Sucedió el 30 de junio de
1908 a primera hora de la mañana. Un asteroide de treinta y siete metros de
ancho penetró en la atmósfera terrestre y detonó en el cielo de Tunguska
(Siberia), destruyendo una superficie superior a Londres. Por fortuna era una
zona despoblada, pero la vegetación arrasada por la explosión evidencia que no
estamos protegidos del impacto de los asteroides, como el que -algunos científicos así lo
creen- hace
sesenta y cinco millones de años desencadenó la extinción de los dinosaurios,
en el golfo de México, abriendo el cráter submarino de Chicxulub, de unos
doscientos kilómetros de diámetro.
Asteroide es una palabra de
origen griego que en español sería «de
forma estelar», en referencia a su aspecto a través de
un telescopio. Es un cuerpo rocoso, carbonáceo o metálico más pequeño que un
planeta y mayor que un meteoroide, que gira alrededor del Sol. La mayoría de
ellos orbita entre Marte y Júpiter, en la región del sistema solar conocida
como cinturón de asteroides El primer asteroide conocido se llamó Ceres.
En 2002, Rusty Schweickart,
creó la Fundación B612 para investigar y desarrollar tecnologías que disminuyan
el riesgo de impacto de asteroides sobre la Tierra. En uno de sus últimos
informes, la Fundación documenta que desde 2001 ha habido veintiséis
explosiones de varios kilotones por impactos de asteroides sobre la Tierra. El
hecho de que no se hayan podido evitar es una prueba de que somos vulnerables;
por eso se ha creado un proyecto para enviar en 2019 un telescopio al espacio,
el Sentinel B612, para monitorizar el cielo y detectar con antelación
asteroides potencialmente peligrosos. Lo que dará oportunidad para poder
desviar sus trayectorias y evitar sus impactos.
Por la cuenta que nos trae
esperemos que lo consigan.
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