Se enamoró de la suavidad de su piel, de su languidez y también por qué no decirlo, de esa sensación de amor prohibido, que tanto atrae, ya que era propiedad de su mejor amigo.
En silencio le cantaba bellos y excitantes
boleros al no encontrar otros temas de conversación, y aprovechaba cuando se quedaba solo con ella y pasaba sus
manos por aquel rostro perfecto.
La llamaba «mi Perla» y cada día sentía el
dolor de no poder hacerla suya, pero eso sería traicionar a su compañero de la infancia. Su
secreto acabaría en la tumba.
Aún recuerda con triste lujuria aquella mañana
en que fue a contemplar la serena belleza de su amor, aquella muñeca hinchable,
a la que su amigo, la noche anterior, había arrojado al contenedor sin haberle
siquiera advertido.
Corrió y corrió, pero el camión de la basura
ya había hecho su ronda. Visitó todos los vertederos, nada. Y sintió cómo su
alma se rompía en mil pedazos, al perder el primer gran amor de su vida.
© Marieta Alonso Más
Me ha gustado mucho. Pocas palabras y mucho contenido. Felicidades, amiga.
ResponderEliminarMuchas gracias Blanca por esas palabras. Eres un cielo.
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