Amantes de mis cuentos: Puntos de vista

Adoro a mi tía. Y ella a mí. No se parece en nada a mi madre que se pasa el día con que haga los deberes, que no me ensucie los zapatos, que no sea respondón. Viene todos los sábados a jugar conmigo. Me lleva a dar largos paseos y me ayuda a subir a la copa de los árboles, después de aconsejarme que me agarre bien, y eso que ella sube detrás de mí, cubriéndome las espaldas. Y desde arriba vemos el horizonte y nos escondemos de los vecinos que nos conocen y que pudieran ir con el chisme a mis padres. También robamos mamoncillos y nos lo comemos en un cobertizo abandonado.

Ayer llegó cojeando, un esguince le dijo a mi madre. Pero cuando se quedó sola conmigo me contó que estando leyendo en el parque cerca de su casa, cuando vino un niño llamado Jaime con una cometa y le pidió que la ayudase a hacerla bailar. 

Y por complacerle se puso a correr con ella, pero se levantó un fuerte viento y la cuerda se enredó en sus brazos y comenzó a subir y a subir por encima de los tejados. 

De pronto, el viento amainó y fue a caer en medio de un pastizal donde se encontraban una vaca y un caballo que la ayudaron a recostarse en una paca de heno, Matilde empezó a mugir muy fuerte y Lucero a relinchar más fuerte todavía y vino un guajiro con el sombrero casi roto y la llevó al médico en su carromato. 

‒Me puso esta venda que ves aquí ‒dijo señalando el tobillo.

−Tía Gema, mamá me ha dicho que a Dios no le gusta la gente que se esconde, ni la que roba mamoncillos, ni la que cuenta mentiras.

−Mamá tiene toda la razón, pero no te preocupes, querido César. No lo dice por nosotros. Dios sabe que no nos escondemos, son ellos los que no levantan la vista del suelo, los mamoncillos están en un terreno baldío, que no es de nadie, y que yo nunca digo patrañas, solo cuento cuentos.

© Marieta Alonso Más