. Santiago es mi doctor. Él sí que me gusta, y a ella también, estoy seguro. Cuando viene a verme, se quedan charlando; hablan de viajes, de libros, de música. Sin embargo, con éste, ella solo escucha una verborrea que no sale de la primera persona del singular: “YO”. Las cantidades de flexiones que hice, los kilómetros que corrí, las mujeres que se dieron la vuelta por la calle para mirarme… A lo que iba, Santiago no me traicionó, le dijo que quizás yo estaba deprimido, le preguntó si había dejado de prestarme atención, después me guiñó un ojo.
Decidí tomar cartas en el asunto cuando Mister Músculos se negó a que me sentara en el sillón con ellos a ver la tele:
-Este saco de pulgas me produce alergia.
¡En mi vida he tenido una pulga! Y me bajó de mi asiento. Ella me miró con tristeza y fuimos en busca de mis golosinas preferidas. Soy rencoroso, así que esa tarde, cuando me encontré con Imperator en el parque, le conté lo que me pasaba. Aunque es grande y lo llevan con bozal, mi amigo tiene un enorme corazón, y más inteligencia, así que entre los dos urdimos un plan.
Días después, mi enemigo partió a Milán. Yo aproveché para simular una tos que hiciera venir a Santiago y pude instalarme entre los dos en nuestro sillón, mientras los escuchaba hablar de la última obra que habían estrenado. Elena estaba contenta.
Beau Brummell volvió sin trabajo, pero con un par de zapatos italianos que eran francamente bonitos, hasta a mí me daba pena utilizarlos de retrete, pero Imperator me había dicho que era una medida eficaz.
Elena detuvo en el aire la mano del intruso cuando la levantó para pegarme, después abrió la puerta y ese señor se fue de nuestra vida, espero que para siempre. 
Ciao.
© Liliana Delucchi


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