Lo que le gustaba a su
abuela -la
madre de su padre-
era guardar las apariencias. Y su única nieta nació con una expresión dulce en la
cara, pero agresiva en el hablar.
Todas las noches le pedía a
la Virgen que le impusiera prudencia, que no fuera tan bocazas. Las oraciones,
al parecer, no fueron escuchadas.
De nada sirvió que le
enseñara el lenguaje del abanico -fue
peor el remedio que la enfermedad-
pues en las fiestas del pueblo mirando al hombre de su vida no dejó de abanicarse
violentamente durante media hora para que no tuviera dudas acerca de la
intensidad de su amor. El mancebo ni caso le hizo, hasta que le estampó el
abanico en la cabeza y ante todos le preguntó si era tonto, porque bien que la
apretaba cuando la llevaba al pajar.
La anciana abuela en su
lecho de muerte le pidió que contara hasta diez antes de hablar, pero del
consejo se acordaba cuando ya no había remedio. Al cabo de los años, a punto de
jubilarse, cayó en la cuenta de cuánta razón tenía, al comprobar que sus amigos
se apartaban al entrar en acción y alguno se atrevió a insinuarle que: el
bufido es innecesario, Eusebia.
Ella es así, aunque no podrán
negarle la cantidad de personas falsamente susceptibles que hay en este mundo.
Mejor nos iría, si cuando haya que decir algo, se dijera. Cree que hoy se ha superado
a sí misma. Esta mañana yendo en el tranvía para el trabajo un grupo de diez personas
se fueron a bajar. Dándose cuenta de dónde eran, por la fisonomía y la forma de
hablar, dedujo adónde querían ir.
Dos ya habían puesto el pie
en la calle cuando su lado oscuro lanzó el berrido:
-¡Suban!
¡Aquí no es! ¡Ya les diré cuando tienen que bajarse!
Los que no habían bajado recularon
despacio y los que estaban abajo subieron los escalones de espaldas. Se
quedaron en silencio, mirándose de reojo y en su cara una expresión de
sorpresa, preguntándose dónde les iba a mandar esa señora que no llevaba
uniforme. Ellos lo único que pretendían -dijeron- era ir a su Consulado.
Les volvió el alma al cuerpo cuando
les explicaron -mientras Eusebia se mordía la lengua- que para evitar caminar seis manzanas debían bajar tres
paradas más adelante.
© Marieta Alonso Más
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